LA CARTA

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Mía amaneció con el ánimo en el piso, se observó en el espejo y no vio a la mujer de siempre. Estaba diferente. Su cabello se caía cada vez más, y se notaba un poco más delgada y demacrada. Quería parar el tratamiento, no podía continuar si su aspecto estaba cada vez peor, además le dolía el cuerpo, la cabeza, el estómago y el alma. Pensó que no valía la pena continuar, que lo mejor era dejar que la vida tomara por si sola, la decisión de dejarla, o no vivir.

Todo el día estuvo melancólica. Se fue para el jardín interno de su casa y estuvo un rato en el columpio, balanceándose suavemente, preguntándose cuál sería la mejor decisión. Estuvo allí recordando su infancia, cuando apenas tenía seis años y sus padres la empujaban. Como su cabello volaba por los aires y su risa inundaba el jardín, y no tenía preocupaciones.

Le escribiría una carta a Martín, aunque no tenía la valentía para entregarla. Tal vez la usaría como catarsis, para desahogar un poco su garganta atragantada. La dejaría en su correo, mientras tomaba la decisión de enviarla o no.

"Siento que ya no soy la misma de siempre, me observo en el espejo y no me reconozco. Es mejor que te hayas ido para no verme así, tenías razón en alejarte, es mejor no ver el deterioro de otras partes de mi cuerpo, por estos malditos medicamentos. Creo que lo mejor es parar el tratamiento. Y dedicarme a lo que siempre pensé, conocer muchos lugares y vencer mis miedos. Te extraño y tu ausencia me está matando más que esta maldita enfermedad, que cada día carcome, cada parte de mis entrañas. Desde que te fuiste el tiempo ha pasado más lentamente. ¿Por qué te fuiste en el momento en que más te necesitaba? ¿Por qué me hablabas de ser positiva si te ibas a ir y dejarme sola? ¿Qué es a lo que le temes? ¿Qué es lo que tanto daño te hace? Me pregunto porque apareciste en mi vida y me dejaste extrañándote tanto. Tu compañía era lo único que me daba motivación para continuar, sentía que había conocido al amor de mi vida, extraño nuestras conversaciones extrañas sobre la vida y la muerte. Te extraño cuando comienzo un nuevo libro, imaginando comentándolo conmigo o con tus estudiantes. Discúlpame, sé que no debería escribirte, ni hablarte, sé que necesitas tu tiempo, pero el mío se está agotando, y no quiero pasar el resto de mis días sin ti."

Mía cerró el correo, sin darse cuenta que había presionado el botón de enviar.

Martín notó que tenía un nuevo mensaje, vio que era de Mía. Estaba ansioso por leerlo, hacia muchos días no recibía mensajes de ella y quería saber si estaba bien, pero no podía leerlo en ese momento, estaba con un estudiante universitario, revisando su trabajo de grado en literatura. Era su tutor y le debía indicar sus correcciones. Miraría su correo cuando estuviera en casa, solo y tranquilo. Sabía que su comportamiento con ella no era el mejor, pero siempre la vio como una mujer fuerte y echada para adelante, se imaginaba que ya había superado su partida. En cambio, él, estaba muy decaído, amaba a Mía y la culpa de no estar con ella, lo estaba matando, si eran unos días o toda la eternidad, no importaba, pero merecía estar allí, apoyándola, y escuchándola, siendo su paño de lágrimas. Estaba siendo egoísta por pensar solo en él. Pero no soportaba una pérdida más. Era mejor olvidarla poco a poco, prefería que las cosas fueran así, a verla tendida en una cama sufriendo, aferrada a la vida y con pocas posibilidades de vivir, como recordaba a su madre.

Llegó a su casa, se fue para su cuarto y abrió el correo, no se imaginó que la carta lo iba a conmover tanto. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas de dolor. Se restregó los ojos con fuerza, no podía llorar, no quería hacerlo. Cada uno debía continuar su camino, solo. La tristeza se apoderó de él ¿Cómo podía amar, haciendo tanto daño? La leyó varias veces, buscando como responder cada una de las preguntas, notando que no tenía todas las respuestas.

Recordó a su padre cuando su madre se enfermó, en todo lo que sufrió, pero estuvo ahí, apoyándola, dándole ánimos para continuar, sabiendo que sus días juntos pronto se terminarían, pero siempre juntos, a pesar de todo, siendo consciente de que al morir, su corazón se iba a partir en dos, por no volver a estar con el amor de su vida. Pero sabiendo que los últimos días que ella tuvo de vida, él estuvo ahí sin desampararla un solo minuto. Consideraba que no era tan fuerte como su padre, pero su madre lo conocía y si le encomendó la tarea de apoyar a su familia, era porque creía en que podía con todo. Debía tener esa misma fuerza para apoyar a Mía, sabía que necesitaba ayuda para sobrellevar todo, no podía imaginarla sufriendo o perdiéndola para siempre. Debía hablar con ella, decirle cuanto la amaba y motivarla para continuar con su tratamiento. No podía permitir que se estuviera decayendo más, por su culpa.

Tomó su abrigo, y se fue conduciendo hasta su casa. Timbró, se demoraron en responder, su padre abrió la puerta.

—Don Raúl buenas noches ¿Cómo está? ¿Mía se encuentra?

—Hola Martín, por fin te dignas a aparecer. Ya te estaba extrañando por estos lados. —dijo Raúl empuñando sus manos con fuerza para contener la rabia que sentía por verlo nuevamente—. Sigue, está en su cuarto.

—Permiso. —mencionó Martín apenado.

Mía estaba en el baño, frente al espejo. En su mano tenía una máquina para cortarse el cabello, apenas estaba comenzando. Martín se la quitó suavemente de sus manos y comenzó a pasarla con cuidado por su cabeza, quitando con cariño cada mechón de su cabello, poniéndolo luego en un recipiente que había sobre el lavamanos.

—No soportaba ver, como se me estaba cayendo abruptamente. En mi almohada y en la ducha encontraba mechones completos de pelo—dijo mientras lo observaba a través del espejo. — ¿Por qué viniste?

—Te amo y tienes que continuar con el tratamiento.

—¿Solo vienes para que continúe con el tratamiento? ¿Quién te lo dijo?

—¡Tú me lo dijiste!

—¿Yo?

Mía se rascó la cabeza preocupada, no sabía que su carta había salido de su inbox. No quería que él estuviera allí por pesar.

—No quiero tu lástima, si estás aquí, solo por el tratamiento, es mejor que te vayas.

Cuando observó que la cabeza de ella, estaba sin un solo pelo, siguió con la suya, pasando por todos los espacios donde antes, había existido cabello, dejándola también rasurada. Luego tomó con sus manos su rostro y comenzó a besarla con ansiedad, era el amor de su vida, no podía dejarla sola con todo esto. Ella, respondió a sus besos con necesidad y dulzura.

—¡Perdóname! ¡perdóname! — le dijo despegándose de sus labios. —Eres y serás siempre mi vida y tenemos que luchar juntos—. Luego se observaron en el espejo y sonrieron. —Nos vemos hermosos, ¿No crees?

—¿Por qué? ¿Por qué me dejaste?

—Estaba asustado, mi amor. No quiero verte sufrir, ya perdí a alguien por esta enfermedad y no quiero tener que vivir nuevamente esta situación.

—¿Cómo así? ¿A quién perdiste?

—A mi madre. Murió cuando yo tenía diecisiete años y mi hermano doce.

—Lo siento mucho—dijo Mía abrazándolo. —¿Por qué no me habías contado nada?

—No me gusta hablar de eso, siento que si hablo, no pararía de llorar. Cuando ella murió, mi duelo fue encerrarme en el cuarto a beber y a leer. No me desahogué como debería hacerlo. Cuando todo eso pasó mi vida se derrumbó y no quiero volver a pasar por lo mismo.

Martín le contó a Mía sobre la muerte de su madre, le dijo sobre lo mal que se había portado en esa época, y que le pidió perdón en su convalecencia. Omitió hablar del sufrimiento de su madre o de las consecuencias físicas de los medicamentos. También le habló de como salió de allí, gracias a un sueño en el que su madre apareció y de cómo había logrado, que su familia saliera adelante.

—Quiero hablar con tu psicóloga, siento que aún tengo temas sin sanar y si esto me ayuda para poder estar contigo, lo debo hacer. No quiero separarme ni un minuto de ti.

—Por favor, piénsalo bien. No quiero que vuelvas a desaparecerte así. Si viniste que sea para quedarte conmigo, o si no, prefiero que te vayas. Ya me quedaron claras tus razones y te entiendo.

—Acá estoy y acá me quedaré.


Continuará...

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