LA CUEVA

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Martín recogió a Mía después de salir del trabajo.

—¡Hola, hermosa! —mencionó su novio dándole un gran beso en su boca. —Ahora dime a donde vamos, debo conocer el destino porque voy a conducir.

—Vamos para Santander, allí hay varios sitios que quiero conocer —dijo Mía respondiéndole al beso.

—Perfecto. Estoy muy emocionado por este viaje, quiero estar solito contigo, no te compartiré con nadie más por este fin de semana.

—Yo también. Espero que te guste el plan, vamos de aventura.

Durante el viaje Mía le expreso a Martín sus preocupaciones, le mencionó el miedo que tenía de comenzar el tratamiento. Le dijo que esperaba salir triunfante, que iba a luchar para hacerlo, pero que si no lo hacía, quería vivir cada instante como si fuera el último, disfrutar cada momento, saborearlo, vivirlo intensamente. Le contó también que le preocupaban las personas que la rodeaban, no le gustaba quejarse para no generar angustia en los demás. Si era difícil para ella, no imaginaba lo que podrían estar sintiendo todos los que la querían. No le temía a su muerte, sino a la muerte de los demás. Al ponerse en su lugar, entendía como podían estar sintiéndose.

—Gracias por ser mi compañero de viaje.

—Yo encantado —dijo Martín tomándole la mano para levantarla y darle un beso.

Ella lo miró y le regaló una pequeña sonrisa. Viajaron un par de horas y llegaron a un pueblo llamado San Gil.

—Reservé un hotel en este pueblo. Es un punto central. Acá podemos hacer algunos deportes extremos.

—¿Deportes extremos? —Dijo Martín nervioso.

—Sí, acá podemos hacer rafting, espeleología, canoping, rapel, volar en parapente, tenemos tiempo ya que nos quedamos hasta el lunes.

—Ok... pero si me da mucho miedo no lo hago. ¿Te parece?

—Dale, pero pienso que debemos aprovechar todo, ¿no? Vencer nuestros temores.

Fueron al hotel, dejaron sus cosas y salieron a caminar. Fueron al Parque el Gallineral, allí se sentaron bajo los árboles centenarios. Martín se sentó y Mía recostó su cabeza en sus piernas, se quedó maravillada observando como el musgo formaba barbas que caían de las ramas. Luego caminaron por un puente de guadua y observaron un pequeño río.

—Que lindo es todo esto, quiero dibujarlo, tomó su mochila y sacó su libreta e hizo un esbozo de los árboles, luego lo completaría.

De allí salieron para el hotel, pararon en un pequeño restaurante a cenar. Se hicieron en una terraza externa.

—La noche está encantadora, mira la cantidad de estrellas que hay, y esa luna en menguante está hermosa. ¿Sabías que la canción lunita consentida, que en realidad se llama "Pueblito viejo", es de estos lados? Su compositor es del Socorro, el pueblo que pasamos hace un rato.

—¿En serio? No lo sabía. Lunita consentida colgada del cielo, como un farolito que alumbra mi Dios—cantó Martín.

—Que hermosa voz tienes—dijo Mía dándole un beso en la mejilla.

—No, que va— dijo Martín un poco apenado.

Llegaron al hotel. Se acostaron y abrazaron, en algún momento de la noche, sus cuerpos se unieron y amaron con ternura y con pasión. Sentían que ya no tendrían mucho tiempo para estar juntos y lo sabían, se apresuraban por sentir amor y placer. Martín no dejó ni un solo lugar del cuerpo de Mía sin recorrer, la besó por todas partes, la consintió. Querían alargar los momentos y que la noche no terminara, pero sabían que tenían que dormir, si querían aprovechar el fin de semana.

Pinceladas de RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora