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Él estaba leyendo con atención unos papeles que su hermano le había tendido. Algunos miembros del parlamento no estaban a favor de cómo Alaric estaba llevando las cosas y les preocupaba que pudiera provocar una gran caída en la economía goldenwoodense. Evan no pensaba lo mismo. Su hermano había sido capaz de disminuir los niveles de pobreza apenas se sentó en el trono, por lo que tenía la certeza de que era capaz de evitar una crisis.

Entendía a la perfección que lo único que ese sector quería hacer, era sacar a los Bourque de la corona, como siempre había sido. La diferencia era que ahora no era el intimidante Richard Bourque quien estaba en el trono, sino su hijo mayor y, según los demás, sin experiencia alguna. Evan creía que ya había demostrado su valía desde hacía tiempo, pero parecía que nada era suficiente para quienes estaban sedientos de poder.

Era tarde y estaba cansado. Ni siquiera había sido capaz de cenar con su familia por estar trabajando en horarios que no debía. Apartó los manuscritos y los guardó en un cajón con llave, donde nadie los vería. Peinó su cabello con las manos, sintiendo ganas de acostarse a dormir. Suspiró; deseaba tomarse unas vacaciones.

—¿Papa?

Levantó la mirada, encontrándose con Gemma en el umbral de la puerta. La pequeña tenía el cabello hecho un nido de pájaros, como era lo usual, pues había heredado eso de Brenda. Aunque en este caso era peor, porque en lugar de tener las ondas de su esposa, tenía resortes. Lo llevaba de color castaño claro y a veces hasta se le veían reflejos dorados. Evan sonreía cuando le miraba los ojos, ya que eran tal como los de él.

—Hola, Gem. ¿Me extrañaste?

La niña rió y se acercó corriendo a su padre. A pesar de faltar dos meses para cumplir su segundo año, soltaba algunas palabras entendibles o conversaba en un idioma que para todos era extraterrestre. Gemma saltó a su regazo y se abrazo a su cuello con sus cortos brazos.

—¿Mamá está en la cocina?

Ella se separó y negó con la cabeza. Apuntó con su dedito hacia las escaleras que estaban frente a ellos.

—Oh, ¿está en nuestra habitación?

Gemma asintió.

—Entonces vayamos a buscarla.

Se levantó con su hija en brazos y subió los escalones con ella sentada sobre su antebrazo, a la altura de su cintura. Ella volvió a abrazarse a su cuello, pegando sus rizos a la mejilla de Evan, provocando cosquillas y risas de su parte. Cuando entraron, la habitación estaba vacía. Se notaba que su esposa había estado allí, pues sus zapatos estaban tirados al final de la cama y el vestido que se había puesto ese día descansaba sobre la misma.

Eso lo hizo sospechar. Brenda era desordenada, pero desde que se habían mudado a esa casa mantenía la ropa y los zapatos dentro del gran armario. Quizá estaba en crisis por algún planteo de Seleste. Era posible. La prima de su mujer solía volverla loca cuando se largaba a hablar de su relación con Marco.

Cosa que a ella no le interesaba.

—¿Brenda? —llamó.

—¡Estoy en el baño! Por bañarme. Eh, no vengas, estoy desnuda.

¿Y eso que tiene que ver?, se preguntó Evan hacia sus adentros. Ya la había visto en su traje de piel más de una vez más. Muchísimas, para ser honestos. ¿Por qué ahora usaba algo tan estúpido como excusa? Evan suspiró y se encogió de hombros mentalmente. Miró a Gemma, quien ya lo estaba observando.

—Es hora de ir a dormir, Gem. ¿Ya te han lavado los dientes?

Negó con la cabeza.

—Vamos, entonces.

Evan lavó los dientes de su hija con esa pasta dental dulce que le habían recomendado. Luego, le sacó la ropa y le puso el camisón rosa con el dibujo de una princesa que ella tanto adoraba. Gemma aun dormía en cuna, pero lo hacía solita en su habitación. Tenían la radio en su propio cuarto para saber si lloraba en la noche por algún motivo en especial o si tenía pesadillas, aunque la segunda opción solía ser más frecuente que la primera.

La arrulló en sus brazos hasta que sintió que la respiración de su hija era tranquila y acompasada.

Cuando volvió a su habitación, Brenda seguía encerrada en el baño. Decidió que le daría su tiempo para lo que fuera que estaba pasando por su mente. Se deshizo de la ropa que tuvo puesta todo el día y se puso el pijama. Luego, se sentó en la cama y esperó a que Brenda saliera del baño. Sin embargo, los minutos pasaban y ella seguía allí dentro sin dar señales de vida.

Perdiendo la paciencia, se acercó a la puerta y tocó dos veces.

—¿Bren? ¿Sigues ahí?

—Sí —contestó bajito. Escuchó que hacía algunos ruidos, y después de un momento, la puerta se abrió, revelando a su bella mujer cubierta por una bata de seda color champán—. Lamento no haber salido cuando me llamaste. Yo estaba... —negó con la cabeza y tragó con fuerza—. Solo estaba pensando en algunas cosas.

—Oye. —La tomó por la quijada, observando profundamente en sus ojos—. ¿Estás bien?

Ella suspiró.

—Sí. En realidad, tengo algo para decirte. No quiero hacerlo con toda la tensión que estás teniendo en el trabajo. Aunque una parte de mí piensa que quizá te relaje un poco, la otra piensa que te hará mandar todo al diablo. No sé qué hacer.

—Bueno, para empezar podríamos salir del baño, ¿no crees? —sonrió divertido, intentando alivianar la situación que parecía no era de lo más simple para ella.

Brenda rió sin ganas y asintió. Apagó la luz y se dejó conducir por Evan hacia la habitación. Ella se sentó al final de la cama, y él se sorprendió cuando apreció que sus ojos estaban cristalizados. Se sentó a su lado y sobó su espalda, queriendo reconfortarla.

—Bren, dime qué pasa. No me gusta verte así.

Aspiró por la nariz y lo miró fijo en los ojos.

—No sé si es lo mejor en este momento y no sé cuándo sucedió, pero... —Se detuvo. Metió la mano dentro de uno de los bolsillos de la bata y sacó un artefacto blanco y largo—. Estoy embarazada.

Evan abrió los ojos a la par, y pensó que ella estaba loca si pensaba que algo así lo pondría más tenso. ¡Era una increíble noticia! Negó con la cabeza, riendo de puro júbilo, y abrazó a Brenda, enterrando su cabeza en la curvatura de su cuello y absorbiendo ese aroma tan particular a coco y algo más que ella siempre traía encima.

—Oh, Bren.

Sintió sus brazos delgados rodear su cuello y hombros de manera insegura. Ah, esa mujer lo traía loco. A veces pensaba que era muy cursi pensar tantas cosas sobre una chica, pero luego mandaba todo al diablo y se daba cuenta de que le importaba poco. Él amaba a Brenda. Y su amor hacia ella era tan egoísta, que tenía el firme pensamiento de que nadie el mundo podría amar como él lo hacía. Tan fuerte, tan pasional, tan infinito.

—Estaba exagerando como siempre, ¿verdad? —masculló ella.

—Sí —susurró.

—No puedo creer que me haga de brabucona a mí misma para no ponerme feliz por algo así. No entiendo cómo funciona mi mente, ¿acaso es mía o alguien más la controla? —Se quedó sin silencio un momento—. Oh, soy tan idiota. Las hormonas ya me están controlando otra vez. Aw, Evan, me estoy volviendo una nena —se lamentó.

Brenda lo abrazó más fuerte y fingió un llanto desolado, lo que provocó su risa.

Definitivamente, la amaba incluso más que antes.


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I'm on fiiiiiiire

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora