Estaba jugando con sus muñecas en el jardín, fuera de su casa. De repente sintió a alguien que la observaba. Giró su rostro y observó a una niña de nueve años. Tenía ojos verdes, cabello castaño y algunas pecas en sus mejillas, llevaba una blusa negra, unos shorts y una gorra. Sus tenis eran negros con cordones fluorescentes, que le combinaban con su ropa. En su mano tenía una muñeca.
—¿Puedo jugar? — preguntó tímidamente.
—Sí, claro. Te presento a mis muñecas, ellas son Marce y Cata.
—Hola Marce y Hola Cata, yo soy Valentina— dijo Mía.
Desde ese día Mía y Daniela se convirtieron en amigas inseparables. Vivían a cinco casas de distancia. Cuando llegaban del colegio y terminaban sus deberes escolares, si no era Daniela, era Mía la que golpeaba en la casa de la otra para salir a jugar. En el barrio se habían hecho amigas de otras niñas con las que compartían sus tardes y fines de semana. Jugaban en la calle a todo tipo de juegos infantiles, con la pelota, con sus muñecas, inventaban nuevos juegos, patinaban, montaban en bicicleta, a hacer adultas en la oficina del papá de Daniela. Fueron a paseos juntas y compartieron sus primeras experiencias en su adolescencia, sus amigos, su primer beso, sus conquistas y sus novios.
Estudiaron carreras diferentes, Mía se fue por las artes y Daniela por la medicina. Se veían de vez en cuando porque sus carreras no les permitían pasar mucho tiempo juntas. Iban a cine, o se sentaban a hablar de los últimos libros que habían leído o de los amigos que las pretendían. El tiempo que les quedaba libre lo invertía la una en la otra.
En uno de estos encuentros, Mía hizo una fiesta en casa porque quería celebrar que habían finalizado el semestre. Invitó a algunos de sus compañeros de la Universidad, a su novio y a Daniela. Tres meses atrás había decidido hacerse novia de Andrés, un compañero que le enviaba poemas para conquistarla y del que se estaba enamorando.
Esa tarde, después de clase. Mía y sus amigos decidieron comprar algunas cervezas para el camino, la casa estaba cerca y decidieron caminar. La mamá de Mía los estaba esperando con algunos pasabocas. Les ofreció su casa y los ubicó en la sala. Conectaron el equipo de sonido con alguna plataforma de música y comenzaron la fiesta. Dos horas después llegó Daniela, su universidad estaba lejos y no pudo escaparse de clase. Observó el ambiente de la fiesta, ya habían tomado bastante y no quiso quedarse atrás, por lo que bebió el licor rápidamente. Charlaron, bailaron y se tomaron algunas botellas de tequila. En la madrugada, a Mía le pudo el cansancio y se recostó en su cama y dejó a los demás en la fiesta, más tarde su novio se acostó a su lado, al igual que Daniela y un par de amigos más. Los otros se fueron marchando.
Cuando Mía despertó, ya no había nadie a su lado.Días después le contaron a Mía que esa noche Daniela y su novio se habían besado mientras ella dormía. No podía creer que Daniela hubiera hecho eso a sus espaldas, aunque la conocía y sabía que tenía tragos en la cabeza, no quiso saber más de ella, había fallado a su lealtad y a su amistad de muchos años. No se lo perdonaría. Después de esto, confrontó a Andrés, el cuál terminó por aceptarlo, así que decidió terminar cualquier tipo de relación que tuviera con él, no entendía como podía hacerle esto y más con su mejor amiga, con una de las personas más importantes de su vida.
Eran las tres de la tarde. Mía llegó al parque y vio a Daniela sentada en la silla donde siempre lo hacían para desahogar un poco sus vidas, tenía un libro en la mano y estaba concentrada en la lectura. El parque estaba como siempre lo recordaba, con sus árboles altos y frondosos, sus sillas de madera ya un poco desgastadas por los años. Los columpios viejos donde montaban cuando eran pequeñas, el tobogán, la rueda, nada había cambiado. En los juegos observó a algunos niños disfrutando el parque con sus padres. Normalmente el clima a esa hora era frío, pero el calor del día se había quedado allí. Mía se acercó a donde se encontraba Daniela.
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Pinceladas de Recuerdos
Fiction généraleMía es una mujer que a sus veintiséis años de edad descubre que tiene una enfermedad, posiblemente incurable, así que decide hacer un alto en el camino y vivir cada día como si fuera el último. "Carpe dieum, quam minimum credula postero" ( Aprovecha...