Los padres de Alan se fueron al día siguiente por la tarde. Él tenía que pasar la mañana con ellos, pero no lo hizo. Estuvo conmigo. Despertamos en la misma cama por primera vez en varios días y pude observar su rostro dormido cuando unos escasos rayos de sol iluminaron un poco la habitación. No sabía de dónde había sacado la fuerza de voluntad suficiente para dormir en mi habitación teniendo la posibilidad de dormir en la suya con él durante tantas noches. Me encantaba abrir los ojos por la mañana y ver que Alan estaba a mi lado. Me daba una sensación de eternidad que no me gustaría perder nunca.
Lo desperté sin querer cuando estaba levantándome para ir a beber algo.
—¿A dónde vas? —preguntó con voz ronca y los ojos entrecerrados.
Me pareció una pregunta un poco ridícula e iba a contestarle con sarcasmo, pero luego vi las arrugas de aflicción en su expresión y analicé el tono en el que había hablado. Estaba nervioso, preocupado, ansioso.
Temía que me fuera de verdad.
—A la cocina. Vuelvo en un momento.
—Espera —dijo, aunque su expresión se había relajado y ahora sonreía—. Ven un segundo.
Me acerqué imitando la sonrisa de sus labios y vi cómo Alan se sentaba en la cama, deshaciéndose de la sábana que cubría su torso desnudo. Lo miré durante unos segundos y tuve ganas de acurrucarme en su pecho y dormirme ahí hasta que todo lo demás dejara de importar.
—Te he echado de menos, bella.
—Yo a ti también, Martinelli.
Me dio un beso en los labios que me descolocó el corazón y salí de la habitación hacia la cocina.
Es curioso. Ni Alan ni yo habíamos salido del piso en los días que habíamos estado enfadados, pero nos sentíamos tan lejos el uno del otro que daba igual cuán cerca estuvieran nuestros cuerpos. Un abismo se había creado entre nosotros, y aunque solo nos separara una pared, había un universo entero que nos alejaba. Durante ese tiempo descubrí que no importa lo lejos o lo cerca que estuviera de él, que lo importante era cómo nos sintiéramos respecto al otro.
Los sentimientos crean muros y derrumban murallas. La distancia es solo un factor más.
Me bebí un vaso de agua y le traje otro a Alan cuando volví a la habitación. Sin embargo, nada más lo dejé en la mesita, él me cogió de la cintura, me tiró a la cama y me llenó de besos. Me quitó la ropa, yo le quité la suya y nos perdimos en caricias, jadeos y labios enrojecidos.
Mi italiano. Lo había echado tanto de menos.
Estaba hablando con Alessandro en el salón cuando llamaron a la puerta. Alan apareció desde su habitación y abrió para recibir a sus padres, que venían a despedirse. María entró con el rostro ensombrecido, parecía triste. Carlo, por otro lado, no lucía su habitual sonrisa encantadora, pero tampoco parecía demasiado preocupado. Simplemente se notaba que Leo ya se lo había explicado todo y que la tensión que se había respirado el día anterior ahora también podía notarla él.
Sin embargo, sonrió cuando me vio.
—Mar, hija, te he enviado por correo los primeros capítulos de mi nuevo libro. Cuando lo leas me dices algo. Y sé sincera, por favor, que lo necesito. Pero si te parece una mierda, me lo dices con tacto, ¿eh?, que el ego herido cuesta mucho de curar.
Empecé a reírme y él me siguió. Ese hombre era un cielo.
—De acuerdo, lo haré —le respondí con una sonrisa.
—Ha sido un placer volver a verte. Ven a Lecce cuando quieras, ¿vale?
Yo asentí y recibí su abrazo con cierta tristeza porque se marchara.
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Las consecuencias de un nosotros
RomanceADVERTENCIA: esta es la segunda parte de una bilogía. Si no has leído la primera, ve a mi perfil y busca "Las consecuencias del desamor". ... ¿Cómo se vive al lado de alguien que sabes que vas a perder? ¿Cómo se afronta una pérdida que ya se ha vivi...