• VI •

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Había pasado una semana exacta desde que Eric vio al príncipe Kyle en persona por primera vez.

Desde entonces había estado insufrible.

El ramillete de flores silvestres que terminó obsequiándole Kyle, o más bien que le dio con el simple propósito de deshacerse de ellas, las mantenía en un jarrón. Ya estaban más que muertas, pero aun así lucían como nuevas; conservando su belleza natural, claro que Eric usó magia para que estas continuaran aparentando que tenían vida.

Pero como dijimos estaba más que insufrible. Durante este tiempo estuvo observando a Kyle a través de su esfera mágica de vez en cuando, pero no era lo mismo. En un inicio pensó que disfrutaría de ver a Kyle siendo castigado por esas ridículas hadas. Pero no era lo mismo que verlo en persona y que sus expresiones y reacciones no fueran producto de él.

¡Por Dios, el brujo hada malvado quería ver a ese jodido príncipe!

Supuso que se debería a que necesitaba su dosis de dolor ajeno, de humillarlo, no era lo mismo verlo renegar de lavar ollas y sartenes que presenciar en persona y ser directamente él el responsable de sus desgracias. Deseaba tanto orillarlo a enamorarse de la persona equivocada para después mofarse en su cara. Por eso necesitaba verlo con tanta urgencia. Pero el pelirrojo estuvo una semana castigado y tenía prohibido salir. No existía una manera natural de acercarse en esas circunstancias.

—Su excelencia, su té —Butters llegó con una respiración agitada, sosteniendo en una charola el té que le fue ordenado traer hace aproximadamente quince minutos.

—Carajo, Butters. Eres más lento que un caracol —se quejó Eric por la tardanza y bebió enseguida el té, necesitaba con urgencia algo que le bajara los nervios.

—Es que la tetera no podía hervir el agua más rápido —explicó Butters con timidez.

—Puagh, pretextos —rodó sus ojos bicolor.

— ¿No cree que debería de salir por unos momentos? Tomar algo de aire fresco podría ayudar a que se relaje, no es bueno estar encerrado tanto tiempo —expuso el rubio con preocupación —. Vayamos al pueblo y bebamos algo.

—Mhhh... —echó un vistazo rápido a su esfera mágica y su expresión de aburrimiento cambió rápidamente —. Bien, vamos.

Butters saltó con emoción. Alistaron sus ropas humanas, el rubio ocultó sus alas y el castaño sus notorios cuernos, además de tornar sus ojos bicolor a un cálido color avellana con su magia.

— ¿Por qué te cambias el color de los ojos? —cuestionó Butters confuso e interesado en esa repentina acción.

—Cierra la boca, Butters. Andando —pero Eric se limitó a dar explicaciones.

Salieron de su escondite, una casa común y corriente a las afueras de ese mismo pueblo. La pequeña propiedad le pertenecía al rubio, la usaba cuando Cartman lo mandaba a atender sus recados o más bien a deshacerse de las pretendientes del pelirrojo.

Butters no entendía porque se habían quedado durante una semana en esa casa que no era para nada del agrado del castaño y además encerrados, sin salir a ningún lado. Pero Eric siempre tenía razones para actuar, tarde o temprano sabría cuáles eran sus diabólicos planes. Ya ansiaba saber cuál sería la próxima travesura que harían juntos. Butters secretamente amaba el caos, por eso a pesar de su bondad nata continuaba trabajando a lado de ese malvado brujo hada.

Como fuera, antes de ir directamente al bar a beber dieron un paseo por el mercado, curioseando para ver qué cosas interesantes encontraban, y caminando por los puestos de las frutas...

— ¡Stan! Habíamos quedado en que ibas a controlar tu alcoholismo —escuchó un claro grito.

Una particular vocecita molesta y dulce como la miel que reconocería en cualquier lugar y circunstancia.

El Bello Durmiente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora