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Cuando volvimos a la sala de cine, nos encontramos con que todo el mundo ya estaba saliendo. Le pedí disculpas a Alessandro un millón de veces por haber hecho que se perdiera la película, pero me dijo que no pasaba nada y que tampoco era tan buena.

—Para eso están los amigos, ¿no? —Sonrió.

Se había quedado en el baño conmigo hasta que había sido capaz de dejar de llorar y empezar a respirar con normalidad. Un par de mujeres habían entrado y nos habían mirado con una mueca extraña, sobretodo a Alessandro, al que sospechaba que estaban pensando en denunciar por entrar en el baño de chicas.

Nos cruzamos con los demás a las puertas de la sala de cine. Era demasiado obvio que había llorado y por eso no intenté ocultarlo, pero la verdad es que me daba un poco de vergüenza que todos lo vieran.

Alan se dio cuenta al instante en que nos vio. Sus ojos se clavaron en mí casi de forma automática, como de costumbre, pero entonces se percató de mis ojos rojos e hinchados y vino a paso rápido a estrecharme entre sus brazos.

—¿Estás bien, bella?

Me encogí de hombros y evité mirarle a los ojos, aunque los suyos buscaban los míos casi desesperadamente.

—Cuando lleguemos a casa necesito hablar contigo.

Alan se quedó en silencio unos instantes. Sus ganas de preguntarme y el miedo que transmitía su mirada eran casi palpables, pero decidió que era mejor dejarme mi espacio y simplemente asintió, aunque me volvió a abrazar y a darme un beso en la frente.

Odetta y Camillo, como toda persona que tuviera ojos y más de dos neuronas, también se percataron de las lágrimas que mis ojos habían derramado. La primera, contra todo pronóstico, no sonrió con triunfo ni se burló de mí de forma cruel. De hecho, fui capaz de entrever un gesto de arrepentimiento en su rostro que me sorprendió. Camillo, no obstante, no expresó ninguna emoción visible, simplemente se ahorró más comentarios y sugerencias que no sabía si podría soportar en aquel momento.

También necesitaba hablar con él para que le quedase claro que no quería tener absolutamente nada que ver con él, que su actitud me incomodaba y que me dejara en paz de una vez. Pero ya lo haría, ahora no era el momento.

Salimos del cine y esperamos en un banco a que Chiara y Leo salieran, porque la película de Marvel duraba media hora más. Ojalá hubiera ido a verla, seguro que había sido increíble.

Parecía que el resto del mundo siguiera girando, como si no se hubiera percatado de que el mío se había parado. Nuestros amigos conversaban con total normalidad sobre la película, aunque Alan no participaba activamente y me miraba de reojo como si tuviera miedo de que me asustara si me miraba directamente; y Alessandro sí que charlaba con normalidad pero de vez en cuando me miraba para cerciorarse de que estaba bien, cosa que le agradecí con una honesta sonrisa tímida.

Al poco vimos salir a Leo y Chiara del cine, riéndose abiertamente de algo que probablemente solo entenderían ellos. Parecían una auténtica pareja.

—Ey —dijo Leo nada más llegó a nuestro lado—, ¿sabéis que Chiara ha tirado todas las palomitas de la señora de al lado al suelo cuando se ha asustado con una explosión? ¡Ha sido buenísimo! —Y estalló en una carcajada por la que Chiara le golpeó el brazo.

—Oye, por lo menos yo no me he puesto a llorar como un niño en el final.

—¡Es que lo raro es que no hayas llorado tú! ¿Qué clase de ser insensible no soltaría una lágrima con ese final?

—Uno que no se ha enterado de la mitad de la película porque alguien no dejaba de contarle las biografías de todos y cada uno de los superhéroes que aparecían en la pantalla.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora