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Cuando miré a mi alrededor, supe que no era la única que estaba descolocada. Todos miraban a Odetta como si tuviera tres cabezas, y yo me incluía. Pero a ella no parecía importarle, porque a los pocos segundos se sentó al lado de Leo y se puso a contarles a todos cómo había ido no sé qué viaje a Francia, como si no se acabara de presentar de la manera más extraña que había presenciado en mi vida. Y hablo en tercera persona porque no exagero cuando digo que no me miró ni una sola vez más. Ni una. Era como si después de haberme visto por primera vez no le hubiera dado más importancia a mi existencia que a la de un insecto de tamaño microscópico.

Y tuve claro que lo que me dijo fue una advertencia, en forma de presentación. La sonrisa falsa y la mirada condescendiente me indicaron que, según ella, acababa de entrar en su guerra y me sería imposible ganar, cosa que me parecía totalmente absurda puesto que yo me iría en menos de una semana y sería algo pasajero en la vida de Alan, tal y como lo fui el verano pasado.

De todas formas, aunque no hubiera espacio para confrontaciones sin sentido, aquello me molestó. Me pareció muy rastrero que a partir de lo poco que sabía de mí me considerara una amenaza para ella y me lo demostrara de forma tan clara, era una falta de respeto. Además de que carecía de sentido, por supuesto, porque hacía casi un año que Alan y yo no coincidíamos y nada más que este encuentro casual podría suceder entre nosotros. Su reacción al verme había rozado lo ridículo, y Odetta me cayó mal al instante. No por ser la ex novia de Alan, sino por haberse presentado como mi oponente cuando yo ni siquiera había pensado en pisar el campo de batalla.

Toda buena impresión que su bonita apariencia pudiera haberme dado se desvaneció cuando terminó su primera frase. Y era muy guapa, de verdad. Su pelo largo y negro caía por su espalda como una cascada ondulada, contrastando así con su tez pálida y su piel fina. Sus ojos verdes y esas curvas que recorrían su cuerpo acababan de darle ese toque atractivo y casi irresistible que, aunque no la conocía, supe al instante que la caracterizaba por completo. Tenía una voz aterciopelada y que parecía hechizar con su melodía. Era como si su simple presencia llenara la habitación y empequeñeciera las demás. Intimidaba bastante.

Pero como no la conocía, decidí que juzgarla a partir de lo único que me había dicho no estaba bien, así que pensé que le daría una segunda oportunidad. A lo mejor era una buena chica y solo habíamos empezado con mal pie. La primera impresión no lo es todo, ¿verdad?

—¡Me estoy muriendo de hambre! —se quejó Alessandro.

—Todavía tenemos que hacer la comida —dijo Alan, que ahora se había sentado a mi lado.

—¿Qué? ¡Pero tardaremos mucho! Yo tengo hambre.

Alessandro parecía un niño pequeño enfurruñado porque no le habían regalado el juguete que quería. Yo sonreí con diversión mientras los demás se reían abiertamente.

—Sí, sí, vosotros reíos, pero cuando me muera por vuestra culpa os denunciaré.

—No podrás porque estarás muerto, genio —dijo Leo

—Y tu nombre irá el primero.

—¿Quieres que empecemos a preparar ya la comida? —le preguntó Alan—. Solo tenemos que calentar la salsa y hacer la carne. Tardará unos quince minutos, espero que puedas aguantar ese tiempo sin morirte.

—Mhm ¿y no podríamos ir a un restaurante?

—¿Por qué? —dijo Odetta—. Si ya tenéis la comida casi preparada, ¿no? Habrá suficiente para mí también, ¿verdad?

Genial, se acababa de auto invitar.

—A mí me apetece más salir a un restaurante —añadió Chiara.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora