II

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Izuku pasó la siguiente hora caminando por las calles. Fue testigo de cómo se había transformado la ciudad tras ese ruido infame, como si fuera un cuadro que un artista manchase con siniestros trazos de colores oscuros. El estrés se esculpía en el semblante de las personas con que se cruzaba. Brotaba el enfado en acalorados enfrentamientos, y aparecían grupos de policías uniformados. Los peatones se desplazaban con mayor urgencia. Los quioscos y las tiendas pequeñas ponían el letrero de CERRADO y bajaban la persiana.



En circunstancias normales, Izuku habría cogido el metro, pero, inquieto como el estado de ánimo que había prendido en las calles, no se arriesgaría a que lo atrapasen bajo tierra. Por fin llegó a la puerta del idiota.


El edificio donde vivía él se hallaba en un estado de auténtico abandono. Izuku respiró por la boca e intentó pasar por alto el condón usado en el suelo del hueco de la escalera o el bebé que berreaba dos plantas más abajo. Tras hacer esa última cosa y despedirse de Shoto Todoroki, en el trabajo, se iría de aquí.



La puerta se abrió. Su puño ya estaba moviéndose antes de haberle visto del todo. Él se dobló hacia delante al recibir el puñetazo en el estómago. Resolló y tosió.



—¡mie**a! ¡put*!



—¡Ay! —El agitó el puño abierto. El pulgar hacia fuera, no hacia dentro, bobo.



Él se enderezó y lo fulminó con la mirada mientras se frotaba el abdomen. Luego empezó a sonreír.

—Lo has hecho, ¿verdad? Lo has hecho de veras.



—No me diste opción —soltó él, que le empujó el hombro. Esto lo apartó lo suficiente para poder entrar y cerrar la puerta de golpe.



La sonrisa de él se convirtió en una risa llena de júbilo. Lanzó el puño al aire.



—¡Bien!



Izuku lo observaba con una mirada glacial. El idiota, alias Ok Monoma, tenía aspecto afable, greñudo cabello de color rubio claro y cuerpo de surfista. Su burlona sonrisa chulesca hacía que las mujeres y algunos hombres acudieran a él como moscas a la miel.



Él había sido en otro tiempo una de esas moscas. Luego llegó la desilusión. Lo había considerado buena persona cuando solo estaba seduciendo. Había tomado su estilo tierno por verdadero afecto y lo llamaba niño cuando de hecho era egoísta hasta la médula. Se tenía a sí mismo por el Capitán Fantástico. Había creado la ficción de que asumía riesgos cuando en realidad era un adicto al juego.



Izuku había roto con él hacía unos meses. Después, justo la semana anterior, su traición lo había partido por la mitad, pero daba la impresión de que había pasado mucho más tiempo.



Izuku había estado muy solo desde la muerte de su madre, seis años atrás. No existía otra criatura que lo conociera bien: quién era y qué era. Su madre había sido la única. Lo había amado tanto que había dedicado su vida entera a salvaguardar su bienestar y su seguridad. Había criado a su hijo con una atención fanática al secreto y todos los hechizos protectores que pudiera conseguir o adquirir.



Y luego Izuku, a cambio de una dulce sonrisa y la promesa de un poco de afecto, había arrojado por la borda casi todo lo que su madre le había enseñado. Lo siento mucho, mamá, dijo para sí. Juro que ahora lo haré mejor. Miró a Monoma hacer un simulacro de ensayo fingiendo golpear un balón de fútbol. Él le dirigió una sonrisa burlona.



—Sabía que me llegaría este golpe. Te debía una. Sin rencores, bebé.



—Habla por ti. —Las palabras de Izuku estaban recubiertas de escarcha—. Por dentro me fluyen toda clase de rencores.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora