XXII

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Estoy cocinando, qué sorpresa. Se ha vuelto casi tradición que haga yo algo para la comida de Navidad, así que me he pasado toda la mañana cocinando y encerrada en la cocina. Encerrada por gusto, a decir verdad. Quizás mi madre no fue del todo específica con lo de cocinar algo, porque ya he hecho los entrantes y el plato principal.

El sonido de la alarma empieza a ensordecerme los oídos y corro hacia el horno. Lo abro y saco lo que llevo tantas horas preparando. A ver, buena pinta tiene, eso está asegurado. El sabor... Supongo que no lo sabremos hasta que sea la hora de comer. Mamá entra y dice que huele genial. Ya está vestida y arreglada, y soy consciente de que dentro de poco Molly llamará a la puerta. Estos últimos días he ido a la cafetería a trabajar, nunca va mal ahorrar un poco, y más si tengo que regalarle algo a Darren y a Willow para sus cumpleaños. Un rasgo que comparten esos dos es que son puros Hufflepuffs (he estado investigando) y que nacieron el mismo día. El 30 de enero.

Mentiría si dijera que no he estado pensando sobre la oferta de la capitana de vóleibol. ¿Me apetece volver a jugar? Nunca me ha dejado de gustar. Quizás darle una segunda oportunidad no sea una pérdida de tiempo. Además, nada me asegura que pasaré las pruebas. Ayer miré la página web para saber un poco el tema de los horarios, y lo cierto es que me van genial. Así que ayer me inscribiera en las pruebas tampoco es algo que me pille de sorpresa. Fue un acto impulsivo del que de momento no me arrepiento. No obstante, no pienso decírselo a nadie. ¿Para qué emocionarlos cuando quizás ni me cogen?

Termino de preparar todo y media hora más tarde ya estamos comiendo mientras mamá y la señora Dawsey hablan animadamente sobre las luces de la ciudad y cómo el ayuntamiento se lo ha currado por primera vez en años. Yo disfruto de los sabores en mi boca. Aunque no solamente hago eso. Me paso un largo rato ausente mentalmente de la conversación, pues mi cabeza no para de preguntarse por qué mamá no me ha contado los de los abuelos. Y siento que se lo tendré que poner en cara. Estaría bien no explotar, pues si mamá y yo tenemos algo que nos prometimos la una a la otra, fue que nunca nos guardaríamos secretos.

Le conté sobre cuando mis amigos me dejaron de lado. También le conté sobre los entrenamientos de vóleibol y ayer le comenté lo del equipo femenino. Y ella no me está contando algo que forma parte de la familia. Que tampoco es que mis abuelos biológicos se hayan esforzado mucho en mantener una relación. No obstante, los únicos recuerdos que tengo de ellos es una última merienda en la que mamá se enfadó tanto que la abuela le dijo que hasta que no se comportara como una adulta que ni se planteara considerarse su hija.

—Estás muy callada, pesadilla. ¿Estás bien? —me dice mi madre.

—Solo dándole vueltas a unas cosas —digo por lo bajo y miro a Molly.

Ella asiente, sabiendo lo que se viene.

—Creo que voy a ir a revisar el postre —dice con su calma de siempre y nos deja a las dos solas en el comedor.

Mis ojos se concentran en el rostro de mi madre, que parece preocupada por la situación y quizás empiece a pensar que la señora Dawsey tiene demencia. Nadie ha traído postre.

—¿Cuándo me ibas a decir que los abuelos se han puesto en contacto contigo?

Entreabre los labios, pero de su boca no sale nada, mira el plato, deja el tenedor y vuelve a mirarme a mí, apoyando la barbilla entre sus manos y pasándose una mano por la cara.

—No tenía pensado hacerlo.

—¿Por qué? —exijo saber.

Mamá resopla y se pasa las manos por el pelo que parece que compartimos en color y textura. Sé que la pregunta que le estoy haciendo es dura, así que no me sorprende cuando me responde:

Cállame con besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora