Mía y su familia decidieron pasar unos días en la playa, querían pasar un tiempo juntos, así que planearon viajar el fin de semana a San Andrés. Mía se sentía mucho mejor y quería alejarse un poco de Martín, necesitaba tomarse un tiempo a solas para pensar que era lo mejor para su vida y para su relación.
Tomaron un taxi y se fueron para el aeropuerto en la madrugada. El día estaba comenzando a llegar, el cielo estaba azul, y no había nubes. El vuelo era directo a San Andrés, así que estuvieron un tiempo en sala de espera y luego abordaron el avión. La isla de San Andrés era famosa por el mar de los siete colores y por tener algunos atractivos turísticos como la cueva de Morgan y el hoyo soplador.
En el avión, Mía se hizo en la ventana, le encantaba observar el paisaje y pensar en la inmensidad del universo, en como era de pequeña, viéndose desde arriba, cómo era su habitación, su casa, su ciudad, su país. Se comparaba con pequeños seres vivos. ¿Si desde allí ella era una hormiga, de que tamaño serían las hormigas para el universo? Observó las nubes, estando por encima de ellas, parecían algodones. Pensaba en lo hermoso que era el mundo, estaba amaneciendo y el sol apenas comenzaba a salir de las montañas, el cielo estaba completamente azul y el reflejo del sol sobre las nubes era mágico. Se podían observar algunas montañas más altas, con nieve sobre ellas, atravesando su profundidad. Después de estar sobrevolando un rato sobre el mar, observó como una pequeña isla, cambiaba el paisaje, la arena blanca y los arrecifes corales sobre una inmensidad de azul. Hacía que las olas fueran y volvieran, como si una y otra vez se alejaran de su amada.
Reservaron dos habitaciones, una para Sara y Raúl y otra para Samuel y Mía. Llegaron al hotel dejaron las maletas y se fueron al restaurante a almorzar. Luego se alistaron para dar un paseo por la playa. Caminaron por la arena blanca y detallaron el mar, estaba suave y al observarlo con detenimiento se podían notar todos sus colores. Estuvieron en la tarde disfrutando el mar y su belleza. Mía se sentó en la arena y se puso a dibujar sobre ella. Luego su familia se unió y entre los cuatro armaron un castillo, después, entre todos, cubrieron a Samuel con arena. Se pasaron la tarde juntos, jugando, aprovechando sus soledades y su compañía, relajándose con el sonido del agua, observando el mar. Y entre risas y juegos se olvidaron un poco de todo.
Ya en el hotel, Mía se alistó y se fue para una silla en la parte externa de la habitación para refrescarse un poco y pensar. Observó su celular, tenía mensajes de Pedro y de Martín. Martín estaba un poco molesto por no estar incluido en los planes del viaje, mientras que Pedro estaba feliz, porque estuviera disfrutando el tiempo con su familia. No le iba a responder a ninguno, era mejor alejarse un poco de todo y aprovechar el tiempo para leer, pensar y estar en silencio.
La noche llegaba con su viento fresco, el calor bajaba, era un buen momento para observar el cielo y dejarse llevar por sus pensamientos, se sentía cada día mejor, pensaba que el tratamiento por fin le estaba haciendo efecto. Ya sus preocupaciones por su relación con Martín habían disminuido y se sentía mas tranquila, sabía que eso también contribuiría a su salud.
Luego, salieron a comer a un restaurante cercano, Raúl estaba antojado de langosta y Sara de muelas de cangrejo, así que buscaron un restaurante local para comer. Mía también disfrutaba los mariscos y Samuel el sushi. Así que encontraron un lugar para que todos pudieran pedir lo que querían. El apetito de Mía estaba un poco mejor, y pudo degustar la comida.
Al día siguiente alquilaron dos carritos de golf, con el fin de dar una vuelta por la isla y pasar por la cueva de Morgan y por el hoyo soplador. Mía se paró al lado del hoyo soplador y se tomó la foto con su vestido volando por el viento. El oleaje hace que este hoyo sople y eleve fuertemente lo que está cerca de él. Luego fueron a la cueva, tenía una reja, pero desde afuera pudieron ver algunos elementos que decían que le perteneció al pirata Morgan. Se murmuraba que allí, el guardaba su tesoro. Después recorrieron el malecón y la zona comercial de la isla, y compraron algunas cosas y recuerdos para llevar.
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Pinceladas de Recuerdos
Ficção GeralMía es una mujer que a sus veintiséis años de edad descubre que tiene una enfermedad, posiblemente incurable, así que decide hacer un alto en el camino y vivir cada día como si fuera el último. "Carpe dieum, quam minimum credula postero" ( Aprovecha...