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Domingo por la mañana. Gabriel asiste a la misa de las 9:30 como acostumbra fielmente cada domingo.
Hoy es día de su donación millonaria mensual. Sus guardaespaldas Jason Smith y Jagger Robinson están siempre a su merced, no solo como protectores sino también como encargados del traslado de caudales, cargando pesados bolsos llenos de dólares, y en algunas ocasiones manipulan una pequeña carpeta que contiene cheques.

Ingresa Gabriel a la Capilla de San Andrés, acompañado de su seguridad, la misma está a cargo del Padre Miguel, un sacerdote justo y muy respetable en el pueblo de San Andrés, siempre escoltado de la Hermana María, una monja muy joven de no más de 23 años, delgada de piel canela y ojos verdes que supo ganarse un gran lugar como mano derecha y tesorera, a quién Gabriel ha mirado con morbo más de una vez.

Gabriel conoció ésta Capilla a los 16 años cuando se mudó junto a sus padres, Felipe De Angelis (Italiano) y Anna Berger (Inglesa), su deseo de convertirse en sacerdote era muy grande, que fue monaguillo hasta antes de cumplir los 18, previo a emprender su viaje rumbo a la Escuela de Negocios. En su estancia apenas de dos años en San Andrés cursó sus estudios en un Colegio Católico mixto, donde había empezado a sentir una fuerte atracción por las muchachas que se atrevían a llevar sus faldas por encima de la rodilla. Siendo un estudiante religioso y monaguillo cada domingo, no había dejado pasar la oportunidad de encerrarse en el baño de damas con alguna chica rebelde o débil de fé para tener sexo, y luego enterrar el secreto en lo más profundo de los silencios, nadie podía enterarse pues de éste modo mancharía su envidiable reputación.

La misa próxima a empezar; acomodó discretamente el nudo de su corbata, mientras miraba de reojo a la Hermana María que se encontraba sentada en la primer banca, sabía que eso no era correcto, pero tampoco imposible, pues no perdía la esperanza de poder cogerla un día dentro del confesionario; sintió una incomodidad en su entrepierna y una gota de sudor recorriendo su frente que lo obligó a tomar una bocanada de aire para aliviar su acalorado momento. Smith pudo notar su extraña incomodidad, se acercó a Gabriel y en voz baja preguntó:

- Señor, ¿Está todo bien?
- Sí, Smith, es solo que me siento algo sofocado, vino demasiada gente hoy.
- ¿Desea que lo acompañe a tomar un poco de aire fresco?
- No. Estoy bien. Esperaré hasta que la misa termine, dejaremos el dinero y luego nos marcharemos.
- Como ordene, señor.

La ceremonia religiosa había culminado, esperaron a que la gente se retirara del lugar para hacer la entrega del dinero en el despacho del Padre Miguel. Transcurrieron unos minutos hasta que la Hermana María salió a recibirlos invitándolos a pasar, pues el Padre los esperaba.

- ¡Buenos días, Gabriel! -le saludó el Padre exhibiendo una enorme sonrisa- toma asiento por favor.
- Buenos días Padre. Aquí traigo conmigo mi aporte mensual, Smith por favor.
- Sí, señor.

Smith cargaba dos pesados bolsos que contenían el dinero, mientras Robinson custodiaba la puerta del despacho y los colocaba en una pequeña bóveda que descansaba bajo un enorme cuadro de Jesucristo.

- Padre, el mes siguiente mi aporte será a través de cheques, es lo más apropiado, usted sabe... la inseguridad, prefiero hacer de la cuestión un asunto más táctico, rápido y sin riesgos. Usted encarguese.
- Me parece bien. ¿Deseas ver el detalle de las operaciones realizadas?
- Por supuesto que no, Padre, usted es un hombre confiable, y puede hacer con el dinero lo que desee, incluso mejorar las condiciones de la Capilla, adquiriendo todo lo necesario para ello.
- Cuenta con eso, Gabriel.
- Con todo respeto ¿Cómo ha estado Hermana María?
- Muy bien, señor De Angelis, gracias. ¿Y usted?
- Muy bien también, pero, por favor, dime Gabriel.
- Lo siento... Gabriel, es usted un ángel, se agradece tanto su donación, es muy amable de su parte -sus ojos hacían contacto visual con Gabriel lo que la había sonrojado sin que se diera cuenta.
- Estoy muy agradecido a éste santo lugar y al Padre Miguel, de no haber sido así hubiera andado por los caminos de la perdición. Bien, debo ahora debo retirarme, los veré el próximo domingo. Con su permiso.
- Hasta pronto, Gabriel -se despidió el Padre mientras hacía un gesto de amabilidad con la cabeza.

Smith abrió la puerta, para luego salir por detrás de Gabriel junto a Robinson. Había estado solo unos minutos en el despacho, al salir, fue inevitable no cruzarse con el gobernador de San Andrés y su bella esposa, la señora Gina. El gobernador de San Andrés, era un sujeto de unos 50 años aproximadamente, miserable, superficial y despreciable, solía verse envuelto en numerosos escándalos, los paparazzi no le perdían pisada, casinos, alcohol, drogas y mujerzuelas eran parte de su vida cotidiana; su esposa la señora Gina, mucho más joven, de unos 34, rubia, ojos marrones claros, de excelentes curvas, hermosa por donde se la mire, gozaba de toda su fortuna, un matrimonio arreglado movido por el status y el interés, una mera figura a su lado, cien por ciento despreocupada de la conducta de su esposo, pasaba su tiempo en salones de belleza, estéticas, de compras en las mejores tiendas y restaurantes finos, fue su dama de compañía, amante de la vida fácil; su único amor siempre fue el dinero, y en más de una ocasión se había insinuado descaradamente delante de Gabriel, pero eso no le afectaba en lo más mínimo al Gobernador, no era capaz de enfrentarse ya que había sido apoyado fuertemente por él en las elecciones gubernamentales. Gabriel, como uno de los tipos más poderosos del mundo era capaz de sacarle su cargo de gobernador con tan solo un plumazo. Ambos conocían algunos de sus secretos pero preferían mantener la paz, esa paz que solo era capaz de sostenerse en el tiempo bajo el concepto de millones de dólares.

- Buenos días, señor Gobernador, que grata sorpresa.
- Buenos días, señor De Angelis.
- Que placer señora Gina, usted siempre deslumbrante -le saludaba con un beso en ambos lados de su cara, el doble beso, mientras con su mano derecha recorría discretamente la espalda de Gina hacía la línea de su trasero, a lo cual ella reaccionó con un suspiro agitado pero lleno de insatisfacción producto del deseo que le había provocado. Gabriel conocía mil maniobras de seducción, su don era la provocación, su sonrisa encantadora era lo suficientemente poderosa como para poner de cabeza a cuanta mujer deseara, y en su mente estaba instalada la idea de cogerse a la señora Gina en el altar de la Capilla.

- Señor Gobernador, espero verlo pronto para compartir unas copas.
- Cuenta con eso, Gabriel.
- Que pasen bien su domingo.
- Adiós, Gabriel -musitó la señora Gina mientras pasaba la punta de la lengua en sus labios de color carmín.

Gabriel y sus guardaespaldas subieron a la camioneta y dejaron atrás la Capilla para luego perderse en el tráfico, rumbo a su mansión.
San Andrés, era un pueblo pero lo suficientemente desarrollado casi a la altura de una ciudad, tenía todo, y una diversidad de estratos sociales, desde el más alto hasta el más bajo, para el que Gabriel apoyaba fielmente en sus donaciones, consideraba que todos tenían derecho a una vida digna, alejada de las calles, para lo cual se había creado un refugio de contención de indigentes, en invierno el clima era cruel y era incapaz de soportar el sufrimiento de los más necesitados. Gabriel nació en Italia, sus padres eran humildes, pero de buena educación, y le habían inculcado el valor del respeto hacia la vida de cualquier persona, como así también la importancia del esfuerzo y el trabajo duro con vistas de progreso. Su padre había heredado una pequeña fortuna por parte de quién fuere su padrino, dueño de una empresa automotriz, que puso en marcha y creció a pasos agigantados. El padre de Gabriel pudo de ésta manera pagarle sus estudios en Harvard para que se consolidase a futuro como un gran empresario y así fue. Tiempo antes de que Gabriel ingresara a la universidad, con 16 años, la familia se muda a San Andrés, donde instalaron importantes empresas con vista al desarrollo económico industrial del pueblo generando numerosos puestos de trabajo, de éste modo, su crecimiento fue positivo y paulatinamente en el tiempo. En San Andrés, la familia conoce al Padre Miguel, donde le encomiendan a Gabriel para que lo guíe por el camino del bien. Desde aquel entonces, la familia ya instalada, inscribe a Gabriel en un colegio Católico que tenía como director al Padre, donde pronto también se convertiría en monaguillo. Con el pasar del tiempo, el viaje de Gabriel a Harvard, lo mantuvo alejado de su familia durante cinco años y a quienes había dejado temporalmente solos hasta su regreso, ya que era único hijo. En su vuelta a San Andrés con su título en mano como Licenciado, su padre le anuncia su retiro del mundo de los negocios, pues considera que Gabriel se encuentra apto para recibir el legado y hacerse cargo de todo, con 23 años de edad apenas cumplidos tenía ahora sobre sus hombros el peso de la responsabilidad. Sus padres estaban casi en los sesenta años y anhelaban volver a Italia, consideraban que su vejez debía ser de modo tranquilo y sin contratiempo alguno, que el futuro de sus empresas y negocios estaría mejor en manos de su amado hijo.

Gabriel extrañaba mucho a sus padres, con quienes hablaba a diario, por lo pronto su familia más cercana estaba conformada por sus más fieles empleados de los cuales estaba rodeado a diario.
De regreso a la mansión, no había dicho palabra alguna, hasta que Smith irrumpió el silencio.

- Hemos llegado, Señor.
- Muy bien, Smith.

GABRIEL ¿Ángel o demonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora