NECESIDAD

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Estaba agradecida con Dios porque le permitía continuar con vida. Vivir era un regalo, un milagro de ese ser. Recordó el instante en el que el médico le dijo sobre su diagnóstico, inmortalizó los pájaros azules que revoloteaban sobre el árbol, mientras escuchaba la noticia. Ahora, un tiempo después, se daba cuenta que ese momento era solo un pedacito de su vida. Todo pasaba, era impermanente, nada duraba, ni el árbol del consultorio, ni los pájaros, ni los problemas, ni la vida.

Observó los objetos que tenía en su habitación. En muchos años, sus libros no existirían, ni tampoco la mesa de dibujo o los muebles, hasta su vida tenía un límite. Aprovecharla, era su misión. Recordó también, la primera conversación con la psicóloga, donde le dijo, que debía pensar en el para qué de la situación, no en el porqué. Todo tenía una razón de ser, un motivo. Había aprendido su lección y esa era ser un mejor ser humano, lleno de amor y perdón por los demás. Su corazón ahora vibraba con cada momento y solo deseaba el bien para ellos, sin juzgar, ni tratar de entender sus actos. En los últimos meses, antes de conocer la noticia de su enfermedad, estaba tomando la vida a la ligera, no valoraba lo que tenía a su alrededor. Ahora entendía todo.

Pensaba en todos los que asistían a tratamientos oncológicos, intentando sobrevivir a pesar de todo, mientras que otros tomaban la decisión de quitar su vida en un instante de desesperación y angustia. Todos los días escuchaba noticias sobre la salud mental y le dolía ver lo poco que la vida era valorada. Ahora su misión era contar su historia, para que muchos de ellos, tuvieran la fuerza para continuar.

Esa noche iría al concierto de la Banda Sinfónica, dónde Pedro, participaba. La música era una de esas cosas que le llenaba el alma. Vivir ese instante dónde el sonido de los instrumentos, confluía con sus sentimientos, era maravilloso. Deseaba quedarse ahí para siempre, alimentándose de notas musicales.

Tomó la chaqueta negra que estaba sobre la silla, al lado de su mesa de dibujo. Martín la esperaba en la sala. Mía se detuvo en la mitad del corredor, y se quedó observándolo, sin que él lo notara. Lo veía tan guapo, se sentía muy afortunada por tenerlo a su lado. Reparó cada parte de su rostro, sus ojos azules, su cabello desordenado y su barba crecida, que le daban un toque de rebeldía. Luego miró su nariz y boca, esto provocó, que inconscientemente se mordiera los labios. Lo extrañaba tanto. Él se había puesto una camiseta negra con la imagen de su banda favorita, que marcaba los músculos de sus brazos y pecho; un jean y unos tenis.

Martín notó que lo observaban, levantó su vista y ahí estaba ella, se sonrojó un poco y bajó la mirada, recordó lo hermosa que era y pensó en todas las pruebas que habían superado, y seguían juntos, amándose más que antes. Para él, era todo un placer continuar con la mujer de ojos de mariposa.

—Estás divina —dijo, mientras se acercaba y le daba un beso en los labios.

— Yo creo que estás exagerando—respondió Mía, cerca de su boca. Luego suspiró.

—¿Y eso?

—Por tí. Me encantas, me encanta tu olor. Tomó su rostro, lo acarició con cariño y le dio un beso en sus labios, profundo y lleno de pasión—. Luego, lo llevó de la mano hasta el auto. —Vamos, es tarde.

—Sí, mejor nos vamos. Con ese beso, no respondo qué pueda hacerte.

—¡Martín, mis padres están en casa! Más bien, vamos a la tuya después del concierto. ¿Qué te parece?

—Me encanta la idea—susurró a su oído, casi mordiendo su oreja.

Después de que la enfermedad había cesado, los dolores de cabeza disminuido y los químicos se eliminaban de su cuerpo, extrañaba a Martín, sus besos, sus caricias. Lo deseaba con mayor intensidad. Permitirse sentir placer y explorar sus deseos era algo que necesitaba hacer. Quería saborear cada momento, disfrutar cada palabra, cada gesto y cada segundo junto a él.

Pinceladas de RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora