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No tenía planes aquella noche posterior a su llegada a la gran Italia, sin embargo, sabía lo que quería y también dónde conseguirlo. Como era de suponerse, lo que menos deseaba era quedarse encerrado en casa de sus padres. Asistir a algún antro de "mala muerte" como solían llamarles a aquéllos sitios dónde encontraba lo necesario, música, luces, mujeres, alcohol y drogas, la clandestinidad en medio de algún callejón oscuro donde para todo el mundo presente sería un absoluto desconocido. Había dejado de lado sus trajes bonitos y refinados, en su lugar cargaba jeans oscuros, camisetas apretadas, chaquetas de cuero y botas, amaba ese look, dejando al márgen su lado conservador para mostrarse tal cual era desde la comodidad de su ser. Cualquier mujer podría caer rendida a sus pies con solo notar su presencia, su perfección era imposible de ignorar, seguro de sí mismo con el peso de ser cinturón negro, aquéllas lecciones de karate servirían en caso de presentarse algún desmadre. Preparó un baño de agua tibia en la bañera repleta de sales marinas, sus favoritas. ¿El outfit? Camiseta gris oscura, jean negro, chaqueta y botas. ¿Su perfume? El infaltable de Versace. Una exquisitez sobre su piel.

Antes de sumergirse al agua, llamó a Robinson, sus órdenes fueron precisas: <<Robinson y Smith, prepárense, saldremos, discreción. Iremos en uno de los autos de mi padre. Los veo abajo en media hora>>.

Hoy sería noche de caballeros, sus guardaespaldas, serían sus sabios cómplices, pero ésta vez, vestidos como lo que eran, turistas. Momentos después, bajó a la sala, sus padres bebían algo, Robinson y Smith aguardaban allí. Su madre no pudo evitar echarle un comentario por sus fachas.

- Gabriel, ésta noche te ves...

- ¿Radiante? ¿Guapo? ¿Apuesto? Para conquistar Europa con solo pisar.

- No era lo que iba a decir, pero, me agrada tu estilo 'punchi, pum'

- ¿Punchi, pum? Madre, deberías dejar de beber.

- Tu madre solo festeja tu estadía.

- Sí éste es su primer día de festejo, no quiero imaginarme dentro de cinco o seis.

- Por cierto, ¿Dónde irán? Dejarás a tu madre sola.

- Mamá, iré a divertirme con mis muchachos. No me esperes despierta. Por cierto, me llevo el auto de papá. Adiós.

- ¡Diviertanse!

- Gracias, papá.

Los tres hombres salieron rumbo a las calles en busca de diversión. Aunque Robinson y Smith, de un par de tragos no pasarían pues debían estar al pendiente de la seguridad de Gabriel, quien en ésta ocasión, optó por conducir él mismo el automóvil, ingresando a una zona en penumbras donde la prostitución era moneda corriente, y cuyo final del callejón los esperaba ferviente de recibirlos. La pinta de sus guardaespaldas, eran unos simples jeans y camisas discretas; mientras tanto Gabriel les prohibió decir palabra alguna al ingresar, manejaba muy bien el acento italiano y optó hablar él en la puerta desaliñada del antro, sus acompañantes también conocían el idioma pero sin la misma fluidez. Su ingreso al lugar no fue nada alentador, luces de colores mediocres, mujeres y hombres borrachos por doquier, mientras el olor a orines a un costado de la entrada les concedía una miserable bienvenida.

El lugar estaba lleno. Todas las mesas abarrotadas. Apenas quedaban unos lugares apretados en un sector de la barra. No existía la mínima opción de elegir. Gabriel y sus hombres se acomodaron sin más y ordenaron un par de tragos. La música era buena, no así el ambiente, ni sus luces que mareaban y, ni hablar de los olores desprendiéndose de aquéllos cuerpos sudorosos que se esmeraban a contrarreloj sobre tubos metálicos ansiosos de placer. Las muchachas con pequeñas minifaldas y diminuta ropa interior, algún que otro torso desnudo contoneandose entre la multitud sirviendo whisky y gin.

Gabriel, estaba inmerso en su vaso de whisky apoyando contra la barra y observando todo. Parecía concentrado en un punto fijo, cuando de entre medio de la gente, una silueta escapaba y parecía dirigirse hacía él; una muchacha morena de no más de veinte años con una botella de cerveza en la mano. Su cuerpo, su forma de caminar, le recordó a la Isabella de su mansión. Se le parecía mucho, excepto por su atrevida forma de vestir. De pronto, sintió un nudo en el estómago al escuchar su voz.

- Ciao ragazzo -sonreía tambaleante.

- Ciao meraviglia.

- ¿Hablas español?

- Según.

- Me llamo Andrea.

- Gabriel.

- ¿Como el ángel?

- Según, también.

- ¿Según? Que extraño eres. No eres de por aquí. Nunca antes te ví.

- Soy un turista. ¿Puedo ayudarte en algo, Andrea?

- No lo sé. Quizás sea yo quien te de una mano -audaz, acariciaba con un dedo los atributos de Gabriel.

- ¿Estarás a mí altura? Eres una niña.

-Pruebame. Llevo largo rato viéndote desde que llegaste. No voy a dejarte ir.

Gabriel, se aproximó a la muchacha en un gesto de intentar besarla. En ese instante, sintió un fuerte empujón seguido de un golpe de puño que le dejó la comisura del labio sangrando. Su furia fue tan grande, que no pudo evitar enfrentarse a un hombre musculoso que aseguraba ser el novio y dueño de Andrea. Robinson y Smith, intentaron separar a Gabriel y su contrincante, mesas y sillas destruidas, mujeres gritando y los cuidadores del lugar caminando de prisa en busca de sacar a los revoltosos del lugar.

- ¡Larguénse de aquí! Éste es un lugar decente -exclamó el seguridad.

- ¿Decente? ¿Te atreves a defender un lugar que apesta a mierda y orines de borrachos? No tienen idea con quién se están metiendo -gritó furioso Gabriel.

- Lárgate americano, pueden golpearse en la calle si eso quieren. ¡Largo de aquí!

- Claro que nos iremos, no queremos permanecer un momento más en ésta pocilga de mala muerte.

- ¡Largo!

- ¡Vete a la mierda!

Miró a su alrededor, Andrea había desparecido junto a quien aseguraba ser su novio, seguramente a los tirones se la llevó.

Robinson tomó del brazo a Gabriel tratando de calmar aquel ataque de nervios reprimidos. No dijo palabra alguna. Su estadía en aquel antro duró muy poco. Una mala experiencia más, pero no la primera, pues cada tanto se veía involucrado en alguna situación embarazosa. Marcharon en busca del automóvil. Smith se veía preocupado.

- Señor, vamos a un hospital.

- ¡Claro que no! Estoy bien.

- Sus padres se molestarán con nosotros.

- Ay, por favor. No digas tonterías, tampoco soy un niño. Volvamos. Quiero dormir.

El camino se hizo largo, la cara de fastidio de Gabriel se notaba más allá del retrovisor. Nadie dijo nada y tomaron un atajo para llegar pronto a casa de sus padres. Solo quería llegar, lavar sus heridas y dormir.

GABRIEL ¿Ángel o demonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora