EPÍLOGO

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Caen las hojas de tonalidad sepia tapizando las baldosas, pues los árboles mudan su cabello.
Esos mismos árboles de los que se hacen los lápices, esos lápices que escriben versos bellos.

Ella camina de forma melancólica resquebrajando las crujientes hojas que allí tiradas yacen.
Las tumbas de cemento cuarteado por el paso del tiempo, se cuartean aún más por las raíces que entre ellas nacen.

Allá al final, en un rincón del cementerio, para ser precisos,
habita la triste tumba a visitar, presa del tiempo y de su inamovible existencia.

El cielo gris se rompe y comienza a llorar mientras ella acaricia la fría lauda con su cálida mano.
Sus ojos, que ya imitan al cielo, leen de nuevo el epitafio que dice:

"Yace aquí Adrián Martínez. (DEM3NTE)
Amigo, esposo, hijo, padre, hermano, primo, tío, sobrino.
Escritor melancólico de poesía, cuentos y canciones.
Se fue quién sabe a dónde, pero lleva consigo un lápiz y una libreta por si allá donde esté quiera seguir escribiendo.
Deja a los suyos solo sus pobres y deprimentes escritos, deja lo peor de sus adentros como el mausoleo que esta misma lápida adornará por siempre."

Ella recuerda sus vivencias con él, todos los consejos, las enseñanzas y los buenos momentos llenos de risas y alegría que juntos vivieron.

Tal vez lo maldice por tantos sentimientos negativos plasmados en esta obra.

Acaricia la fría lápida por última vez antes de ponerse de pie; en sus manos sostiene el libro rojo, que con sangre fue escrito, y se marcha con la tarde, pensando si debería quemarlo o conservarlo por siempre.

Antipoesía dietética Donde viven las historias. Descúbrelo ahora