• XII •

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Era de noche. Estaba nevando desde el atardecer, parecía que pronto iba a desatarse una tormenta de nieve. El brujo hada malvado estaba bebiendo una taza de té, mientras ocasionalmente fumaba un puro frente a la chimenea y miraba el reloj, el cual marcaba las once y media de la noche.

Daba por hecho que ese maldito príncipe judío no vendría, no le daría ninguna respuesta como la sabandija cobarde que era. Le molestaba de mil formas saber que perdió, pero también estrujaba su pecho dolorosamente. Pensó que sería mejor cambiar su té manzanilla por crema irlandesa con café, algo más fuerte. Dio un profundo trago. Tal vez la mejor idea sería marcharse del reino por un tiempo, esconderse para que ese príncipe idiota no lo retara a ningún duelo. Podría retrasar ese enfrentamiento hasta su cumpleaños número veinte.

Pero entonces golpearon a la puerta. Golpes fuertes y algo desesperados. Chistó y se levantó del sillón para ir abrir. Confiaba más en que fueran los malditos testigos de Jehová queriendo venderle la atalaya que ese maldito judío. Pero cuando abrió la puerta tuvo que tragarse sus palabras, era ese desgraciado judío pelirrojo. Respiraba desesperadamente, estaba sin aliento, sus rizos rojos estaban cubiertos por nieve al igual que sus ropas, a penas y podía articular una palabra, temblaba de frío.

—Lo siento, en esta casa somos cristianos y no queremos escuchar el Torah —se burló simulando que cerraría la puerta, pero el pelirrojo metió sus manos para impedirlo.

—Jó-Jódete, cu-culón... —dijo Kyle juntando sus cejas y tiritando de frío.

No pudo evitar sonreír, aquello que estrujaba su pecho desapareció, ahora en su interior burbujeaba una extraña e indescriptible sensación de felicidad.

—Como sea, ya pasa antes de que se te termine de congelar el culo —dijo Eric permitiendo que el judío entrase — ¿Por qué llegas así? Parece que rodaste en la nieve.

—La rueda del carruaje se atascó en la nieve —explicaba Kyle pasando al interior de la casa, percibiendo el agradable calor de chimenea —. Entonces tuve que tomar un caballo y escaparme para alcanzar a llegar aquí.

—Ya veo... Espera ¿Qué hiciste qué? —Eric paró al paso al oír la explicación del pelirrojo.

Cuando estaban cerca de llegar al pueblo la rueda del carruaje se atascó en la nieve, justo como explicó Kyle. Eso significaba un gran retraso, si se quedaba con el resto a esperar a que se solucionara el problema llegaría inevitablemente tarde con el castaño, y no podía permitir eso. Fue así que cuando las hadas y su escolta se distrajeron Kyle tomó un caballo del carruaje y huyó cabalgando con éste bajo esa fuerte nevada, que para su mala suerte se fue intensificando en su camino hasta convertirse en una tormenta de nieve. Esa era la razón por la que llegó casi congelándose.

La simple idea de que Kyle se haya escapado y que ahora mismo esas enfadosas hadas los estén buscando le ponía los pelos de punta. Solo quedaba rezar para que no lo encontraran o todo se iría a la mierda.

—Tenía que, fuiste muy claro al decir que no ibas a esperarme más de los días acordados —resopló Kyle y miró el reloj —y por lo que veo he llegado por un pelo.

—Claro, como el gallardo príncipe de un cuento de hadas —se burló Eric tratando de relajarse y no pensar en lo demás inconvenientes —. Te tomas muy en serio tu papel ¿No? ¿Qué? ¿Yo soy la dulce princesa que vienes a rescatar? —pestañeó.

—Sinceramente pienso que estás más cerca de ser el villano del cuento, un gordo malvado y desagradable —puso sus ojos en blanco.

—Lo que sea —resopló el castaño — ¿Dónde dejaste el caballo?

—Ah, cierto. Lo dejé atado —recordó Kyle dirigiéndose a la puerta para buscar dónde refugiar el caballo.

—Yo me encargo de eso. Mejor ve y toma un baño. Te vas a terminar resfriando y para colmo estás mojando mi alfombra, en un momento te paso ropa limpia —señaló dónde estaba el baño y después salió de la casa para resguardar el caballo de la tormenta de nieve.

El Bello Durmiente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora