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Durante mucho tiempo, su cercanía se había convertido en esa sensación maravillosa que todos sentimos alguna vez y que, cuando sabemos que no volverá a recorrer nuestro cuerpo, la evocamos en nuestra memoria y conseguimos sentirla con menos intensidad. Pero lo conseguimos, y eso nos da esperanza.

Fue tan fascinante sentirlo cerca de nuevo de forma tan vívida, tan real después de haber pasado tanto tiempo intentando que mi cuerpo consiguiera imitarla, que no pude evitar cerrar los ojos cuando terminé de hablar. Necesitaba que todos mis sentidos se apagaran para poder sentir su cuerpo pegado al mío con más intensidad, para intentar convencerme de que sus labios a centímetros de mi boca y su respiración acompasando la mía no formaban parte de los recuerdos eternos del verano pasado, sino que no eran nada menos que la realidad.

Pasamos así un tiempo indefinido en el que respiré su aroma y sentí su piel envolviendo la mía. Con los ojos cerrados, con los sentidos despiertos, con los cuerpos pegados.

—Esto es una locura, ¿verdad? —pregunté en un susurro sobre sus labios, todavía con los ojos cerrados.

—"Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce".

Esbocé una pequeña sonrisa mientras abría los ojos y me encontraba con los suyos.

—¿Pablo Neruda?

Él asintió y sonrió de esa forma tan suya, que, vista desde tan cerca, me derritió el corazón y me provocó un temblor en las piernas.

Entonces, recordé algo muy importante y me separé de él al instante, alarmada.

—¿Cómo se lo voy a decir a mis padres? No me dejarán. ¡No voy a poder quedarme!

—¿Y si hablas con ellos antes de entrar en pánico? —dijo Alan riéndose de mí. Yo lo fulminé con la mirada—. ¿Qué? Era solo una sugerencia.

A mí no me hacía gracia. Por fin una decisión de la que estaba completamente segura, después de haber dudado mucho, como siempre; y ahora que ya me había hecho ilusiones no podría hacer lo que quería. Porque, pensándolo bien, mis padres eran una parte importante de la ecuación, y si ellos se negaban a dejar que me quedara, entonces no podría hacerlo.

Empecé a respirar muy rápido y cerré los ojos intentando relajarme. Cuando Alan notó que me estaba poniendo nerviosa, se acercó a mí y me abrazó.

—No pasa nada, estoy seguro de que te dejarán quedarte. Ve a hablar con ellos.

La verdad es que sí que parecía muy seguro.

Sí, soy una dramática, no le demos más vueltas. Pero es que des del momento exacto en el que había decidido quedarme en Roma, no había sido capaz de imaginar el resto del verano de cualquier otra forma. Ahora que ya sabía lo que quería, conocer la posibilidad de que la felicidad que mi cuerpo había adoptado desapareciera daba miedo. Porque mis ojos ya se habían iluminado con el brillo de la ilusión y mi estómago ya se había llenado de mariposas alborotadamente contentas.

De verdad deseaba quedarme en Roma. De verdad deseaba quedarme con Alan.

—¿Cómo estás tan seguro? —me separé un poco para poder mirarlo.

—Tu padre me adora, creo que está deseando que te quedes conmigo.

Solté una carcajada y puse los ojos en blanco.

—Creído.

—¿Quieres que te acompañe a hablar con ellos?

—No hace falta, puedo ir sola. Pero gracias. Por todo.

Él sonrió ampliamente y empezó a caminar en la dirección que habíamos estado siguiendo, pero entonces se giró y vio que yo no me movía. Supongo que siguió la dirección de mi mirada y se dio cuenta de que, una vez más, me había quedado embobada observando el Coliseo.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora