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Demian fue, en efecto, un bebé grande y gordito, y de todos los bebés que alguna vez había visto, era el que más dormía. Había nacido por parto natural, como mis hijas, y había llegado al parto confiada de que no me dolería tanto, considerando que ya tuve dos, pero dolió. Dolió como el infierno, porque no solo era grandote y gordo, sino que también tenía una cabeza enorme, incluso así con su poca edad.

Solo tenía dos meses y lo único que hacía era dormir, tomar la teta y hacer pis y caca. Apenas si lloraba. Era... asombroso. Me despertaba a la noche para amamantar, pero luego lo dejaba en su cuna y ambos dormíamos hasta que tenía que volver a alimentarlo. Me resultaba increíble tener tres hijos y de alguna manera estar pudiendo dormir.

Sus ojos aún se estaban formando, pero tenía el presentimiento que serían verdes, como los de Gemma y Evan, ya que se veían iguales a los de ella a esa edad. Aunque era difícil saberlo hasta que no pasara un poco más de tiempo. Lucinda había estado mostrándome fotos de Evan de bebé últimamente, pues insistía en que Demian era igual. Tenía que admitir, eran muy parecidos.

Lo cual me ponía muy feliz. Demian sería un niño y un adolescente, y luego un adulto, muy bonito. Aunque su cabello era castaño oscuro como el mío, al igual que Gemma y Sophia. Había esperado que también saliera rubio como Evan, ni siquiera fui capaz de ocultar mi decepción.

Ahora mismo, por ejemplo, dormía plácidamente dentro de su carriola. Aún era tan pequeño y nuevo en este mundo. Y... tan bonito. Lo amaba mucho, más que nada por ser tan tranquilo y sociable. Quería alzarlo, pero se veía tan cómodo, todo hundido y envuelto en esa manta mullida.

Evan y yo estábamos sentados a su lado, en una banca que habíamos colocado dentro del pequeño claro que se formaba lejos del patio de nuestra casa. El parque era enorme, habían árboles y arbustos y el aire incluso se sentía más puro. Jugar al aire libre era algo que no había podido hacer de pequeña, tampoco lo había deseado ni me había llamado la atención, pero me agradaba que mis hijos tuvieran la oportunidad.

En este momento Gemma y Sophia corrían por el claro con Kashi y Neva, quien se estaba quedando con nosotros ya que Seleste y Marco estaban de viaje. Usualmente se la llevaban con ellos, así que todavía no comprendía por qué esta vez decidieron dejarla en Goldenwood. De todos modos, cuidar de ella, hasta el momento, no había sido tan complicado como pensé.

—Se están portando muy bien, ¿no crees? —murmuró Evan.

Volteé a mirarlo. Su nariz estaba enrojecida, al igual que sus pómulos. Estaba segura de que mi cara no se veía diferente, pero la rosado le resaltaba los ojos verdes y, bueno, simplemente lo apuesto que era.

Lo bonito.

—Seleste me dijo que era una mala idea dejar que su hija jugara afuera, así que supongo que todavía no podemos cantar victoria. Además, ten en cuenta que hace tres días que está aquí, llegará el momento en el que extrañará a sus padres y se largará a llorar.

Evan las miró. Las tres estaban corriendo solas esta vez. No estaba segura de que si se habían cansado de jugar con Kashi o qué, pero el perro ahora jugaba solo mientras masticaba la pelota de tenis. Las niñas parecían estar persiguiendo algo.

—Creo que no deberíamos subestimarla. Todavía no ha llorado por nada.

Quería poner los ojos en blanco, pero no lo hice, porque entendía de dónde venía. Si era sincera, yo le caía mal a Neva y Neva me caía mal a mí, pero con Evan se querían mucho. Era quien mejor la manejaba luego de sus padres.

—¿Qué están persiguiendo? —preguntó él con los ojos entornados su dirección.

No estaba segura. No parecían estar persiguiendo nada en particular.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora