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Durante los siguientes dos días juré más de diez veces que no volvería a beber, y Alessandro se rio de mí y me puso en duda cada una de ellas. Pero yo lo decía de verdad, totalmente convencida, y Chiara me apoyaba. Fueron los peores dos días de mi vida. Vomité más veces de las que puedo contar y pensé que me iba a desmayar otras muchas. Lo único que lo hacía soportable era que Alan estaba conmigo, dándome mimos cada vez que me veía mal. Y no me lo merecía, porque nunca había bebido tanto, mi cuerpo no estaba acostumbrado y yo lo sabía; pero bebí de todas formas. Culpa mía.

La resaca me había durado un par de días, con leves secuelas durante el tercero, pero lo había pasado realmente mal. Sin embargo, la compañía de mis ahora compañeros de piso me ayudó mucho, y mira que suelen ser irritantes, pero después de haber solucionado el altercado con las entradas inexistentes de Alessandro, todo volvió a la normalidad y se instaló el buen rollo de nuevo entre todos. Leo y Alessandro me hacían reír cada vez que me los encontraba, Chiara pasó esos días con nosotros y se quejaba conmigo, cosa que me ayudó a sentirme menos inútil; y Alan bueno, era Alan. Me miraba como si pudiera estar haciéndolo toda la vida, me tocaba como si no hubiera nada más preciado en el mundo que mi piel y me escuchaba siempre como si le estuviera contando la historia más apasionante del mundo aunque le estuviera diciendo que me dolía la tripa por el alcohol.

Alan siendo Alan. Mi italiano favorito.

Durante el primer día de resaca, recordé que había sido el cumpleaños de Alan, y semanas antes de enterarme ya tenía pensado regalarle algo. Creí que sería la oportunidad perfecta, así que cogí mi ordenador y lo compré, segura de que le iba a encantar.

Cuando estuve ya totalmente recuperada decidí que era el día. Me desperté feliz, ilusionada, y como tenía a Alan al lado, dormido dándome la espalda, decidí despertarlo con un mordisco en la mandíbula que le hizo fruncir el ceño y entreabrir los ojos. Acto seguido, sonrió y me recogió con fuerza entre sus brazos para darme un mordisco en el hombro cuando no me diera cuenta. Yo me indigné y se lo devolví. Entonces empezamos a forcejear en una guerra de mordiscos que terminó en risas, besos acalorados, cuerpos desnudos y millones de caricias.

Salimos de la habitación una hora después y nos encontramos a Leo y Alessandro en el salón, mirando las noticias.

—¿Desde cuándo vosotros veis las noticias? —pregunté extrañada.

—Desde que somos adultos maduros y responsables que se interesan por lo que está pasando en el mundo —respondió Leo muy digno.

—Y además —empezó Alessandro emocionado—, ¡hoy saldrá una entrevista de uno de los mejores jugadores de videojuegos del mundo!

—Con lo bien que podríamos haber quedado —dijo Leo poniéndose una mano en la frente.

—Eso lo explica todo —me susurró Alan con una sonrisa.

—¿Habéis desayunado ya? —Y me dirigí a la cocina.

—No, iba a hacer algo ahora —respondió Leo.

—Pues no os preocupéis, que ya lo hago yo. Me apetece.

—De acuerdo. Y haz tortitas, ya que estás —pidió Alessandro como un niño pequeño.

Accedí, porque la verdad es que a mí también me apetecían. Les pregunté a los demás si les parecía bien que pusiera música mientras cocinaba, y no objetaron nada, principalmente porque a Leo y Alessandro les daban exactamente igual las noticias y les hizo bastante más ilusión escuchar música española. Así que puse mi playlist de música española favorita y La casa por el tejado, de Fito y Fitipaldis, llenó el salón.

A Alessandro le gustó tanto la canción que me hizo ponerla cuatro veces seguidas antes de dejar que sonara la siguiente.

Tardé un poco más de media hora en hacer las tortitas para los cuatro, y me lo pasé genial. La música de fondo, Alan a mi lado, los italianos en el salón emocionados con las canciones y el aroma de las tortitas envolviéndonos a todos. Me sentí feliz.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora