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 Evan observó a su esposa y a sus hijas, sentadas en el suelo de la habitación de Gemma, mientras Brenda las ayudaba a armar un rompecabezas. Sophia solo elegía piezas y las pasaba, esperanzada de que quizás encontraría la que estaban buscando, mientras Gemma entendía un poco más y buscaba piezas que podrían acertar.

No quería irse. Era solo una semana para poder ayudar con su bar en Milán, pero ¿una semana sin estos seres que siempre le iluminaban el día? Evan sabía que la semana se pasaría lenta y dolorosamente, solo porque quería que se pasara rápido. Más que nada porque un día después de su vuelta era el cumpleaños número cuatro de Gemma.

Todavía le costaba creer que habían transcurrido casi cuatro años desde aquel día. Cuatro años desde todo. Desde que su madre se recuperó, desde que él se enteró de la verdad de Isabelle, desde que conoció a Brenda, desde que era completa y absolutamente feliz.

Aunque sí le hubiera gustado que las cosas con su ex terminaran de otra manera. Recordaba con claridad la última vez que la había visto en el jardín trasero de su casa. Ese día había vuelto del castillo como cualquier otro día, esperando ver a Brenda y a Gemma, y pasar el resto del día con ellas... Solo para llegar y que su felicidad fuera aplastada por Isabelle.

No sabía de qué habían estado hablando, y nunca lo supo. No le interesaba saber qué clase de palabras hirientes se cruzaron, pero sí estaba en su interés el bienestar de su esposa. Resulta que dejó que hablaran a solas sin lucha y lucía bastante orgullosa de sí misma al girar con Gemma en brazos.

Isabelle comenzó a divagar sobre lo mala que era Brenda para él, el amor que le faltaría a su hija y que todo estaría mejor en cuanto se fuera con ella a París. Evan la tomó por los hombros, deteniendo su discurso, y dijo con voz clara y firme:

—No te amo, Isabelle. Debes volver a París a continuar con tu vida. Sé que pronto encontrarás a alguien que te ame como lo mereces, pero ese no soy yo. Yo amo a Brenda, ella y Gemma son mi familia ahora y no permitiré que nada malo les pase.

Su ex se largó a llorar, quitó los manos de Evan de su cuerpo y murmuró algo que sonó como todos los hombres son unos asnos y se fue tan rápido como llegó. Él no iba a negar que le sorprendió su falta de resistencia sobre el tema. Sin embargo, estaba aliviado de que por parte de Isabelle, al menos, ya no habrían problemas.

Y no importaba cuánto tiempo hubiera pasado desde que él comenzó a vivir realmente, a querer que su felicidad dependiera de la felicidad de personas que eran más importantes para él que cualquier otra cosa. Incluso su vida misma. Porque sin las personas que amas la vida no tiene sentido.

Así fue que Evan dejó salir un suspiro y se obligó a tomar un avión a otro país, lejos de su familia y suplicándole al destino que no atrasara el reloj.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora