CLARIDAD

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Mía observaba el techo de la habitación, sentía que era una mujer muy afortunada, porque a pesar de estar muy débil y con mucho dolor en el cuerpo, había sobrevivido, se había enfrentado a la enfermedad, saliendo victoriosa. La cirugía era una de las cosas a las que más temor le tenía y estaba allí, presente, sintiéndose viva, valorando cada segundo.

El personal médico llegó por ella, era el momento de cambiarla a una habitación. Sabía que este cubículo era demandado, por aquellos pacientes que requerían más monitoreo, y sentía que invadía un espacio, que podría estar salvando la vida de alguien. Con cuidado de no lastimarla, los enfermeros la pasaron a una camilla y la trasladaron por la clínica.

Durante el recorrido, algunas personas se quedaron observándola con curiosidad. No se imaginaban por todo lo que había pasado para llegar a ese momento. Mía les transmitía amor con su sonrisa. Se sentía satisfecha por llegar hasta ese punto. Había luchado, enfrentándose al tratamiento con ahínco, pero sentía que no lo había hecho sola, alguien allá arriba, había ayudado.

Al llegar al nuevo cuarto, la acomodaron en la cama y le conectaron las sondas. Luego con paciencia, la asearon, y le hicieron curación en las heridas. Se sentía vulnerable, al ser cambiada y limpiada por otras personas, no le gustaba que la vieran desnuda. Era muy pudorosa. Usar pañales también le fastidiaba, pero debía aguantarlo hasta que fuera capaz de hacerlo, por ella misma. Después de luchar un rato con sus pensamientos, con su cansancio y con su dolor, se quedó dormida.

Al despertar se encontró a su hermano y a su madre, que estaban sentados en el sofá, desde hacía casi dos horas.

—Hola— dijo suavemente. —¿Hace rato están aquí?

—Hola, hermanita— mencionó Samuel mientras se levantaba y se acercaba a la cama. —¿Cómo estás?

—Bien, algo adolorida, pero contenta de verlos acá.

—Me alegro, que estés mejor, ya extrañaba tus insultos y malos tratos.

—¡Samuel!, no le hables así a Mía.

—Ay, mami... Tú sabes que es molestando, no te aguantas una bromita—dijo, mientras observaba a Sara. Luego le habló a Mía— en serio, me siento muy orgulloso de ti, hermanita, siempre he seguido tus pasos y esto solo demuestra lo fuerte que eres. Estoy agradecido por tenerte aquí nuevamente. Te quiero mucho. Descansa, debes estar fatigada y como nos dice mamá: el sueño, cura.

—Yo te adoro, cabezón. Ay, no sé por qué, pero me siento como tonta. Creo que son los medicamentos que me tienen cómo adormilada.

—Tal vez ese sea el objetivo—. Luego fue hasta el sofá y se sentó. —¿Sabes qué? Te voy a contar un cuento, para que te duermas.

— ¿Tú? ¿un cuento? —expresó Mía, con una pequeña sonrisa.

Samuel, comenzó a hablarle sobre una historia de uno de sus videojuegos favoritos, Mía se quedó dormida después de escuchar las primeras frases. Sara observaba desde el sofá, como la felicidad era tan simple, ver a sus dos hijos juntos, demostrándose afecto, significaba mucho para ella. Sintió un amor inmenso por su familia y por todo lo que habían logrado estando juntos.

Días después, cuando el dolor era menor y su cerebro le permitía observar sin marearse, tomó su celular. Al revisarlo notó que tenía muchos mensajes. No imaginaba que tantas personas, pudieran estar pendientes de su salud. Entre todos ellos, encontró un mensaje de Pedro, que le decía que estaba preocupado, que por favor le contestara. Mía le respondió que todo había salido bien, que debía quedarse unos días más en la clínica. Unos minutos después, recibió su respuesta, que le preguntaba cuando podía visitarla. No respondió, no estaba preparada para recibir a otras personas aparte de su familia, a excepción de Martín y Daniela. Además, no quería en ese momento, tener un enfrentamiento o discusión, si él, iba.

Pinceladas de RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora