Segunda parte de la Bilogía Arder
La negación de Madelaine Dumont a caer por Connor Hamilton no fue tan resistente como ella creía. Ella era un fuego andante, que finalmente cayó por el gran productor y empresario. En sus brazos ella sentía la segur...
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Madelaine
—Madelaine —me sobresalto cuando Marcus toca mi hombro trayendome a la realidad nuevamente. Miro a mi alrededor, estamos aún en el avión privado de los Hamilton.
—¿Qué sucede? —pregunto con voz ronca por haber estado mucho tiempo sin hablar.
—Hemos llegado, tenemos que bajar —asiento, pero siento su mirada clavada en mi por lo que elevo mis ojos a él—. ¿Estás bien? Te he llamado tres veces y no reaccionabas.
—No, no lo estoy —admito—, pero lo voy a estar tan solo es mucho que procesar.
—Bien —dice no muy convencido. Me pongo de pie sintiendo como un mareo me envuelve pero que rápidamente se va.
Luego de que Dmitriy se retira y que Eleonor diera su espectáculo tan solo hablé un poco más con mi madre, es decir Juliette, y ya después me fui al aeropuerto donde esperaba el avión de los Hamilton a por mi para la vuelta.
Ni siquiera he tenido cabeza para pasar a saludar a mi padre. Tan solo he salido de la gran mansión y he escapado, como si el salir de allí me liberara de algo. He estado tan centrada en mis pensamientos y en tratar de controlarlos que no he prestado atención siquiera a las 14 horas de vuelo.
El cielo ya se encuentra totalmente oscuro.
Me sorprendo al encontrarme con Eric junto a Connor en la pista de aterrizaje apoyados en la puerta de una de las camionetas de seguridad. Al verlos todo lo que he pasado en el día desaparece, bajo las escaleras del avión con una inevitable sonrisa por los dos. No puedo evitar sentirme en casa y feliz cuando los veo.
Me acerco observándolos. Eric lleva unos pantalones blancos con una camiseta azul y Connor va todo de negro, a pesar de que estamos llegando al invierno el clima aún sigue pesado aquí en Los Ángeles.
—Hola mami —me saluda mi hijo abrazándome.
—Hola amor —le devuelvo el saludo con un beso en su cabeza—. Hola Connor —lo miro a los ojos y la respiración se me detiene al encontrarme con ese azul oscuro. Siento como mis barreras caen una a una en cuanto lo miro por lo que aparto la vista para no dejar que ninguna lágrima caiga.
—Madelaine —su voz sale ronca—. ¿Has tenido un buen viaje?
Espero que nos subamos a la camioneta antes de mirar nuevamente a Connor, le doy una mirada significativa que él entiende y asiente.
—Sí, casi no me acuerdo de nada —no miento.
—¿Cómo es eso, mamá?
—Tan solo me he quedado dormida —le explico con una mentira. No es bueno mentirle a los niños, pero no tiene la edad suficiente para explicarle lo que pasó hoy, o lo que viene pasando desde hace más allá de mi nacimiento.
—Aaaaah —responde, miro a Connor quien tiene la vista fija en mí y con tan solo una rápida mirada puedo dar cuenta de que entiende que ha pasado en el avión, que no me he dormido sino que me he quedado en mi propia mente por horas y horas tratando de procesar todo lo que me han contado. Tratando de procesar el hecho de que lo que yo creía que era mi familia, no es más que la familia que me adoptó para protegerme mientras dejaban a mi hermano en manos de la mafia sin saberlo, mientras que mi verdadera familia es otra y pertenece a la mafia rusa.
Suspiro mientras escucho hablar a mi hijo sobre lo que ha hecho en la escuela este último día, en el que yo no he estado aquí en la ciudad, me concentro en lo que dice para no pensar en nada más.
Una vez que llegamos a mi edificio los guardias bajan antes para revisar todos los espacios y asegurarse que todo esté despejado. Mientras que nosotros nos quedamos con Marcus arriba de la camioneta blindada en el estacionamiento privado.
Eric está contándome sobre la actividad especial que hará mañana cuando escucho a Marcus hablar con tono preocupado—. ¿Cómo? —escucha algo más que le dicen antes de volver a hablar—. Salgan ya mismo de ahí, urgente.
Tan sólo pasa un minuto cuando las puertas de las escaleras de emergencia se abren con un golpe seco y de esta salen los guardias corriendo y es ahí cuando se siente una explosión arriba nuestro.
—¿Qué mierda? —pregunta Connor mientras le indica a Eric que se acomode bajo el asiento para protegerlo.
—Salgan de aquí, ya —ordena Marcus a los guardias antes de posicionarse en el asiento del conductor con Connor pasándose al del acompañante—. Ahora debemos sacarlos de aquí—. La camioneta no tarda en salir hacia la calle e internarse en el tráfico de Los Ángeles.
—¿Qué pasó, Marcus? —escucho a Connor preguntar desde adelante.
—Usaron el detector de explosivos y encontraron varios... —explica y luego me mira a mi—. Él departamento ha explotado. Hay que esperar al reporte de los bomberos, pero creo que no ha quedado nada.
—Se vienen a mi piso —ordena con voz autoritaria y dura el productor, de mal humor también. Hago control mental para no alterar a Eric por lo que no digo nada hasta que mi hijo se queda dormido.
Estoy terminando de escribirle a mi madre cuando la voz del magnate suena totalmente furiosa y como si quisiera demostrar que él es el dueño de mi vida.
—Se instalarán en mi casa —vuelve a decir con voz fría y exploto.
—No, no lo haremos.
—Sí, lo harán. No hay otra opción ahora mismo.
—Prefiero un hotel antes. No iré a la casa de alguien que me trata así, no con mi hijo.
—El niño, tiene muchas de sus cosas aquí, y ahora mismo, tu no tienes nada material, salvo eso —hace un gesto con la mano señalando mi ropa.
Un suspiro entrecortado se escapa de mis labios—. Yo no... Yo no quiero estar aquí si me vas a tratar así de mal. Como si la explosión fuera mi culpa. No te olvides que yo no soy una cualquiera, ya lo hablamos una vez, ¿necesitas que te lo recuerde?
Parpadea como si estuviera recordando ese fantástico discurso que le dí aquella vez en su coche para marcar un punto en que debía tratarme con el respeto debido. Recuerdo haber estado tan enojado por lo que me dijo.
—No sé con quién habrás estado, y me interesa una mierda por cuantos coños hayas pasado —tomo su barbilla con fuerza con una mano, haciendo girar su cara para que me mire—. Nunca en tu puta vida vuelvas a decirme que soy igual que todas —presiono el agarre en su mandíbula—. Yo soy única, yo no soy la copia de nadie, no pase todo lo que pase, para que me vengas a decir copia. Yo soy única e inigualable, y dejo marca, una muy grande —mi tono es suave pero severo—. Lamento como después de haber pasado por mí, no volverás a disfrutar como hacías antes de mi —hago un puchero—, porque existe un antes de mí y un después de mí, cariño.
—No, Madelaine. No hace falta. Te pido disculpas, no estoy enojado contigo, la situación me altera. Estoy harto de ese hijo de puta.
—Todos estamos hartos. No sé qué es lo qué quiere lograr.
—Por favor, quédense —pide ahora con voz suave y amable, asiento. Acepto por la seguridad y comodidad de mi hijo.