IX

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Izuku corría por puro placer.



El viento jugaba con su pelo. La luna miraba hacia abajo desde su trono en el regio cielo púrpura y le sonreía. La noche era más brillante de lo que jamás había sido, una alfombra de terciopelo sembrada de estrellas que titilaban como diamantes y cantaban débiles y fríos fragmentos de canciones, de viajes lejanos y encantamientos en otros mundos. La magia de la tierra alimentaba partes de él que habían estado lisiadas o medio muertas. Se sentía más fuerte, más libre y salvaje que nunca. Saltaba alto y llegaba a hacerle cosquillas a la luna, que reía encantada.


Izuku estaba en un campo de varios kilómetros de anchura, con todo el espacio del mundo para estirar las piernas. Unos árboles lejanos daban sombra en los bordes. Entre los árboles, la miraba un hombre alto y blanco con el pelo cenizo y unos ojos rojizos de dragón.


A Izuku le daba igual. Él no podía atraparlo, nada podía, ni siquiera el viento, a menos que él lo permitiera.



—Izuku—.



Conocía esa voz. Le encantaba esa voz. Se volvió y vio a su madre, que corría hacia él. En su verdadera forma, su madre tenía un encanto incomparable y brillaba más que la luna, que se inclinó ante él.


—¿Mamá? —Izuku aminoró la marcha y se volvió. Se sentía nuevamente como un niño pequeño.


—¿Mami?—.



Izuku echó unos brazos ansiosos al cuello de su madre, que lo acarició con la nariz.



—Mi dulce pequeño —.



—Te extraño muchísimo —, le dijo Izuku. —Ven a casa, por favor —.


Su madre retrocedió un poco y lo miró con unos grandes ojos líquidos. —No puedo. He desaparecido de tu mundo. Ya no pertenezco a él —.



—Entonces deja que vaya contigo —, suplicó Izuku. —Llévame a donde quiera que vayas —.


Un rugido de denegación agitó los árboles. Recorrió la tierra, que tembló a sus pies. Izuku volvió a mirar al macho, aunque su madre no se vio afectada por el alboroto y parecía no ser consciente de la figura en los árboles.


—No puedes acompañarme, cariño. Tu lugar está entre los vivos —. Unos ojos bellísimos sonrieron a Izuku. —Darte a luz fue lo más egoísta que hice jamás. Perdóname por haberte dejado. No era mi intención abandonarte —.



Las lágrimas le obstruían la garganta. —Sé que no pudiste evitarlo —.


—He venido a avisarte —, dijo su madre. —Izuku, no debes estar en este sitio. Aquí hay demasiada magia. Por eso nunca me atreví a llevarte a Otra tierra —.


Izuku miró alrededor. —Pero esto me gusta. Aquí me siento bien —.


—Aquí estarás expuesto, y te perseguirán. Regresa —. La luz de las estrellas empezó a brillar a través de la figura de su madre. —Regresa, mézclate con el género humano —.


—No, no te vayas todavía —. Izuku intentó alcanzarla.



Pero su madre ya había desaparecido no sin antes dejar en el viento un último mensaje. —Cuídate. No olvides que eres amado —.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora