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 —¿Brenda? —susurró.

Me retorcí, negándome a querer salir del sueño que estaba teniendo. Apreté el edredón más fuerte contra mi cuerpo, pues sentía que un chiflete de aire se estaba colando y no quería congelarme. Si bien la casa siempre permanecía cálida en invierno, la cama era tan grande que solía entrarme frío.

—¿Brenda? —susurró de nuevo.

—¿Mm?

—¿Estás despierta?

—No —grazné.

Lo escuché suspirar y moverse inquieto. La verdad es que en otro momento hubiera saltado de la cama para saber qué quería, pero estaba exhausta. Parecía que los cólicos de Sophia no querían irse y Gemma había estado extrañamente sensible todo el día. Evan estuvo en Milan arreglando algunas cosas del bar que había abierto con sus amigos, por lo que tuve que arreglarme sola con ayuda de Nenna, que iba de acá para allá.

Cuando estaba comenzando a caer en el inconsciente una vez más, sentí su brazo en mi hombro.

—¿Brenda?

—¿Qué, Evan?

—Tengo frío. ¿Podrías abrazarme?

Puse los ojos en blanco en mi fuero interno; pero también me derretí.

Giré sobre mi misma, con los ojos cerrados y expandí mis brazos. Rió en voz baja antes de acomodar las frazadas, acomodar su cabeza en mi pecho y abrazar mi torso, metiendo su mano debajo de mi pijama para acariciar mis costillas. Uno de mis brazos quedó tendido sobre su espalda, mientras el otro estaba laxo sobre sobre su codo.

—¿Brenda?

Suspiré, resignándome a dormir.

—¿Sí?

—Te amo.

—Mm. Yo también me amo.

Sentí que su pecho temblaba con su risa suave.

Y así, abrazados y ya sin sentir frío, nos quedamos dormidos.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora