PLENITUD

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El cielo estaba azul, con unas pequeñas nubes que indicaban que su plan sería perfecto. El Universo estaba conspirando para que todo lo que él había planeado resultara como lo esperaba. Hizo un par de llamadas y luego le marcó a su novia, y le dijo que la recogería después de desayunar, que se pusiera ropa cómoda, que le tenía una sorpresa. Colgó emocionado, guardó lo que necesitaba en el bolsillo de su pantalón, se perfumó y salió dispuesto a darlo todo. Necesitaba que todo saliera perfecto.

Martín recogió a Mía y la condujo en el auto hasta un aeródromo a un par de horas de la ciudad. Mía estaba un poco inquieta, la curiosidad le salía por los poros, pero tenía prohibido hacer preguntas y no quería dañar la sorpresa que su novio le tenía preparada. Lo observó con detenimiento y notó que estaba un poco nervioso, recordó la última noche que habían estado juntos y su cuerpo se estremeció. Pensó en como esos brazos fuertes, que ahora tomaban el volante, sabían acariciar cada parte de su cuerpo. Martín tenía todo lo que ella había deseado en un hombre. Era dulce, tierno, inteligente, atractivo, además de ser un gran ser humano. Quería seguir creciendo de forma integral, tanto en su vida espiritual como en su carrera profesional, a su lado. Salió de sus pensamientos al percatarse del paisaje que tenía a su alrededor, un valle extenso con unas pequeñas montañas que se notaban a lo lejos. Todo era plano, con pocas construcciones cerca. En el lugar había un par de aviones, un helicóptero y una caseta.

—Martín, ¿a dónde me trajiste? -exclamó Mía, emocionada.

—¿Aún no lo sospechas?

Ella observó a su alrededor, algunas personas salían del quiosco con un arnés y se montaban a la avioneta.

—¿Voy a saltar en paracaídas?

—Vamos a saltar - dijo, tomándole la mano y observándola a los ojos. -Esta es mi sorpresa, cómo sé que te encanta volar, quiero que lo hagamos juntos, por ti hago lo que sea, hermosa.

Luego se dirigieron a la caseta, Martín se presentó con un guía que le dijo que lo estaban esperando y le señaló el lugar donde se encontraban los instructores. Ellos les explicaron todo el proceso del salto, indicándoles cómo ponerse el paracaídas, la posición que debían mantener y algunas recomendaciones de seguridad. Luego les ayudaron a ponerse el arnés. Se tomaron algunas fotos y les hicieron un par de tomas de video, que luego les entregarían como recuerdo. De allí fueron hasta la avioneta, ingresaron y arrancaron. Ya en el aire, Mía le dijo a Martín lo feliz que estaba de vivir esa experiencia con él. Martín la observó y le sonrió de forma fingida. No era capaz de hablar, estaba muy nervioso, lo demostraba con el color de su tez y el sudor en sus manos. Saber que pronto iba a lanzarse lo atormentaba. Ella le tomó la mano, quería tranquilizarlo y aunque el ruido del viento no los dejaba hablar, tener sus manos unidas, les permitía sentirse fusionados.

El primero en saltar fue Martín, quería que viera lo valiente que podría ser cuando ella estaba para él. Le había enseñado a enfrentar sus miedos. A su lado todo era mágico, las sensaciones de temor y tranquilidad se combinaban con la diversión. Ella le había enseñado la importancia de vivir cada momento, disfrutar el ahora. Cuando lo miraba y le sonreía como lo hacía en ese momento, valía toda la pena del mundo, correr el riesgo. Sentirse vivo junto a ella era lo mejor que hubiera podido desear y lo agradecía con todo su ser. Antes de saltar, Mía logró leer de los labios de Martín: "te amo" que ella respondió, lanzándole un beso.

Le tocaba el turno a Mía y a pesar de que era una mujer aventurera, saltar desde un avión le producía una sensación diferente. Todo abajo se veía tan pequeño y ella era apenas un punto en ese grande universo. Estaba agradecida con Dios por permitirle continuar un tiempo más en la tierra, debía saborear cada segundo de su vida. Se sentó en el borde del avión con el instructor y saltaron al vacío. Sintió un hueco en su estómago que la hizo estremecer. Se fueron en picada, con la cabeza de Mía hacia abajo, luego el instructor se estabilizó quedando en posición vertical, su caída al vacío la disfrutó como nunca, en el aire todo fue maravilloso, su cabello volaba, sentía su piel pegarse a sus huesos con el viento, respiraba profundamente sintiendo como su cuerpo se expandía. El cielo continuaba azul y ella se sentía siendo parte de ese aire que la absorbía, de ese planeta que podía notar desde el cielo. Al igual que al volar en parapente, ella quería que todo se quedara grabado en su memoria, cada pedazo de tierra, de aire, de montaña, de sol. Todo tenía que almacenarse, además de las sensaciones de euforia, de emoción, de gratitud que sentía al estar disfrutando ese momento. Su mente estaba en blanco, no había otros pensamientos que interrumpieran su espacio, vivir el momento era lo más importante. Así que alejó a aquellos pensamientos inoportunos, que llegaron a hacerle ruido.

Pinceladas de RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora