Coloqué mis manos sobre mi cintura e intenté lucir enojada.
—Niñas —advertí—, necesito que se queden quietas para poder quitarles la ropa. ¿Me harían ese favor? Son solo unos minutos.
Gemma colocó sus manos detrás de su espalda y negó con la cabeza. En otro momento sus rizos chocolate con reflejos dorados habrían rebotado a su alrededor, pero estaba tan despeinada que eran más como rayos marrones. Sophia imitó su posición y negó con la cabeza. Ella también tenía rizos chocolates, pero aún estaban pegados a su cabeza.
—¡No! —exclamó Gemma, lanzando sus bracitos al aire.
—¡No! —exclamó Sophia, haciendo exactamente lo mismo.
Era la única palabra que sabía además de papá, mamá y leche. Bah, era más como lete.
Suspiré y ellas rieron. Llegaríamos tarde, como siempre, porque querían jugar cuando no debían. Aproveché que estaban distraídas y con manos en alto, y le quité el camisón a Sophia, quien chilló cuando quedó descubierta. Gemma se rio de ella y se quitó el camisón. Y comenzó a saltar en la cama. Su hermana la imitó.
Por supuesto. Al menos no estaban llorando.
Al quitarle el pañal a Sophia, Gemma se quitó sus calzones. Bien.
Tomé a una en cada brazo y nos dirigí al baño. En el camino me encontré con Evan subiendo las escaleras, quien estaba transpirado y tenía una toalla rodeándole el cuello. Había decidido volver a ir al gimnasio porque había, y cito, «rollos de grasa en mi panza al sentarse». Estaba loco, no había nada de grasa, pero ¿quién era yo para negarle ponerse más bueno de lo que ya estaba?
Sonrió.
—Hola, mis chicas.
Las niñas ya de por sí estaban riendo, pero al verlo al padre comenzaron a chillar.
Esta vez reí con ellas.
—Hola, mi chico —saludé devuelta. Le pasé las niñas a sus brazos y besé sus labios—. Ve a bañar a tus hijas, mientras yo les preparo la ropa para ir a lo de tu madre.
Enarcó una ceja, aunque que aún sonreía.
—¿Has accedido a ir? ¿En serio? —rio—. ¿Quién eres y qué has hecho con mi esposa?
Le di una cara de pocos amigos.
—Hilarante, Evan. Eres tan chistoso. Me estoy riendo a carcajadas.
Gemma tomó la mejilla de Evan y le giró el rostro para que la mirara. Sus ojos verdes estaban bien abiertos.
—No hagas enojar a mami.
Él negó con la cabeza, obligándose a estar serio.
—No, estoy intentando hacerla reír. ¿Acaso no me está saliendo?
Gemma negó con la cabeza, y Sophia debía haber entendido lo que quería decir, pues aplaudió y exclamó:
—¡No!
Me mordí los labios y reí en silencio. Él miró a Sophia con la boca abierta, fingiendo estar indignado, y eso solo hizo que ambas volvieran a estallar en risas. Me dio una última sonrisa antes de llevarlas al baño y me dirigí a nuestro dormitorio para prepararme.
Lucinda nos había invitado a tomar el té, lo que significaba mujeres de la élite de Goldenwood que estarían chismorreando quién tenía la mejor cartera de marca y alardeando cuál de sus esposos ganaba más. Siempre había ignorado sus invitaciones, por razones obvias, pero esta vez, por alguna razón, sentí que debía aceptar.
Estaba eligiendo qué vestido ponerme cuando escuché que Gemma y Sophia reían. Y luego...
—¡¡¡Brenda!!!
Corrí hacia el baño de las niñas cuando escuché el grito de Evan, y no debería haber estado sorprendida con lo que encontré: las niñas estaban dentro de la tina, mojadas de pies a cabeza. El problema era que Gemma tenía la extensión de la flor de la ducha en sus manos y Evan estaba igual de mojado que ellas.
Estaba dentro de la tina con ellas, aún vestido y con un lindo sombrero de espuma en su cabeza. Sophia estaba sentada en ese aparato que se agarraba a la bañera para que no se resbalara, pero si no fuera por eso me parecía que habría estado en la falda de Evan, por la manera en la que estaba tirada hacia él.
—Oh, vaya —murmuré—. ¿Tú también necesitabas un baño, Evan?
En ese momento Gemma pareció decidir que su papá necesitaba enjuagarse la cabeza, pues se levantó y mojó su cabello, quitando de manera satisfactoria toda la espuma. Luego dejó la flor de lado y pasó sus manitos por los ojos de Evan, para que pudiera abrirlos.
—Sí —masculló—. Se ve que apestaba y las niñas pensaron que necesitaba un baño urgente.
—Papi ya no apesta —dijo Gemma.
—¡Papa! ¡No! —exclamó Sophia.
Para ese entonces no podía detener la risa que estaba burbujeando en mi interior. Evan mantuvo su seriedad un momento más largo del que pensé que lo haría, pero le sonrió a las niñas tan grande que supe que en ningún momento había estado molesto por terminar empapado.
Así que se quitó la ropa hasta quedar en calzoncillos y me ayudó a bañarlas desde adentro. Me di cuenta, en ese momento en el que los cuatro estábamos riéndonos y divirtiéndonos haciendo algo que a diario era una tarea complicada de hacer, que no importaba si no me aceptaban las mujeres adineradas de Goldenwood.
¿Quién cambiaría una tarde de té y compañía insufrible por estos seres que me hacían sonreír y sentir plena constantemente?
Está demás decir que no asistimos a la tarde de té.
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Entre tú y yo
Short StoryPorque su historia es muy linda como para tener un final. Sigue a Brenda y a Evan a través de los años. *Es necesario leer "Mitades perfectas" para entender estos cuentos cortos.