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—¿A dónde has dicho que te vas? —preguntó Paula.

—A Lecce, la ciudad de Alan. Quiere ir a visitar a sus padres un par de semanas y quiero ir con él.

—¿Y no te pone nerviosa conocer a sus padres?

—¿Nerviosa? Llevo dos días hiperventilando.

Escuché la risa de Paula a través del móvil y tuve unas ganas inmensas de traspasar la pantalla y ver su sonrisa. La echaba de menos.

—No te preocupes, todo irá bien. Seguro que a sus padres les encanta la chica que quiere robarles a su niñito.

—Sí, sí, muy graciosa, pero no ayudas.

Hacía una semana que había decidido quedarme en Roma. Cuando le di la noticia a Paula casi se cayó de la cama, y cuando le conté que me quedaría con Alan, se cayó.

Los últimos días habían sido maravillosos. Dejando a un lado la increíble ciudad en la que estaba viviendo, la magia de sus calles y la melodía de su gente; me encontraba fantásticamente acompañada. Alan y yo habíamos pasado muchísimas horas hablando, mirándonos a los ojos, recuperando el tiempo que habíamos estado sin vernos. Aprendí a saborear sus labios de nuevo; empecé a acostumbrarme a sus ojos colisionando con los míos, creando una explosión de luz y colores cada vez que se comunicaban sin necesidad de palabras; sentí cientos de escalofríos cada vez que juntábamos piel con piel, su mano en mi mejilla, sus besos en mi cuello, sus dedos inventando caminos por todo mi cuerpo; y por fin pude asimilar que de verdad estaba a mi lado después de haberse pasado tantos meses paseando de forma casi espectral por mis recuerdos.

Y sus amigos eran geniales. Con el paso de los días, Chiara iba convirtiéndose en una buena amiga en la que sabía que podía confiar, y vivir con Leo y Alessandro no era tan malo como en un principio había pensado. Por lo menos me reía cada vez que me cruzaba con alguno. No había vuelto a coincidir ni una sola vez con Camillo y Odetta, así que mi vida en aquel momento no podía ir mejor.

—Tranquila —dijo Paula conteniendo una risa. No podía creerme que se estuviera divirtiendo con esta situación—. Les vas a caer bien, eres una buena chica.

—Vaya, creo que es lo más bonito que me has dicho en tu vida.

—Sí, y no esperes que lo vuelva a repetir, que se te sube a la cabeza

Puse los ojos en blanco y visualicé la sonrisa que probablemente tendría en mi imaginación.

—¿Y dónde vas a quedarte?

Me quedé en silencio unos instantes. No quería responder.

No hicieron falta palabras para que Paula me entendiera. Empezó a reírse.

—¡No me jodas! ¿Vas a quedarte en casa de sus padres con él? Esto es mejor que una telenovela turca.

—No es gracioso. Le dije a Alan que me quedaría en algún hotel y me contestó que ya había hablado con su padre y que le parecía bien que me quedara con ellos.

—Vas a conocer y a dormir con tus suegros. ¡La mejor combinación de la historia! —Soltó una carcajada y yo tuve que reprimir mis ganas de reírme con ella. Si no lo estuviera viviendo en primera persona, también estaría así.

—Como vuelvas a reírte cuelgo, Paula.

—¿Qué? No, no, vale, me callo.

Entonces, para despejar mi cabeza y aclararme un poco el caos mental que tenía, se lo conté todo de nuevo. Esta tarde me iría con Alan a Lecce, su ciudad natal, a pasar un par de semanas ahí y a visitar a sus padres. Hacía tiempo que no los veía y antes de encontrarse conmigo ya había planeado la escapada. Me invitó a venir, diciéndome que era totalmente comprensible si quería quedarme en Roma y que no pasaba nada. Pero yo acepté, quería estar con él. Roma era una ciudad bellísima y me faltaban muchísimas calles por recorrer, pero no nos vamos a engañar; la ciudad me había enamorado, pero él lo había hecho más. Y si tenía que elegir una razón por la que había decidido quedarme, esa era, indudablemente, Alan Martinelli. Al final del verano nos separaríamos y quería pasar el mayor tiempo posible con él. Además, la ciudad eterna no era lo mismo si no podía girarme y ver esa sonrisa tímida, si no podía percibir su mirada en mi nuca, si no podía hablar y que me respondiera una voz dulce con acento italiano. Porque al fin y al cabo los lugares son personas. Ni Roma me habría enamorado tanto si no hubiera venido con mi familia ni habría decidido quedarme si no me hubiera encontrado con esos ojos oscuros que había echado tanto de menos. Los lugares son personas, y allá donde fuera Alan, quería estar yo.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora