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Nunca había llegado a olvidar a Alan. Con el paso del tiempo, había aprendido a vivir con su ausencia, a respirar a base de las sonrisas que hacía un año me hizo esbozar y a caminar al paso de los recuerdos a su lado.

Algunos días llegaba a clase después del instituto y me daba cuenta de que no había pensado en él en toda la mañana. Y no me sentía feliz, sino todo lo contrario. No quería olvidarlo. No quería olvidar lo que un día fuimos. No quería olvidar su sonrisa, ni su mirada oscura, ni su dulce voz. No quería olvidarlo, porque él era el recuerdo que me mantenía de pie cuando estaba al borde del precipicio. Otras veces, cuando me sucedía eso, me obligaba a pensar que lo estaba superando, y que eso era algo bueno, pero luego me daba cuenta de que no había nada que superar. Que lo que tuvimos tenía que acabarse inevitablemente y que intentar superar algo que empezó a construirse por el techo sin pasar por los pilares de peso era sumamente estúpido. Porque, aunque fuera real, estaba destinado a acabarse. No había nada que superar, no había nada que quisiera olvidar.

Así que en mi día a día la imagen de Alan cruzaba mi cabeza varias veces. Era como un sueño, como un recuerdo borroso que mi mente reproducía automáticamente sin que nadie le diera permiso. Y cuando me paraba a reflexionar sobre eso, era consciente de todas las veces que pensaba en él sin darme cuenta. Porque cualquiera diría que era algo rutinario, que pasaba de forma completamente aleatoria y que no tenía importancia alguna en mi día a día. Hasta yo lo pensé la primera vez que esa cuestión me vino a la cabeza. Pero la verdad era muy diferente, y es que a pesar de que pensar en él era un gesto inconsciente, condicionaba mi vida por completo. Me había acostumbrado a su ausencia y su imagen en mi cabeza era un recordatorio constante de lo que habíamos sido, de lo mucho que lo echaba de menos, de cuán importante había sido para mí. Y a lo largo de los meses me di cuenta de que no había pasado un solo día en que no hubiera pensado en él, aunque hubiera sido sin darme cuenta.

Porque su recuerdo me ayudaba a sobrevivir a su ausencia. Y lo necesitaba, lo necesitaba de verdad.

Pero es cierto que las imágenes que sobrevolaban mi mente eran normalmente formas ligeramente borrosas y efímeras, excepto los días que me sentía más feliz o triste de lo normal y me pasaba horas pensando en él y en lo mucho que había aprendido a su lado. En cambio, ahora, su recuerdo se sentía mucho más fuerte, como si su presencia hubiera vuelto para irse de nuevo. Ya no era una imagen borrosa en mi cabeza, sino una película entera y bien definida reproduciéndose las veinticuatro horas del día. Los tres días que faltaban para que nos fuéramos a Italia me los pasé absolutamente absorta en los recuerdos del verano pasado, esos que llevaban ya varias semanas sin cruzar mi memoria. Y fue realmente intenso, porque sentí vivirlo todo de nuevo, y no sé si me encantó o me dejó más asustada de lo que ya estaba.

Faltaban un par de horas para que subiéramos al coche y emprendiéramos nuestro primer viaje familiar desde hacía años. Estaba realmente nerviosa, pero no por las razones adecuadas. Porque lo lógico sería que estuviera preocupada y emocionada a partes iguales por hacer un viaje con esa familia ahora unida que tanto había añorado en el pasado. Sus piezas habían llegado a separarse tanto que en su momento estaba convencida de que no podríamos reunirlas todas para volver a juntarlas, pero ahora se me hacía difícil pensar cómo habían podido estar perdidas y alejadas de las demás durante tanto tiempo. Y en verdad sí que estaba un poco nerviosa por el hecho de viajar con ellos y vivir una nueva experiencia a su lado, porque podía salir bien pero también podía ser un desastre, y esa parte me asustaba un poco, pero no demasiado. Mis padres y mi hermana parecían tan felices que era complicado llegar a pensar que algo podría salir mal.

No, lo que me preocupaba de verdad era el lugar al que nos dirigíamos: Italia. Y era estúpido, de verdad, porque sería un viaje fantástico a un país maravilloso, pero no sé si yo conseguiría disfrutarlo como merecía la situación.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora