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            Para Gemma y Sophia el problema no era tener un hermano nuevo. Eso parecía no molestarles, pues ya estaban planeando todos los juegos que tendrían una vez que pudieran jugar con él. El problema era el hecho de tener que compartirme. Ambas parecían estar más mameras que nunca, pegadas a mis tobillos todo el día y llorando a la noche para poder dormir entre Evan y yo.

La doctora Maïte decía que era algo perfectamente normal, pero si seguirían así cuando el bebé llegara, ¿cómo haría yo para poder criarlo? Ella también mencionó que todo sería diferente cuando naciera, pues ellas verían que en realidad no era una amenaza a mi atención hacia ellas y querrán ayudar. Lo dudaba, por lo menos del lado de Sophia quien andaba más propietaria que nadie.

El otro día saludé a Neva con un abrazo y ella se metió, gritándole a su prima que yo era suya. La verdad era que me sorprendí bastante, considerando que nunca antes había tenido un exabrupto de esa manera y menos con alguien como su prima Neva, quien era la más mamera de todos los bebés en la tierra.

Mi familia estaba feliz por el nuevo embarazo. Goldenwood estaba feliz por el nuevo embarazo. No había nadie que no estuviera feliz por el nuevo embarazo; pero quien más extasiado estaba, era Evan.

Su mano permanecía en mi estómago siempre que podía, hacía viajes a la cocina siempre que mencionaba algún que otro antojo y hasta llegó al punto de viajar hasta el centro de la ciudad para conseguir un pastel de limón que yo moría por saborear. Intentaba no aprovecharme, de verdad lo hacía, hasta le decía que no era necesario, que el antojo se iría. Él, sin embargo, estaba decidido a cumplirme todos los caprichos.

Así que no podía quejarme. Todo andaba bastante bien.

Seleste era quien peor la estaba pasando, por ponerlo de algún modo. El abuelo Abel quería dejar su puesto como duque, pues hacía años que ejercía y necesitaba un descanso. Era un hombre grande, después de todo, y deseaba poder disfrutar de sus nietos sin tener que andar con el trabajo sobre los hombros.

El hombre no era ningún idiota y hacía algún tiempo que venía preparando todo para dejarle su lugar a Marco y a Seleste. Mi prima no quería saber nada, no solo porque no le interesaba, sino porque no sabía nada de política y no estaba apta para el rol. Sería duquesa de todas maneras, como ahora yo lo era, y su opinión siempre sería importante y tomada en cuenta.

Me sorprendió cuando escuché su negativa en la privacidad de mi hogar, pues siempre había divagado sobre cuánto quería ser una princesa o persona de importancia en Goldenwood, tener lo mismo que tenía su mejor amiga Lynn. Ahora que la oportunidad se le presentaba, quería rechazar la propuesta.

La realidad era que no había mucho que pudiera hacer: era la heredera y debía aceptar lo que le correspondía. Le expliqué que no tendría que realizar ninguna tarea política, no necesitaría involucrarse en los temas del reino como lo haría Marco, sino escuchar y estar presente. Y yo estaría a su lado siempre que pudiera.

Así que andaba bastante estresada, por decirlo de alguna manera.

Yo estaba tan relajada que ni siquiera me tomaba ese tipo de cosas demasiado en serio, pero desde que tenía mi título de duquesa por ser esposa de Evan, escuchaba lo que él tenía para decir sobre sus reuniones en el castillo y le daba mi opinión. Todavía no había asistido ninguna para brindar mi punta de vista personal sobre las cosas, siempre era él quien informaba de mis palabras, pero tenía ganas de pasarme por allí algún día y decirle un par de verdades al parlamento.

El tema era que Evan no me dejaba porque no quería que me estresara. Estaba embarazada, después de todo, y no queríamos que nada malo le sucediera al próximo miembro de nuestra familia.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora