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Me levanté sobre mis codos y miré a la doctora Maïte Dulieu sin expresión.

—¿Qué acabas de decir?

Ella miró a Evan y luego a mí, luciendo cándida.

—Estás embarazada de gemelos.

Mis hombros cayeron. Maldición...

—¿En serio? ¿Estás segura?

—Sí... Aquí hay uno —indicó la pantalla—, y aquí está el otro.

Fulminé a Evan con la mirada.

—Te dije que estaría bien con solo uno.

Él alzó las cejas.

—¿Cómo es esto mi culpa?

—Tú y tu esperma.

Evan solo sonrió.

Nos encontrábamos en mi segunda cita con la doctora Dulieu, quien estaba de visita en Goldenwood especialmente para esta ocasión. Volví a recostarme mientras ella volvía a mover el aparato sobre mi vientre. El bulto allí era más más grande de lo que alguna vez había sido en esta instancia, pero solo pensé que era mi vientre ensanchándose más rápido por ser mi cuarto embarazo. No pensé que sería porque hay dos bebés.

Dije un solo hijo más. Uno solo más. ¿Cómo había terminado con dos de un tirón?

Este embarazo, ahora mismo, era el resultado de la espontaneidad. Siempre nos habíamos cuidado con condones, porque la única vez que intentamos con la píldora mi periodo menstrual terminó siendo un lío por olvidarme tomar algunas.

Así que esa única vez que lo hicimos sin condón porque no teníamos, sabía que existía la posibilidad de quedar embarazada, pero me tomó desprevenida de todas maneras cuando la prueba dio positivo. Maïte lo confirmó el mes pasado con una prueba de sangre y orina, y ahora estaba teniendo mi primera ecografía.

Evan ganó. Demian ya caminaba y hablaba bastante, y ni hablar de ir al baño. Gemma y Sophia ya no eran bebés tampoco.

—Quince semanas de embarazo —repitió Maïte, asintiendo mientras observaba la pantalla—. Dos gemelos saludables. Mira, Brenda, puedes ver las manos, los pies, sus estómagos. Y podemos escuchar...

Tocó algo en la máquina y giró el aparato sobre mi estómago hacia la derecha. Un sonido que se repetía rellenó la habitación. Después de tres embarazos, ya reconocía el sonido.

—Ese es el corazón de este bebé —apuntó a la pantalla. Movió el aparato. Los latidos parecieron pausar y comenzar otra vez—. Y ese es el corazón de este bebé —apuntó al otro.

Miré a Evan. Su mirada estaba pegada en la pantalla, pero su mano buscó la mía, entrelazó nuestros dedos y los llevó a sus labios. Volteó a verme. Sus ojos estaban colorados con emoción.

—Pero, Bren, ¿no es genial? Tener gemelos es genial.

—¿Estás jodiendo? —refuté—. Difícil es lo que es. Es complicado con uno solo, dos es... Es obviamente es el doble de difícil. Ni hablar de que tenemos otros tres hijos de los cuales debemos cuidar.

Evan apretó mi mano y pasó la yema de su índice por la punta de mi nariz con la otra. Me sonrió.

—Todo estará bien. Hemos resultado ser buenos padres, después de todo, y los niños tienen 9, 7 y 5.

Suspiré y cerré los ojos. Este gen, indudablemente, venía de la familia de mi madre, los Morel. Ella misma tenía una hermana gemela, mi tía Adelle. La doctora Dulieu movió el aparto otra vez y la escuché murmurar que estaba tomando fotos para que tuviéramos.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora