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Cuando entramos al apartamento, nos encontramos a Alessandro sentado en el sofá con la mirada fija en la televisión y un enorme cuenco de palomitas en su regazo. Iba en calzoncillos. No se dio cuenta de nuestra presencia hasta que Alan carraspeó. Entonces se dio la vuelta.

—A ti te podrían robar mientras estás viendo la tele y no te darías ni cuenta.

—¡Chicos, ya estáis aquí!

Se levantó de un salto del sofá y en lugar de rodearlo para llegar hasta nosotros lo saltó y se plantó delante de Alan para darle un abrazo de oso. Luego me dio a mí otro igual que podría haberme destrozado las costillas si no hubiera opuesto un poco de resistencia.

—¡Os he echado tanto de menos!

La sonrisa no le cabía en la boca.

Nosotros nos apartamos para que pudiera saludar a Leo y a Chiara, pero Alessandro, cuando los vio, frenó en seco, frunció el ceño y entreabrió los labios.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —Y los señaló con expresión confusa.

Ellos estaban casi en el umbral de la puerta. El brazo de Leo rodeaba la cintura de Chiara y estaban extremadamente juntos, como si alguien hubiera puesto pegamento en sus cuerpos y luego los hubiera empujado para que no pudieran separarse.

—Ah, sí —comentó Leo con indiferencia—. Se me había olvidado contártelo: ahora estamos juntos.

—¡¿Qué?!

—Que ahora estamos juntos —repitió Chiara con una sonrisa.

—Sí, sí, lo he oído. Pero ¿cómo?

Ellos se miraron con una complicidad que nunca antes había visto. Se sonrieron, y, a la vez, simplemente dijeron:

—Florencia.

—Oh, muchísimas gracias. ¡Ahora lo tengo todo mucho más claro! —respondió Alessandro con tal cara de indignación que tuve que taparme la boca para no reírme.

—Bueno, ya te lo contaré —dijo Leo, y le abrazó. Chiara también lo hizo y desaparecieron los dos por el pasillo—. ¡Por cierto, Chiara se queda a dormir! —gritó desde su habitación.

Alan se rio y yo no pude evitar hacer lo mismo. Entonces Alessandro nos miró como si fuéramos los culpables de todos sus problemas.

—¿Me podéis decir qué coño lleva el agua de Florencia para que pasen estas cosas?

—No sé qué lleva el agua —respondí—, pero el aire en sí lleva magia.

—¿También os habéis drogado allí o qué?

Cuando empezamos a reírnos de nuevo, se fue enfurruñado a su habitación. Yo lo seguí corriendo.

—¡Oye, espera! —Se paró delante de la puerta—. ¿Cómo han ido estos días con Paolo? ¿Y el concierto?

—Déjame un poco de tiempo para que mis neuronas se recuperen, que ahora mismo no dan para más, y entonces te contestaré. Buenas noches. —Abrió la puerta y desapareció en su habitación.

Eran las siete de la tarde.

Volví al salón riéndome y Alan me esperaba sentado en el sofá con la misma expresión. Las maletas seguían en mitad de la sala y teníamos que organizarlo todo, pero me senté a su lado de todas formas. Apoyé la cabeza en su hombro y él me dio un beso en la sien.

—Pues ya estamos en casa —dijo.

—Sí, estamos en casa.

...

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora