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Me desperté porque escuché que Demian lloraba, lo cual sucedía solo cuando le agarraba el hambre de la madrugada. Eran las 4:30 AM. Evan parecía haber estado muy cansado, pues ni se inmutó.

Por suerte el bebé tomó su leche y continuó durmiendo sin problemas. Aproveché e hice mi camino hacia las habitaciones de mis hijas. Sophia estaba durmiendo despatarrada en su cuna de bebé grande. La cubrí y regulé la temperatura de la habitación. Dejé un beso en su cabeza y crucé el pasillo para ir a la habitación de Gemma. Me detuve en la puerta, pues la cama estaba abierta y vacía.

Me sentí paranoica al instante. Giré en el lugar, mirando alrededor del pasillo ligeramente iluminado. Fui hacia el baño que estaba dentro de la habitación, pero no había nadie. Bajé hacia la cocina. Tampoco. Me acaricié el pecho y cerré los ojos. ¿Quizás estaba en la habitación de cine? Hice dos pasos en esa dirección, cuando mis ojos se abrieron. Sentí algo similar a lo que mi madre hacía cuando le daba de beber hojas doradas a alguien y luego le sacaba la verdad.

Me dirigí hacia la salida trasera y caminé hacia la baranda del balcón.

Gemma estaba parada sobre el césped de la parte izquierda del jardín, desde mi perspectiva. Fui hacia la esquina del balcón, observándola con curiosidad. Ella estaba descalza, aún vistiendo su camisón, y sus rizos estaban sueltos. Me abracé a mi misma, porque era una noche fresca. Ella parecía no tener frío. Todo su cuerpo, su rostro, sus ojos, apuntaban hacia la misma dirección.

Luego de observarla unos minutos y notar que no hacía nada, bajé las escaleras y me acerqué a ella lentamente, sin hacer ningún sonido. Quería intentar ver o captar lo que ella, pero no había nada alrededor. Solo una ligera brisa que me despeinaba e irritaba.

Gemma también estaba despeinada. Sin embargo, tener los pelos en cualquier lado nunca le había molestado. Como a mí antes de que la realeza de Goldenwood me mal acostumbrara.

—Gemma —llamé.

Ella giró en el lugar con un respingo y un jadeo de sorpresa.

Me miró con los ojos abiertos a la par. Entre los rizos despeinados que bailaban frente a su rostro, podía ver que sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas. Una se deslizó por su mejilla.

—Mami —pronunció con la voz quebrada.

Me preocupé enseguida. Me acerqué a ella y me agaché para estar un poco más a su altura. Quité los pelos de su cara para poder mirarla mejor. Ella no se veía triste ni preocupada. No parecía ser consciente de sus lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunté—. ¿Qué haces aquí afuera a estas horas? Deberías estar en la cama.

Hizo esa cara que ponía cuando la retaba.

—Lo siento.

Ladeé la cabeza.

—Está bien. Me preocupé por un momento, no te encontraba. ¿Me puedes decir que haces aquí afuera?

No me preocupaba del todo que estuviera afuera sola, ya que nadie más que las personas autorizadas podían acceder nuestro terreno. Sin embargo, no me dejaba tranquila que hubiera escapado de su cama en la madrugada. Esa actitud me parecía extraña.

—Escuché una canción.

Fruncí el ceño.

—¿Una canción?

Ella asintió y bajó la mirada, afligida. Se le escapó otra lágrima.

—Sí. Es una melodía melancólica y sinfín.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora