• VIII •

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— ¡Mierda! ¡Carajo! ¡Ese maldito judío bastardo!

Gritaba Eric, enfurecido. Estaban en un callejón, a lado de aquella tienda donde el pelirrojo realizaba su más reciente compra.

—No deberías de gritar, Eric... Podrían escucharte, aún siguen ahí —decía el rubio tratando de calmar los humos del más robusto.

— ¡Cállate, Butters! ¿No estás viendo que ese estúpido judío esta por joderme? ¡Voy a meterle todas esas espadas por el culo! —exclamaba haciendo su típicas rabietas.

Y no era para menos, el príncipe con esa espada en la mano le daría fin y completaría su venganza. Cartman ntes no le temía para nada. Sí, físicamente era fuerte, pero nada podía hacerle. Pero ahora con la posesión de tal arma que con un simple rasguño lo jodería por completo.

—Auch... —expresó Butters con disgusto —. Pero no creo que todo esté perdido ¿Y si robamos la espada?

— ¿Qué? —paró su paso violento ante tal sugerencia.

—Podríamos robarla antes de que lo rete a un duelo a muerte ¿No?

Propuso Butters con cierto miedo de que sus palabras fuesen erróneas. Pero para su grata sorpresa era justo lo que el castaño necesitaba. Eric lo abrazó, alzándolo, totalmente agradecido de que el rubio por fin dijera algo útil.

— ¡Por Dios, Butters! ¡Eso es! ¡Oh, gracias Butters! —festejó Eric con una gran sonrisa, sintiéndose bendecido y aliviado.

—Oh, Eric —expresó Butters cohibido y feliz de que su idea resultara siendo de su agrado —. Harás que me sonroje.

—Cuando quieres eres un genio, Butters —Eric cortó el abrazo manteniendo la emoción —. Bien, irás y le robarás esa maldita espada al judío. Es tu nueva tarea.

— ¿Eh? Espera... ¿Dices que yo debo de robarla? No, Eric. Yo me refería a... —pero la sonrisa del rubio se desvaneció al oír la nueva orden.

— ¿Quién más, idiota? Yo no pienso acercarme a ese jodido loco hasta que pierda esa espada —se negó Eric sintiendo repelús —. No, es tu idea, tu responsabilidad.

Argumentaba en un tono tan "obvio" del cual Butters terminó convencido y dándole la razón, el rubio era muy ingenuo como para darse cuenta que ese era un argumento muy hueco, y como se esperaba terminó aceptando. Pero le aterraba la idea de intentar robar aquella espada y que el pelirrojo en defensa lo pinchara con el filo de esa peligrosa arma. No quería morirse por una necrosis.

Pero la atención de ambos fue atraída de nuevo cuando escucharon la campanita de aquella tienda sonar, indicando que sus más recientes clientes salían de ahí, con la compra ya hecha, Kyle cargaba con la dichosa espada en su cintura. Pero los reclamos de Stan sobresalían ante todo. Tanto Butters como Cartman se asomaron desde el callejón, ocultándose detrás de una barda para observar la discusión.

— ¡No puedo creer que de verdad la hayas comprado! ¿De verdad te importa un carajo todo lo que te dije antes? —exclamaba Stan deteniendo el paso del pelirrojo, retomando su discusión frente a la tienda.

—No es que no me importe Stan. Pero tampoco pienso quedarme de brazos cruzados y permitir que ese jodido idiota ande por ahí libre —respondió de la misma manera —. Yo no soy de las personas que se quedan sin hacer nada, haré que se arrepienta por haberme hechizado de esa forma tan vil.

— ¿Sabes? Eso de vengarte solo lo haces porque tienes miedo de no poder encontrar el verdadero amor —señaló Stan amargamente —. Eres tan imbécil que en vez de esforzarte te decides por dejarte morir como un cobarde. No, no es honroso ni digno desafiar a Cartman a un duelo a muerte. Es la forma que usas para huir creyendo que haces algo al respecto, pero en realidad es todo lo contrario.

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