XI

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Izuku cayó en un sueño irregular e intermitente, descansando la cabeza en un brazo mientras se apoyaba en la curva garra. Si lo pensaba un poco, era como intentar echar una cabezada en un asiento de avión. Lo despertó el cambio de altura. Se enderezó con una mueca y miró alrededor. Tokio se extendía a un lado y a otro. La salpicadura panorámica de luces en el anochecer creciente le apuñaló los ojos. Se estremeció y se frotó la cara para acabar de despertarse.


Katsuki se ladeó y trazó un gran círculo. Luego fueron derechos a uno de los rascacielos más altos. Izuku gruñó al sentir una sacudida en el estómago. Llegaron por fin a la pista de aterrizaje situada en el tejado de la Torre de Bakugo Cuelebre.


Izuku miraba a todas partes, aturdido, y Katsuki lo ayudó a mantenerse en pie sin tambalearse. El tejado era una extensión enorme, más que suficiente para alguien del tamaño de Katsuki, con espacio para despegues y aterrizajes simultáneos de otras criaturas.


Había un grupo de personas esperando junto a unas puertas dobles. Al frente, un hombre de pelo oscuro con los pies separados y los brazos cruzados. A su lado se hallaba una bella mujer de mirada salvaje con las manos en las caderas. Algo apartado, un hombre con aspecto de chino con un chaleco negro de piel y tejanos negros, el pelo negro cortó con espirales afeitadas y musculosos brazos tatuados.


Todos y cada uno iban cargados de armas. Todos medían al menos metro ochenta. Nadie querría tropezarse en un callejón con gente así.


El aire tras Izuku rielaba de Poder. Miró por encima de su hombro y vio a Katsuki cambiar de forma, cada onza de la fuerza y la energía del dragón compactada en la alta y fornida silueta del hombre. Gracias a algún truco de magia, Katsuki seguía llevando solo los estropeados y mugrientos pantalones y las botas. Izuku paseó la mirada desde el pecho desnudo hasta la cara cortada a cuchillo y los ojos de ave rapaz, y volvió a quedarse sin respiración.


Katsuki lo cogió del brazo y se dirigieron ambos al grupo que esperaba junto a las puertas. Izuku notó que se acaloraba mientras lo evaluaban unos ojos curiosos y hostiles.


—Ya era hora de que aparecierais —dijo el hombre del pelo oscuro. Señaló al otro chico rudo con el mentón—. Mandé aviso a Beijing para que vinieran Himiko Toga y parte de la caballería. ¿Estás bien?



—Sí —contestó Katsuki. Dos de los hombres aguantaban abiertas las puertas. Katsuki hizo caso omiso del ascensor y tomó las escaleras. Izuku no tenía otra opción que trotar a su lado. Los otros seguían detrás—.
Reunión dentro de diez minutos. ¿Está preparada la habitación?


¿Qué habitación? ¿La de él? Izuku lo miró de reojo al llegar al descansillo de la quinta planta.


—Sí —contestó el hombre del pelo oscuro justo detrás de él. Casi todos los demás habían ido abandonando el grupo para dirigirse a la sala de reuniones.


Recorrieron un amplio vestíbulo, giraron y cruzaron otro. Los pasillos tenían lujosos suelos de mármol. Colgaban obras de arte originales en paredes con luces empotradas. Izuku estiró el cuello. Espera... ¿no era un Chagall?


Katsuki se paró frente a una puerta de madera clara. Abrió de un empujón e hizo entrar a Izuku. El del pelo rojizo y otros dos se quedaron en el pasillo.


Izuku miró alrededor. Tuvo la vaga impresión de que aquel cuarto era mayor que una casa pequeña. Sus ya roñosos zapatos deportivos se hundían en la blanca alfombra de pelo. En un extremo se veía una chimenea independiente y, en un nivel inferior, una zona de uso privado con sofás de cuero pálido y sillones.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora