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Se veía fatal, su malestar producto de haber bebido como descosido lo habían mantenido dando horcajadas frente al excusado más de una vez. No lograba comprender el porqué de tal efecto, siempre lo hacía, pero en ésta ocasión algo le provocó mucha irritación, quizá sin darle importancia a un licor barato, pero sus ganas de demandar al que servía los tragos eran supremas:
- ¡Maldito hijo de puta! -exclamó-. Debió escupir su bilis para provocarme tal acidez. Debería estar en la oficina, no sumido en mi habitación perdiendo millones. A ése bar le saldrá cara su incompetencia, desgraciados.
Estaba enfadado. Y eso se hacía notar. No era su bar predilecto pero David le había insistido en verse allí. Llamó a Robinson.
- Señor.
- En unos días estaremos en Italia, encargate de todo.
- Sí señor.
- Dile a Grace que sea ella quién traiga mi desayuno, su muchacha temblequea al verme, quiero mi café completo no a medias por su incompetencia.
- La niña Isabella está aprendiendo las labores de la casa.
- ¿Aún no aprende? ¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Un mes, dos? Eficiencia, Robinson. Que alguien le enseñe. De ahora en más que se ocupe de mi habitación. No quiero errores. Que no vuelva a repetirse.
- Como ordene señor. ¿Se le ofrece algo más?
- Dile al Doctor Thomas que venga.
- Le llamaré. Con permiso.
Momentos más tarde, un golpe en su puerta lo devolvió a la realidad.
- ¡Adelante!
- Con su permiso Sr De Angelis. ¿Me mandó llamar?
- Sí. Tengo un malestar horrible. Algo me quema el estómago. Antes que me pregunte, la respuesta es sí.
- Lo supuse. Quizás algún licor de mala categoría, es muy probable, usted bebe, ésto nunca antes pasó.
- En efecto.
- Le recomiendo descanso, dieta liviana y unos antiácidos. Déjeme ver, tengo unos aquí. Tome ésto. En unas horas debería estar bien.
- ¿Debería?
- Lo estará. Confíe en mí.
- Muy bien. Estaré en mi recámara por si algo acontece...
- Puede retirarse.
Sí, Gabriel tenía un médico viviendo en su casa, atendiendo sus necesidades y las de los empleados, le pagaba una cuantiosa suma de dinero, hasta el triple de un médico de hospital, no se podía quejar.
De a ratos, se levantaba de la cama y se dirigía a la ventana, la inquietud del lunes no lo dejaba en paz, se lamentaba constantemente no haber ido a trabajar. Encendió un habano y se dispuso a fumar en el sillón de su recámara, no debía, pero amaba romper las reglas, el gusto por el tabaco lo heredó de su padre, nada había que hacer. De pronto, recordó el tímido rostro de aquélla monja en la Capilla de San Andrés y una sonrisa perversa emanó de su rostro:
- Que candente, no pudo resistirse al verme a los ojos, mientras el rubor le cubría su semblante, pecaste lujuriosa con solo mirarme, creo que pronto iré por la Capilla, siempre soy bienvenido, y no pienso volar a Italia sin antes haberme comido ese bomboncito juvenil y virginal.
Se quedó mirando a un punto fijo, como calculando cada uno de sus movimientos. Debía hacerlo bien, sin margen de error. Aquélla monja nunca se alejaba de la Capilla, sería algo complicado, pero Gabriel conocía cada rincón del lugar, pues ahí se había criado, y sabía de uno en particular, dónde nadie entraba por riesgo de derrumbe, encintado por seguridad. Era muy perspicaz, miraba su propio reflejo a través del cristal, mientras se aseguraba que nada debiera salir mal.
Golpearon la puerta nuevamente.
- Mierda, ni enfermo me dejan tranquilo un momento. Entre quien quiera que sea.
Era Isabella.
- Permiso señor. No quise molestarlo en su día libre.
- No es mi día libre. Estoy enfermo. ¿Qué quieres?
Había sido algo grosero con ella por primera vez.
- Disculpe. Solo quería saber si le molestó algo de mí. De mi trabajo aquí.
- Ya hablé con tus superiores, ellos se encargarán de tí.
- ¿Me echará? Señor, en verdad, yo no quise...
- Shhh. Nadie habló de echarte. ¿Por qué te agitas?
- Es que...
- Mis órdenes fueron claras. Robinson se encargará de eso.
- ¿Qué es "eso"?
- Tu educación, valores, competencias y demás habilidades que debes desarrollar para garantizar tu permanencia en ésta casa de modo eficiente como los demás. ¿Entiendes?
- Sí, señor.
- Isabella. ¿No es así?
- Sí, para servirle.
- Bonito nombre, Isabella. ¿Qué edad tienes? ¿16? ¿18?
- Dieciocho años, señor.
- Dieciocho... la edad ideal.
- ¿Ideal? ¿Para qué? Disculpe.
- Para aprender muchas cosas -lanzó una mirada picaresca y lujuriosa, en tono desafiante.
- Estoy preparada.
- ¿Estás segura? -mientras se acercaba lentamente a ella sin quitar la mirada de la suya.
- Sss... Sí.
- En ésta casa tendrás todo lo que desees, pero colabora y aprenderás más de lo que imaginas. Ya te darán las indicaciones. Encárgate de mi habitación y el orden de la misma, la perfección es clave para mí. Educate, prepárate y ajusta más ese cinturón, pareces mi abuela.
Se alejó de Isabella, intentando disimular una indiscreta erección que le produjo el acercarse, una vez más lo hizo por Grace, respetar a su niña era algo que por el momento debía manejar con cuidado, pero no sería por mucho.
- Acomoda éste lío. Tengo cosas que hacer en mi despacho.
- Como usted diga, señor.
Miró de reojo a Isabella y bajó la escalera echando un pequeño grito:
- ¡Robinson!
- Señor.
- Estaré en mi despacho, no quiero que nadie me moleste.
- Sí, señor.
- Ocúpate de Isabella, no lo vuelvo a repetir.
Se marchó y entró al despacho dando un portazo.
- Definitivamente, necesito unas vacaciones, serán unos hermosos días en Italia. Pero primero debo ocuparme de todo éste papeleo. Quizás haciendo unos numeritos sobre algo para el Padre Miguel, necesita un transporte nuevo, se lo llevaré mañana mismo. Sí.
Su mente estaba puesta en la Hermana María, su próxima víctima.
Había pasado gran parte del día encerrado en el despacho. Apenas si comió algo ligero. Le apetecía un habano y un poco de música. Encendió su Home Theater, puso un poco de música clásica, Beethoven lo enloquecía con su "Claro de Luna". Parecía disfrutarlo, hasta que su lado fino y respetable fue aplastado por su opuesto rebelde, cambiando drásticamente la música, subió el volumen al máximo, total no había vecinos que se molestaran por tal conducta y se dejó llevar por su canción favorita de Coolio y su "Gangsters Paradise"; mil recuerdos de su adolescencia le vinieron a la mente, sus amigos, sus peleas callejeras clandestinas dónde también apostaba y le permitía ganarse algunos dólares, siempre fue suertudo y también un buen negociante, jamás regresó a su casa con un solo golpe y casi siempre ganaba, con ese dinero compró su primer equipo de música, y por el cual alegó a sus padres de haberlo ganado en una rifa. Sí, también mentía, para bien o mal mantenía su reputación bajo control. Era admirado por su grupo de amigos y odiado por otros tantos. Era el favorito de las chicas, enloquecidas por sus ojos azules de sangre europea, mensajes de amor en papeles y paredes eran un clásico cada día. Recordó también a una muchacha muy guapa, Cecilia, hija de padres argentinos, su única novia, de largos cabellos negros, ojos color miel, busto prominente y caderas amplias, con quién estuvo un año, pues se volvió a Buenos Aires junto a sus padres dónde estudiaría Psicología en una universidad de allá. No volvió a saber de ella, pero estaba dispuesto a buscarla, verla y de paso invertir en aquél país. No era mala idea, lo tenía como pendiente, anotado en algún lugar de su mente.
Así pasó cada minuto, recordando mil cosas y riéndose sólo de sus hazañas puberales incluso, el peor de los recuerdos, el haberse cogido a su maestra de Matemáticas, una señora cuarentona, solterona y culona, esa parte era la mejor para Gabriel, aunque estaba algo loca y con razón, se negaba a aprobarlo tratándolo de vanidoso y presumido, así que tuvo que hacer mérito un par de veces para obtener su aprobación. Esa fue la peor experiencia, era apenas un jovencito pero también aprendió, la maestra era bien fetichista, eso le dió el toque de perversión que se carga hasta éstos días.
Salió de su despacho atontado, entre tanto recuerdo y papeleo, pidió algo de cenar a Grace, pues ya se sentía mucho mejor. Se escabulló a la cocina, dándole un gran susto, ahora su humor también estaba mejor.
- ¡Grace!
- ¡Ay! -dejando caer una olla al suelo - Joven Gabriel, casi me mata del susto.
- Lo siento, Grace. Hazme algo ligero de cenar, quizás un buen pedazo de carne a la plancha y unas verduras salteadas. Me siento mucho mejor. Ah, y un buen vino blanco, por favor.
- Sí, señor. Ahora mismo lo preparo.
- Estaré en la sala, haré unas llamadas.
Esa noche cenó, bebió un par de copas de vino y se fue a dormir.

GABRIEL ¿Ángel o demonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora