Las lágrimas estaban atoradas, como si estuvieran esperando mi permiso para salir. Sería genial que así fuera, ¿verdad? Hasta podríamos evitarnos ese llanto que nunca queremos largar en público. Pero no era así; solo éramos yo y mi genio. Sentía que la angustia estaba clavándose en mi esternón en infinitas agujas. Mi labio inferior temblaba, hacía mohines como una niña.
Estuve en la misma posición por lo que pareció una eternidad, cuando Evan corrió las cortinas de la arcada y se encontró con un plena oscuridad a las dos de la tarde.
—¿Brenda? —susurró—. ¿Estás despierta?
—Sí —musité.
Se metió en la cama conmigo y tanteó el edredón hasta que su mano encontró la mía.
—Oye. Hay alguien abajo que está preguntando por ti.
Gemma.
—Lo sé. —Mi voz se quebró.
Él sabía que estaba a punto de llorar. Lo supe porque exhaló con fuerza. Probablemente estaba harto de mi comportamiento en los últimos días, pero no sabía de qué otra manera mostrarme. Era como me sentía. Se sentó y acomodó contra el respaldo.
—Ven aquí.
Me sobé los mocos y me levanté de la posición fetal en la que estaba, acomodándome entre medio de sus piernas. Mi cabeza quedó en la curvatura de su hombro, mis manos empuñando su camisa. Me envolvió en sus brazos y suspiró a gusto.. Besó mi cabeza.
—¿Vas a decirme qué te pasa? —preguntó unos latidos de corazón después.
Mi garganta se cerró.
—Tengo miedo.
—¿De qué? Con Gemma no tuviste miedo hasta que rompiste bolsa —sonó confundido.
—De no tener suficiente espacio en mi corazón para amarlas de la misma manera.
Y ahí me perdió. Comencé a sollozar como si no hubiera un mañana, murmurando incoherencias y arruinando la cara camisa de Evan con mis lágrimas. A él no parecía importarle, pero yo sabía lo mucho que a él le gustaban sus prendas. Él me susurraba palabras para que me tranquilizara, ahuecando mi cabeza y sobando mi espalda.
—Shhh. Está bien, Bren. Está bien tener miedo.
—Pero no quiero tenerlo —lloré—. Quiero estar s-segura.
No dijo nada más, me dejó moquear hasta que ya no me quedaban mas lágrimas. Ni mocos.
Tenía los ojos cerrados cuando sentí que pasó sus dedos por mi rostro, limpiando los rastros de mi inseguridad. Me tenía en sus brazos casi de la misma manera en que yo siempre tenía a Gemma. Me sentía como una niña, y hasta quizá era una. Tenía solo veintiún años e iba por mi segundo embarazo.
—Sé que no importará lo que te diga porque tus hormonas hacen que no quieras escuchar a nadie —murmuró—, pero eres una madre asombrosa. Tienes un corazón enorme, soy testigo. Estoy más que seguro que te alcanzará y sobrará para amar a tus dos hijas. Y yo estaré contigo a todo momento, ayudándote y amándote como siempre lo he hecho. Te amo, Brenda, hoy y siempre.
Abrí mis ojos, sintiendo que volvería a llorar, y me encontré con su rostro adorable cerca del mío, sonriéndome con la esperanza de que mis pensamientos no estuvieran jugando en contra.
—Te creo —susurré.
Su sonrisa se amplió.
Bajó sus labios a los míos, y me besó lenta, suave y profundamente, haciéndome sentir como solo él sabía hacer.
+++++++++
Les cuento que Mitades perfectas, Marcas en el alma y Entre tú y yo están participando de los Wattys 2015!!! Sé que este año son raros, pero no se pierde nada con participar. Sé que no es lo que pidieron, pero pronto escribiré esas escenas que recomendaron, lo prometo :)
ESTÁS LEYENDO
Entre tú y yo
Short StoryPorque su historia es muy linda como para tener un final. Sigue a Brenda y a Evan a través de los años. *Es necesario leer "Mitades perfectas" para entender estos cuentos cortos.