VIII

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Lo que pasó después fue tremendo. Pero no podía decir que no estuviera avisado.


Lo sacaron primero a él a rastras. Izuku mantuvo la mirada fija en el suelo mientras uno le daba un puñetazo en el estómago. Se quedó tendido intentando respirar, y entonces le propinaron puntapiés. Una y otra vez, botas con punta de acero se estrellaban en su cuerpo, con estridentes risas intercaladas mientras hostigaban a Katsuki, y si siguió callado, no lo hizo porque fuera lo más inteligente, sino porque no podía coger el suficiente aire para gritar.



Izuku vislumbró una imagen borrosa de Katsuki de pie, agarrado por dos goblins tan enormes como él. Su rostro agresivo y peligroso estaba en blanco, los rojizos ojos reflexivos e impasibles como dos monedas griegas.


Una eternidad después, varios goblins con la espada desenvainada condujeron a Katsuki hasta la achaparrada fortaleza de piedra. Un goblin agarró a Izuku del pelo y lo llevó detrás. Otro cerraba la comitiva, aun dándole patadas de vez en cuando, aunque sin demasiado interés.



Los goblins que vigilaban a Katsuki lo encerraron en una celda. Los demás pasaron por delante y llevaron a Izuku hasta una intersección del pasillo y luego doblaron a la derecha. En cuanto estuvieron fuera del campo visual de Katsuki, sus modales se volvieron formales e indiferentes. Lo tomaron de los brazos y lo llevaron a rastras a otra celda, donde lo arrojaron sobre un montón de paja rancia.


Un goblin dijo algo. Tac tac. El otro se rio. Se fueron, y se oyó el chirrido de una llave en la cerradura de la celda. Los sonidos del pasillo se fueron apagando.


Izuku permaneció tumbado un rato en aquella horrorosa paja. Luego gateó unos metros, y se desmoronó y acabó encima de unas losas frías y sucias. Quizá se desmayó. No estaba seguro. La siguiente cosa de lo que fue consciente fue un escarabajo negro azulado que correteaba por el suelo.


Siguió su recorrido. El bicho se cayó de cabeza en una grieta y quedó atrapado. Izuku se acercó y observó un poco más. El escarabajo había conseguido darse la vuelta de modo que su cabecita asomaba por la grieta. Agitaba las antenas y las patas delanteras, pero no lograba apuntalarse lo suficiente para salir.


Los dedos de Izuku buscaron por el suelo hasta encontrar un poco de paja. Cogió un puñado de briznas cortas. Las meneó por dentro de la grieta y las sacó. El insecto salió y siguió su camino con un contoneo.
Una vez hubo desaparecido, Izuku exhaló un suspiro, rodó sobre la espalda y se sentó. Regresó sobre sus pensamientos.


Haz una cosa cada vez. Da un paso.


Se arrastró hasta la pared. Un paso.


Primero se puso un pie debajo, luego el otro. Un paso.


Estiró los hombros. Cuando estuvo casi seguro de haber recuperado el equilibrio, abrió la cerradura de la puerta y salió.


El dragón yacía despatarrado donde lo habían dejado atado. Estaba encadenado por partida doble: las cadenas negras mágicas, por un lado, y luego sujeto a cuatro puntos del suelo. Miraba al techo, los pensamientos entrelazándose en un camino serpenteante. A cada rato tiraba de las cadenas, sin hacer caso de los sangrantes tobillos y muñecas. Notó que la del brazo izquierdo empezaba a ceder. Se concentró en ella.



Se abrió la puerta de la celda. Volvió la cabeza; el camino serpenteante se tornaba mortífero.
Un Izuku sucio y hecho polvo entró de espaldas, y Katsuki recuperó la cordura.


Katsuki se puso a temblar. Lo miró escuchar en la puerta entreabierta unos instantes antes de cerrar. Izuku se dio la vuelta. Al verlo, se le bajaron los hombros.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora