CIRUGÍA

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La cirugía era a las siete de la mañana. Mía debía estar en ayunas. Todos estaban tan preocupados que ninguno tenía apetito. Tomaron unánimemente la decisión de comer algo en la clínica, mientras esperaban. Permanecieron en silencio, debido al nerviosismo que todo esto, les ocasionaba, y no querían hacer algún comentario que distrajera o afectara su tranquilidad. Raúl puso una canción que animaba a su hija, así el silencio fue un poco más llevadero. Para todos, el tiempo pasaba más lento que de costumbre.

Cuando sonó su canción favorita, Mía se alegró un poco, aunque no estaba muy animada para cantar, sí seguía el ritmo de la canción, golpeando suavemente su pierna con la palma de sus manos. La preocupación por cómo iba a salir todo, la atormentaba, no quería tampoco inquietar más a su familia, ni parecer una víctima. Lo único que deseaba, era que todo acabara pronto.

Estaba más callada que de costumbre. Puso su codo sobre la ventana y apoyó el rostro sobre su mano. Observaba a la gente que estaba en la calle, mientras el ritmo de la canción se asemejaba con el caminar de los transeúntes. Cada tan-tan de la canción, lo comparaba con el movimiento que hacían. Miraba a los niños esperando el bus del colegio y pensaba como la vida podía cambiar en tan poco tiempo. Hace unos años, ella estaba allí esperando su llegada al colegio y ahora se encontraba camino a una cirugía. ¿Quién se hubiera imaginado que quince años después de haber estado en ese paradero de bus, iba a tener que entrar a una cirugía? Si lo hubiese sabido quince años atrás, ¿hubiese sido diferente? Se decía a sí misma que no, el conocer el futuro no era garantía de poder cambiarlo y no valía la pena, si al final no podía intervenir.

Llegaron a la clínica, dejaron el vehículo en el parqueadero y subieron por ascensor. Mía, interrumpió el silencio con su dulce voz:

—No se preocupen, todo va a salir bien, tengo fe de que así va a ser. Solo quiero decirles que si por cosas del destino, eso no sucede, sepan que estoy muy agradecida con ustedes, por todo lo que han hecho por mí, sobre todo durante estos últimos meses, dónde no he estado con el ánimo, ni con la disposición para ser la persona que siempre he sido. Gracias por escucharme, por apoyarme en todas las decisiones que tomé, por acompañarme en los procedimientos, por cuidarme cuando mi salud estaba deteriorada, por darme mi comida favorita, a pesar de que la tuviera prohibida, por consentirme y por mimarme. De verdad que todo esto, lo valoro demasiado.

Samuel y Sara, bajaron su rostro, conteniendo las lágrimas. Raúl le respondió.

—Hija, sabes que lo hacemos con todo el cariño del mundo. Eres parte clave en esta familia, así como todos los demás y siempre vamos a estar aquí, para ti.

—Los amo con todo mi corazón.

Bajaron del ascensor, con un sinsabor en los labios, sintiendo una pequeña despedida de su parte, aunque no lo querían percibir de tal manera. Al frente de la salida, encontraron la recepción, se acercaron y preguntaron a donde se dirigían. Les indicaron que esperaran, mientras recopilaban los documentos y hacían firmar a Mía los consentimientos respectivos. Después de esto, le dijeron a donde debía presentarse, para la preparación del paciente.

Mía fue acompañada por su madre, quien quería estar allí, pendiente de todo lo que le pasara a su hija. La sala estaba distribuida en varios cubículos dispuestos uno al lado del otro, separados por unas pequeñas cortinas azules. Observó con detenimiento cada rincón del lugar, deteniéndose sobre una mujer de unos sesenta años aproximadamente, que estaba en compañía de su esposo. Al lado de la señora, había un niño de unos cinco años con una pequeña bata, jugando con sus carros de juguete, acompañado por su padre. El cubículo siguiente estaba vacío, posiblemente a la espera de otro paciente con los mismos sentimientos de temor, que ella tenía.

Pinceladas de RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora