10.

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La mañana de aquél día parecía comenzar tranquila.

Oh, bueno, no tanto como Zabdiel lo deseaba.

A unos pasos considerables de su ubicación, del lado contrario del pasillo, Lana, una bonita y codiciada omega acomodaba su blusa para que su escote luciera, preparándose para su objetivo en mente. Arregló su cabello ―lo alisó por la mañana― frente al pequeño espejo entre sus dedos, dejándolo luego dentro de su casillero, retocó un poco su labial por último y cierra la puerta, respirando pausadamente hasta lograr aunar la suficiente confianza para dirigirse hacia donde se encontraba cierto alfa azabache, guardando sus cosas.

― Hola, Zabdiel ―pasa sus manos algo temblorosas por sus pantalones ceñidos y sonríe, buscando no mostrarse nerviosa por mucho que lo estuviera.

El contrario la mira, pero al parecer su belleza y dulce escencia a canela no son lo suficientemente llamativas cuando sus ojos pasan rápidamente de ella hacia la escena que sus ojos perciben detrás de su silueta, su ceño se frunce y para afirmarse de que tal vez esté viendo mal parpadea un par de veces, pero la imágen sigue ahí, intacta y clara, causándole una sensación molesta en el pecho, por lo que se obliga a retomar su tarea de ordenar sus libros. Su rostro es neutro, sin ninguna expresión especial, pero su mandíbula está apretada fuertemente.

― ¿Sabes? Mi... Mi celo se acerca, y me preguntaba si-

― No. ―las palabras salen de manera automática acorde a cuando cierra su casillero, colgándose la mochila sobre el hombro con brusquedad.

― Pero-

― Muévete, necesito resolver algo. ―habla grueso y la chica, cohibida al igual que su lobo, se hace a un lado.

Zabdiel camina pesado, gruñe internamente cuando su lobo también lo hace, celoso ante la escena frente a él. Christopher está abrazando a Alan; desconoce la razón, tampoco quiere saber el por qué, pero lo que si quiere es que se suelten en ese mismo instante.

― ¡Zabdiel! ―el omega chilla cuando es jalado hacia atrás, no necesitó voltear para saber quien era, lo reconoció por su esencia y su torpeza característica.

― Joder, Zabdiel, puedes lastimarlo así, o al bebé ―su primo dice, alarmado, acomodando sus prendas.

― Nunca le haría daño a mi cachorro ―contradice, y olfatea el cabello de Christopher lo más discreto que puede estando parado a su espalda, su lobo obligándolo a apoyar su mejilla en el mismo cuando siente la esencia de otro alfa en el omega que lleva su cachorro y restregarse poquito para llenarlo de la suya.

Aquella acción no tan sólo lo calma al instante, además, le afirma la duda que había rondando constantemente en su cabeza todo el tiempo; en los últimos días el olor de Christopher se había intensificado, volviéndose más dulce y adictivo ―también podía atribuir a que cada vez su celo estaba cerca―.

― Como digas ―el castaño se aparta con un bufido, arreglando su cabello―. Estaba hablando con Alan sobre su cumpleaños.

― Oh, si ―la sonrisa vuelve a hacer acto de presencia en el rostro del menor de los tres, dirigiéndose ahora a su primo―, haré una fiesta, el viernes de la próxima semana, daré invitaciones y-

― ¿Por qué te abrazaba?

Alan lleva una mano a su pecho con dramatismo, ofendido ante la ignorancia de Zabdiel.

― Porque quise. ―el omega responde tajante cruzando los brazos, sintiendo a su lobo desafiante, su cachorro dándole el valor suficiente cuando lo siente removerse ligero en su pancita. En realidad, parecía más un gatito rogando por caricias que algo intimidante.

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