III

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Izuku soñó con una voz susurrante, sombría. Daba vueltas, luchando por ignorarla. El agotamiento era una cadena de hormigón. Lo único que quería era dormir. Pero la voz se introducía en su cabeza e hincaba garras de terciopelo en sus profundidades.


Abrió los ojos y descubrió que estaba en el borde de un espacioso balcón colgado en lo alto de Japón.



La escena nocturna era deslumbrante. Había luces de todos los colores pintadas con espray en inmensos rascacielos recortados contra un fondo negro púrpura. Bajó la vista. Iba descalzo y se hallaba de pie sobre losas de piedra, no hormigón.



No había baranda.



Soltó un grito, tropezó y se cayó de culo. Se arrastró hacia atrás hasta poner cierta distancia entre él y el precipicio. Luego advirtió que sus largas piernas desnudas salían de una simple playera holgada que le llegaba hasta las rodillas. Lo corto de la playera hacía resaltar sus musculosas y firmes piernas de corredor.



Una suave luminiscencia nacarada iluminó las losas de alrededor. La sangre le recorría el cuerpo formando oleadas de adrenalina.



mie**a, estaba resplandeciendo.



Esto no era nada bueno. Se apartó algunos mechones de la cara. El resplandor lo hacía parecer más desnudo que si no hubiera llevado ropa. No había perdido el control sobre el hechizo apagador desde que era pequeño.



Buscó a tientas el encantamiento que lo protegería de la luminiscencia y volvería su piel humana. Estar tan expuesto suponía un peligro para él, pero por lo visto se le había olvidado el modo de pronunciar el hechizo.



Por fin aquí —dijo una voz grave y tranquila—. He estado esperándote.



Esa voz. Whisky y seda, eternamente joven y macho. Se derramó sobre él y le encendió el cuerpo. Le faltaba el aire. Separó los labios en un grito ahogado.



Se volvió hacia la elegante forja de hierro negro de las cristaleras. La brisa hinchaba unas cortinas de gasa blanca con caída del techo al suelo. Que ocultaban tanto como revelaban.



—Ahora entra —Esa voz hermosa e incomparable creó un profundo anhelo que lo sacudió por dentro. Se puso en pie no sin esfuerzo.



Una pequeña parte de la mente de Izuku se rebelaba. Esto... oye, le decía esta parte. No anheles tanto. Recuerda la última vez que cediste ante el anhelo. Te enamoraste de un maldito idiota que te chantajeó, ¿no? Y luego lo perdiste todo y tuviste que huir.



La escena a su alrededor parpadeó y empezó a desvanecerse. El susurro sombrío aumentó su intensidad hasta que él solo podía oír o pensar eso. Estaba tan solo que le dolía el pecho. Le dolía físicamente. Se apretó una mano entre el pecho y miró alrededor desconcertado.



—Entra —ordenó la voz hipnótica.



De repente, eso fue lo único que quería hacer. Se dirigió a las cortinas y las recogió con una mano mientras miraba dentro de un enorme dormitorio en sombras. Captó la imagen de una chimenea y de diversos muebles macizos dispersos por la estancia.



Había un macho recostado sobre la pálida colcha de una inmensa cama de armazón oscuro.



Tenía un físico tremendo, y gruesos músculos saltones en largos miembros, la desnuda piel blanca del torso combinada con el lino claro de las sábanas. El pelo cenizo que le caía sobre la sólida frente. Una boca sensual se curvaba en una sonrisa cínica. Solo sus ojos rojizos brillaban en la oscuridad con un leve resplandor calculador y malévolo.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora