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Fui a mi habitación para cambiarme y ponerme algo más bonito para la noche. Cuando salí, me di cuenta de que todo el mundo estaba ya ahí, preparado y esperándome. Me sentí un poco mal por haberlos hecho esperar, pero pronto me di cuenta de que probablemente ni se habrían percatado de mi ausencia. Hablaban entre ellos, animados, y ninguno fue consciente de que había salido de la habitación ni parecía tener prisas por salir. Parecían emocionados. Chiara hablaba con Leo, y Alessandro y Alan conversaban animadamente con una Odetta callada y sonriente de pie a su lado.

El único que me vio dos segundos después de llegar fue Alan. Giró la cabeza cuando escuchó el sonido de mis pasos y pude ver cómo sus ojos me analizaban de arriba abajo sin ningún rastro de esa timidez que tanto lo caracterizaba. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y sonreí mirando al suelo. Nadie nunca me había mirado así, con esa adoración y ese brillo juguetón en los ojos a la vez.

Me había puesto un vestido de tubo corto de color negro con tirantes de hilo. Era sencillo y cómodo, pero me quedaba genial. Me lo había llevado a Roma con la intención de ponérmelo para alguna cena en un restaurante bonito, pero no lo había usado hasta entonces. Me sentí guapísima con él. Poderosa.

Dejó la conversación a medias y se acercó a mí con paso firme. Me cogió de la cintura, me apretó suavemente contra su cuerpo y me dio un beso fugaz en los labios seguido de una sonrisa encantadora. Me dio miedo que pudiera escuchar los latidos de mi corazón acelerándose por un gesto tan simple, pero es que me encantaba.

—Eres preciosa, ¿lo sabías?

—Algo me habían dicho.

Él sonrió más y me acarició la espalda con las yemas de los dedos.

—Venga, tortolitos, ¿nos vamos? —preguntó Alessandro, que daba hasta saltitos de lo emocionado que estaba.

Nosotros nos separamos y asentimos con una sonrisa. Nos dedicamos una última mirada y salimos del piso con los demás.

Iríamos caminando. Alessandro había dicho que la discoteca no estaba lejos del apartamento y que así si bebíamos más de la cuenta no tendríamos problemas con el tema de conducir. A todos nos pareció bien, aunque Odetta se quejó un poco al principio por tener que caminar más de cinco minutos seguidos.

Hubo un momento en el que, mientras nos dirigíamos a la discoteca, me paré un par de segundos a analizarlo todo como se merecía. Porque a veces no nos parábamos a apreciar los pequeños momentos, demasiado concentrados en seguirle el ritmo acelerado a la vida. Con prisas, sin fijarnos en los detalles. Sin fijarnos en la insignificancia que nos daba la felicidad sin que nos diéramos cuenta. Así que dejé de pensar por unos instantes y los observé a todos.

Alan estaba guapísimo con sus vaqueros y sus camisetas monocromáticas, y sonreía todo el rato. Me sonreía todo el rato. Alessandro se había arreglado un poco más y llevaba una camisa blanca entreabierta que le daba un estilo desenfadado y divertido. Se le veía tan emocionado que me hizo feliz verlo así. Chiara estaba preciosa y conversaba con Leo, que llevaba una camiseta de Spider-man que me hizo sonreír. Siempre estaban hablando el uno con el otro, y puede que me lo estuviera inventando, pero percibía un brillo disimulado en sus ojos cuando se miraban. Y después estaba Odetta, que caminaba sola a un lado. Ella siempre estaba guapísima, pero en ese momento me dio la impresión de que no le importaba. De que eso no era lo que quería.

Todos estábamos atravesando la noche de Roma para acabar bailando y riendo entre desconocidos. La emoción se notaba en el ambiente, y la Ciudad Eterna prometía crearnos recuerdos preciosos entre sus murallas. En ese momento me sentí feliz. Por Alan, por mí, por todos esos amigos que ahora también eran míos y por una ciudad que escondía magia entre sus calles.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora