Sara y Raúl se fueron para su cuarto. La noticia los había dejado devastados. La vida consistía en morir después que sus hijos, no antes.
—¿Raúl, qué vamos a hacer?
—Por lo pronto, debemos permanecer fuertes por ella. Mostrarle tranquilidad y esperanza.
—Sí, lo sé, pero se me está partiendo el alma.
—A mí también —mencionó Raúl con sus ojos llenos de lágrimas. Bajó su mirada para evitar encontrar los ojos de Sara. Sabía que si la miraba iba a explotar. Siempre había aprendido a guardar sus emociones, pero con Sara era distinto. Él, podía desarmarse allí mismo. Con ella era transparente y ese dolor los estaba carcomiendo.
Raúl siempre fue un padre presente, estuvo en el nacimiento de ambos, les daba su tetero en las noches mientras Sara descansaba, les cambiaba los pañales, los llevaba al médico, los apoyaba con sus tareas. La crianza la compartieron entre los dos, como una responsabilidad más de su hogar.
Sara vio que su esposo se estaba derrumbando y lo abrazó. Se fundieron en un abrazo de desahogo, de impotencia, de ansiedad, sin saber que les iba a deparar el futuro. Sara tomó a su esposo de los hombros, lo empujó suavemente, lo miro a los ojos y le dijo:
—Tenemos que buscar las mejores alternativas. Los mejores médicos.
—En la tarde hice una consulta con algunos amigos. El oncólogo que nos atendió, tiene muy buenas referencias.
—¿Sí?. Qué bueno. Ahora solo nos queda esperar que su cuerpo reaccione efectivamente al tratamiento. Por lo menos sabemos que está en las mejores manos. Nuestra niña es fuerte y vamos a salir de ésta.
—Tenemos que coordinar nuestros tiempos para acompañarla en sus tratamientos. Nos turnamos para estar en la fábrica y con ella.
—Sí, me parece bien. Así, no la dejamos sola.
—Mañana mismo tramito las órdenes médicas para que comencemos el tratamiento, lo más pronto posible.
Llevaban 26 años de matrimonio. Se habían casado pronto, el embarazo de Sara había apresurado todo. Los padres de ambos no estuvieron de acuerdo en que se casaran por este motivo, pero ambos estaban felices por ese bebé que venía en camino. Y a pesar de que al principio nadie estuviera de acuerdo, después de ver el amor y trato de ambos, terminaron aceptando la relación. Tenían veintitrés y veinticinco años, cuando unieron sus vidas en una ceremonia privada, el vestido de Sara tenía un pequeño abultamiento en su vientre. Desde ese día habían prometido amarse para toda la vida y lo habían cumplido, habían tenido un par de altibajos que habían logrado superar.
Sara se acostó y su esposo la rodeo con sus brazos. Esa noche durmieron abrazados reconfortándose uno al otro.
En el cuarto del lado estaba Samuel. Desde que se enteró de la noticia, se encerró allí. No quería hablar con nadie, su forma de manifestar su dolor, era hundirse en los videojuegos, allí por lo menos se perdía en una vida que no fuera la de él.
Cuando él nació, Mía tenía cinco años. Fue su bebé, su juguete favorito, su niño consentido, al que defendía a capa y espada. En la adolescencia las cosas cambiaron un poco, primero Mía que prefería compartir su tiempo con sus amigas y luego Samuel que se la pasaba peleando contra el mundo. Ambos se alejaron un poco, pero en ocasiones se reunían para contarse sus anécdotas y problemas.
Estaba un poco molesto porqué su hermana no le contó cuando se enteró de su enfermedad, pero si se ponía en sus zapatos, probablemente hubiera hecho lo mismo.
Amaba a su hermana. Siempre fue su modelo a seguir, escuchaba la música que ella escuchaba, jugaba con ella a las muñecas, seguía sus gustos. Era su ejemplo y la admiraba sobre todas las cosas. La noticia lo tenía deprimido. Se conectó a un juego en línea y allí se encontró con su mejor amigo. Se conectaron por videollamada, para hablar mientras jugaban. Después de un rato Samuel dijo:
—Fer... Mi hermana está enferma.
—Y eso, parce. ¿Qué tiene?
—Un tumor en la cabeza. Ya mis papás fueron con ella al médico y están revisando el mejor tratamiento.
—¡Ay! hermano lo lamento mucho. Espero que se pueda recuperar pronto. ¿Y usted cómo está?
—Mal. La verdad es que mi hermana es muy importante para mí y no quisiera perderla —mencionó mientras llevaba una cerveza a sus labios.
—Ya sabe que yo estoy con usted. Pa' las que sea. Aproveche y consiéntala mucho. Venga, sigamos jugando, para que no se me estrese.
Samuel jugo un rato más. Quería desconectarse un poco de la realidad y esta era la mejor manera de hacerlo. No lograba concentrarse, quería hablar con Mía, saber cómo se sentía. Después de rato le dijo a Fernando:
—Fer, estoy cansado, jugamos mañana.
—Listo hermano, nos vemos, descanse. Un abrazo.
El ambiente en casa estaba melancólico, pero todos tenían la ilusión de que Mía podía superar la enfermedad. La esperanza es lo último que se pierde y en este momento era lo que necesitaban.
Mía estaba en su cuarto, leyendo un poco antes de dormir. Cuando sintió que golpeaban en la puerta.
—¿Puedo seguir?
—Hola, cabezón, ven, siéntate a mi lado.
—Hola, hermanita. ¿Cómo estás?
—La verdad un poco asustada con todo esto, no sé qué viene de aquí en adelante y eso me da un poco de ansiedad.
—Tú sabes que estoy contigo, ¿cierto?
—Claro que sí. Ven, miremos si hay helado en el congelador. ¡Cómo en los viejos tiempos! —dijo Mía sonriéndole a Samuel mientras caminaba hacia la cocina.
Samuel la siguió. Su terapia consistía en que cuando alguno de los dos necesitaba hablar de algo o se sentía triste, comían helado mientras charlaban.
—¡Mira!, ¡qué suerte! ¿Fresa o chocolate? —preguntó Mía mientras tomaba en cada mano, un sabor diferente de helado.
—¡Obvio!.. Chocolate— respondió Samuel.
Se sentaron en la cocina, Mía tomo dos cucharas y una se la pasó a Samuel.
—A mamá no le gusta que comamos así, sirvamos en tazas.
—No creo que se de cuenta. Qué pereza ensuciar más loza. ¿O es que tú vas a lavar a esta hora?
—No, gracias, sigamos así. Bueno sígueme contando. ¿Qué sientes físicamente? ¿Tienes algún dolor?
—A veces me dan mareos y veo luces, como si tuviera una migraña, pero no es todo el tiempo. Y en ocasiones me duele mucho la cabeza, pero me tomo una pastilla y se me calma el dolor. Pero no quiero que hablemos más de eso, ni que estemos tristes, hace rato no hablamos. Cuéntame más bien de ti, ¿Cómo sigue todo en la U? ¿Al fin que pasó con Sofia? ¿No volvieron a hablar?
—En la U, bien. No es tan difícil la carrera. Con Sofí no volvimos a hablar, creo que está saliendo con alguien.
—¿En serio? ¡Ay! yo que la quería como cuñada, además que era muy especial contigo.
—Sí, pero no sé, no logramos compaginar.
Esa noche se quedaron hasta tarde hablando en la cocina, Mía le conto a Samuel sus temores y Samuel de sus experiencias en la Universidad y con sus amigas. Samuel se acostó un poco más tranquilo después de hablar con su hermana.
Mía se fue para su cuarto y le envió un mensaje a Martín, sabía que estaba dormido, pero quería que lo viera en la mañana al despertarse.
"Hola Amor. Discúlpame por escribirte a esta hora, pero no quería dormirme sin decirte cuanto te amo, gracias por permanecer aquí después de todo. Descansa"
Continuará....
¿Qué les pareció el capítulo?
No quería dejar de escribir como se sintió su familia con la noticia. Esto, afecta toda la dinámica familiar y era importante mencionarlo en este capítulo.
Los leo.
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Pinceladas de Recuerdos
General FictionMía es una mujer que a sus veintiséis años de edad descubre que tiene una enfermedad, posiblemente incurable, así que decide hacer un alto en el camino y vivir cada día como si fuera el último. "Carpe dieum, quam minimum credula postero" ( Aprovecha...