Mía llegó a su habitación, descargó sus cosas en la mesa de noche y se lanzó a la cama, se quedó perdida en sus pensamientos, observando hacia el techo. Pensaba en Martín. Sabía que era un hombre muy bueno, que había pasado por un momento difícil, debía entenderlo, recordó todos los hermosos momentos que vivió con él, como Su último viaje. Sonrió al recordar el tamal que le había llevado de desayuno. Era un hombre especial y lo extrañaba. Recordó también cuando le dijo una de las frases más bonitas y extrañas de la vida: tienes ojos de mariposa. Había sido egoísta al quererlo a su lado, sabiendo qué había pasado por una situación compleja con su madre.
Respecto a su salud, las cosas parecían no ir tan bien, a pesar de que el tumor estaba pequeño, ella se sentía más cansada cada día, además de tener en algunos casos pequeños flashazos que la deslumbraban por momentos, con pitidos que la dejaban perdida. Su visión estaba fallando y eso lo notaba cuando quería dibujar y al hacer esfuerzos por observar el lienzo, su cabeza parecía que fuera a estallar, no sabía cuál sería su destino. Por esto, quería aprovechar el tiempo con Martín. Así que tomó su celular y le escribió:
Mía
Hola. ¿Qué vas a hacer este fin de semana?
Martín
¡Holaaaa! Qué alegría leerte. Nada. Si es para ti, estoy disponible.
Mía
Quiero recorrer algunos pueblos del eje cafetero. ¿Serías mi acompañante?
Martín
Claro que sí, ¿a qué horas te recojo?
Mía
Podría ser a las siete, quiero ir a desayunar a Filandia, me han dicho que el desayuno allá es buenísimo.
Martín
Perfecto. Allí estaré.
Mía dejó el celular nuevamente sobre la mesa, y se quedó dormida, estaba muy cansada y desde hace unos días, no le quedaban fuerzas para dibujar o leer.
Martín llegó antes de las siete. Estaba emocionado, estaría a solas con Mía. Aprovecharía cada momento para recordarle lo importante que era para él. Aún no quería avisarle, quería tener unos minutos para sí mismo, para imaginarse cada escena del día. Se observó en el espejo del auto. Se había afeitado ese día y se había aplicado loción en su cuello y barbilla. Sabía que a Mía le gustaba. Luego observó su ropa, tenía una camiseta negra que ella le había regalado y unos jeans.
Escuchó el ruido de la puerta abriéndose, giró y la vio allí, sonriéndole, se veía tan hermosa. La quimioterapia le había tumbado el pelo y también parte de esas hermosas pestañas que siempre lo cautivaron, pero seguía siendo ella, la dueña de su corazón. Se bajó del carro y caminó hasta ella, le dio un beso en la mejilla, le recibió la maleta y la guardó en el baúl del carro. Luego fue corriendo hasta la puerta de su acompañante y la abrió:
—¿Me permite?, señorita.
—Qué caballero.
—Siempre. Una mujer como tú, merece todas las atenciones.
Mía entró al carro y Martín cerró la puerta, luego corrió hasta el lado del conductor y se montó. Se sentó a su lado y la observó. Cómo amaba tenerla cerca, como gozaba cada minuto a su lado. Se quedó embelesado, mirándola, se detuvo en esos lindos labios que quería besar. Cuanto extrañaba su boca y su cuerpo, no quería distraerse más, así que miró hacia adelante y dijo:
—Entonces nuestra primera parada es Filandia.
—Así es.
Luego tomó el control de su vehículo y condujo hasta llegar a ese pueblo, Mía no podía dejar de observar aquel lugar. Eran casas coloniales, provenientes de la arquitectura española. Fabricadas en bareque, con ventanas, puertas y balcones de diferentes elementos en madera y pintadas de diferentes colores.
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Pinceladas de Recuerdos
General FictionMía es una mujer que a sus veintiséis años de edad descubre que tiene una enfermedad, posiblemente incurable, así que decide hacer un alto en el camino y vivir cada día como si fuera el último. "Carpe dieum, quam minimum credula postero" ( Aprovecha...