IV

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Agitado por tan brusco despertar, Izuku saltó de la cama, fue al baño tambaleándose y tomó una ducha. En la mochila no había metido artículos de tocador, aparte de loción de manos y pasta dental, por lo que tuvo que apañárselas con la pastilla de jabón simple envuelto en papel. Tardó siglos en poner un poco en el cabello y enjabonar una manopla, pero al menos el agua era caliente y abundante. La piel del cuello se notaba sensible al restregarse.


Hizo una pausa y se frotó el área sensible. ¿Qué era eso?


Tras un enjuague final rápido, se puso a secar su mojado cabello con una toalla, cogió otra para secarse y por último limpió el empañado espejo para mirarse el cuello.


Un mordisco. Era la marca de un mordisco. Se tocó la zona en la unión del cuello y el hombro. La piel no estaba desgarrada, pero había una huella de dientes, y ya estaba formándose un morado a consecuencia de un chupetón.


¿Ese cabrón me ha hecho esto?, susurró. ¿En un sueño?


Se le puso la carne de gallina. Se frotó los brazos y procuró no mirarse la cara blanca y ojerosa.
Ese horrible sueño había sido de algún modo real. Katsuki lo había encontrado con su magia. Él conocía su aspecto. Él le había dicho su nombre.


Había que suprimirlo ahora mismo.


Menos mal que contaba con otros tres nombres y documentos identificativos con foto que los acreditaban, porque tenía que borrar el que había usado toda su vida. Izuku Midoriya debía desaparecer.

Sintió otra punzada, otra pérdida. ¿Cuánto más iba a perder Izuku? Al parecer, todo.


Era demasiado para su agotada mente. Se cepilló el cabello, desconsolado al ver lo enredado que estaba por no haber usado acondicionador, y a continuación se puso la ropa sucia.
Cuando hizo arrancar el Honda, el reloj del salpicadero marcaba las seis y media de la mañana. Había dormido menos de dos horas.


Se paró en un bar donde pidió zumo, café y tajadas de manzana, aunque solo pudo tragar unos cuantos bocados. Después condujo hacia el sur mientras el cielo adquiría tonos pastel e iba brillando cada vez más a medida que avanzaba el día. La temperatura iba en aumento, e Izuku bajó las ventanillas y abrió el techo corredizo.


Si hubiera estado haciendo el viaje por alguna otra razón, se lo habría pasado bien. El cielo estaba despejado. El paisaje de Kioto era diferente de lo que le resultaba familiar. El follaje florecía con dos semanas de adelanto respecto a Tokio, y la tierra se le hacía extraña a los sentidos. Empezó a dejar atrás terrenos llenos de vegetación, y con abundancia de camelias, rosales, azaleas y magnolios cubiertos de flores rosadas.


Se le había escapado una sonrisita cuando Shoto le dio las indicaciones para llegar a una casa de la playa. Una locura, claro. Aquello estaba a unos veinte minutos al sur de Kioto. La mayoría de las casas, le había dicho él, se alquilaban para las vacaciones. Shoto poseía esta desde hacía treinta años y la tenía amueblada y bien abastecida de ropa blanca, mantelería y artículos de cocina.


Estando cerca de su destino, Izuku se paró en un supermercado a comprar prendas de vestir básicas y productos de tocador, aspirinas, un móvil con tarjeta prepago y víveres. Camino ya de la cola de la caja, en el pasillo de las bebidas cedió y cogió también una botella de whisky. Un chico tiene sus prioridades. Si él no se merecía una copa después de la semana de pesadilla que había pasado, ¿quién se la merecía entonces?


Arrojó todas las compras al maletero del Honda. Poco después conducía a poca velocidad por una pequeña carretera costera. Dentro del coche soplaban ráfagas de brisa marina.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora