Mía averiguó a través de sus padres, que Martín estaba bien. Sara había llamado al colegio y allí le habían informado, que él seguía asistiendo a sus clases, diariamente. Pensó que lo mejor era darle su espacio. Lo extrañaba, pero sentía que no era justo para él, tener que someterse a todo, por lo que ella estaba pasando.
Sus padres comenzaron a notarla diferente, no solo física, si no también, moralmente, sabían que la situación de la relación con Martín la estaba afectando. No sabían que hacer para sacarla de allí. Mía se estaba encerrando en su mundo, veían que el tumor, el tratamiento y la situación estaban acabando con su hija.
—Que podemos hacer? —le preguntó Sara a Raúl.
—No me gusta sentirla, ni verla así, algo tenemos que hacer para levantarle el ánimo. Tengo rabia con Martín, no sabes como me he contenido para ir hasta su casa y hacerlo entrar en razón. No se qué es lo que tiene ese muchacho en la cabeza.
—Sí, me siento impotente con todo esto. ¿Qué tal si planeamos un viaje para sacarla un poco de la rutina?
—Me encanta la idea, revisemos disponibilidad en hoteles, y vamos también con Samuel, nos hace falta tiempo para viajar en familia.
—Sí, perfecto, además a Mía le encanta viajar, así la distraemos y la motivamos para que pinte un nuevo paisaje para su colección.
Los padres de Mía le propusieron viajar a la Piedra del Peñol. Les habían dicho que era un hermoso lugar y valía la pena conocerlo, no habían tenido la oportunidad de hacerlo. Viajaron por carretera, pasando por varias ciudades, entre esas Medellín. Se quedaron allí ese día, fueron a algunos sitios turísticos de la ciudad, y se hospedaron en un pequeño hotel. Compartieron dos habitaciones, en una se quedaron sus padres y en la otra Mía y Samuel. Cuando estaban cenando, Raúl tomó la palabra.
—Sabemos que no has querido hablar de tu relación con Martín, pero tu mamá y yo estamos preocupados. ¿Estás bien?
—No papá, la verdad No. Me hace mucha falta, además estoy enojada con él. Todo iba tan bien. No sé ni que pensar, quisiera entender sus sentimientos, pero no puedo. Discúlpenme por dejarme llevar por esto, pero me duele, de verdad, me duele todo, estoy tan cansada. No es justo que la vida sea así conmigo.
—Amor, no hables así, mira que nos tienes a nosotros, que te apoyamos en todo momento. Debemos agradecer que estamos juntos y unidos en esta situación.
—Mamá, pero es que siento que la enfermedad se está apoderando de mí. Entiendo que el tratamiento sirve para ayudarme, pero esos medicamentos me están dejando otros efectos, me siento mareada, no quiero comer, me duele el cuerpo.
—Tenemos que salir adelante, hija, te entendemos, pero no queremos que dejes de luchar —comentó Raúl.
Sara y Raúl no sabían que más decir, ni hacer, sabían que lo que estaba viviendo era muy complejo y que su hija, no tenía el apoyo de todos los que quería y necesitaba, para estar tranquila.
Mía se fue para su habitación con Samuel.
—Hermanita, sabes que te adoro, ¿Cierto?
—Ay, cabezón, yo te amo más.
—No sabes las ganas que tengo de ir y pegarle a ese tipo. No quiero verte sufrir por él.
—Ay yo también lo quisiera, pero él tendrá sus motivos. Tengo tanta tristeza y tanta rabia, Samu. No te imaginas todo lo que estoy sintiendo.
—Lo imagino, pero debes tratar de estar bien, mira que, si te desanimas, todo se complica. Igual no sé si sirva de mucho decirte, que estoy para ti.
—Gracias, yo lo sé.
Mía se acostó e intentó ahogar sus lágrimas en la almohada, lágrimas de rabia y de impotencia. El vacío que le dejaba Martín, era enorme, sentía un hueco en su alma. No entendía, porque en tan corto tiempo se había enamorado tanto. No quería pensar en él, pero todas las cosas a su alrededor, se lo recordaban.
Al día siguiente, salieron para el pueblo de Guatapé, donde se encontraba la Piedra del Peñol. Ésta, sobresalía doscientos veinte metros de altura, desde la superficie. Se veía gigante, en medio de ese paisaje. Observaron desde abajo los setecientos quince escalones y dudaron en subir, pero el deseo de mirar todo desde arriba, los motivó.
Cuando llegaron a la cima, quedaron extasiados con el paisaje. Se podía observar el Embalse de Guatapé, se veían pequeñas montañas que sobresalían del agua, la mezcla entre el verde y el azul extasiaba los sentidos. Recorrieron el lugar, comieron algo, luego descendieron, la bajada daba un poco más de vértigo que la subida, porque se veía hacía abajo sin ningún soporte, parecía que el cuerpo estuviera siendo llamado al vacío. Después, decidieron montar en lancha por el embalse. El paisaje desde abajo también era hermoso. Mía sintió como el agua salpicaba su rostro, mientras el viento batía su cabello, generando que su mente se quedara en blanco, transmitiéndole paz y libertad. Durante este viaje conocieron otros pueblos de Antioquia, como Marinilla, Rionegro, el Carmen de Viboral y el Retiro.
Samuel estaba muy emocionado y tomaba vídeos y capturas de todos los lugares nuevos que conocía, Mía estaba cansada, pero extasiada con las maravillas que se encontraban por allí. Sara y Raúl, notaban la tristeza en su hija, pero no había nada que pudieran hacer al respecto, solo intentar sacarla del mundo, que ella estaba construyendo. Ella, observaba para guardar todas las capturas en su cabeza, y así poder dibujar la piedra en su libro de recuerdos, era algo que merecía quedar en su diario de pinturas.
Mía estaba ausente, trataba de estar bien, para no preocupar a su familia, pero la tristeza que sentía por la pérdida de Martín, se salía por sus poros. La alegría que la caracterizaba, estaba desapareciendo. Debía entender que se había alejado por su propio bien. ¿Pero entonces dónde quedaba ella?, ¿Dónde quedaba todo lo que sentía?, ¿Todo lo que habían construido? Esta tristeza comenzó a afectar también su parte física, cada vez le costaba más tomar decisiones, se le olvidaba lo que hacía, y estaba comenzando a tener problemas más serios de visión.
Quería llamarlo y decirle lo mal que se sentía, ir hasta su casa, hablarle de alguna forma, su silencio la estaba matando. A veces el silencio, duele mas que la presencia.
Los días pasaban y Mía continuaba con su tratamiento, al que se turnaban para acompañarla, alguno de sus padres. Siguió con su vida, salía con sus amigas para distraerse, leía y pintaba, ya la motivación para conocer el mundo se estaba agotando, ya no tenía el impulso para continuar.
Pedro la llamó un par de veces para verse, pero siempre encontraba una excusa, quería serle fiel a Martín, a pesar de que él ya no estaba tan presente en su vida. Uno de esos días, en que su ausencia estaba calándole hondo, decidió escribirle a Pedro, tal vez si salía con él, se distraía y así podía olvidar un poco la vida, que se la estaba llevando completa.
Ese día uso un pequeño gorro para que no se notara su caída de cabello, además un vestido rojo de flores hasta las rodillas. Se maquilló un poco para verse natural, y para tapar un poco las ojeras que poco a poco estaban invadiendo su rostro, lo mismo que algunas manchas que estaban comenzando a aparecer.
Pedro la estaba esperando fuera de la casa. Inmediatamente que abrió la puerta, corrió a saludarla de beso y a abrirle la puerta del carro. Pedro era un hombre caballeroso y para nada tímido. Lo que más le gustaba a Mía, era su buen humor, siempre le sacaba sonrisas con sus malos chistes e historias inventadas de la nada. Con él podría quedarse toda la noche hablando, sabía que, con él, su ánimo mejoraría un poco, ya que la risa, dicen, ayuda a curar el alma.
Salieron a comer y su cena se alargó hasta la medianoche. Hacía mucho tiempo Mía no se reía con ganas. No le tocó el tema de su enfermedad, temía que con esto, él también se marchara.
Él se comportó muy bien con ella. Al preguntarle por su vida personal, solo obtuvo evasiones, así que lo aceptó y trató de hablar de sus vivencias y de sus recuerdos juntos. Aun tenía la esperanza de que ella lo aceptara de vuelta, e iba a hacer todo lo posible por reconquistarla, no sabía que estaba pasando con su relación, pero presentía que algo estaba mal.
Continuará...
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Pinceladas de Recuerdos
General FictionMía es una mujer que a sus veintiséis años de edad descubre que tiene una enfermedad, posiblemente incurable, así que decide hacer un alto en el camino y vivir cada día como si fuera el último. "Carpe dieum, quam minimum credula postero" ( Aprovecha...