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Izuku se levantó al punto y cogió la manta y el cepillo con manos temblorosas. Procedió a meterlos en la bolsa.


Basta de goblins. Por favor, Dios mío. Seré bueno y me lo comeré todos mis guisantes.


—Olvídate de eso. Déjalo. —Katsuki se abalanzó sobre sus armas—Vamos.


Había una cosa que Izuku sabía hacer bien. Lo soltó todo, dio media vuelta y echó a correr.


En su interior todo se puso en alerta roja, los sistemas destellaban. Se puso a cien de adrenalina. Agudizó la visión, el olfato y el oído. Determinó cuál era el mejor camino a seguir a la vez que se esforzaba por oír cualquier atisbo de persecución.


Nada, ningún sonido. Solo el viento bailando entre los árboles. El ruido de su propia respiración, irregular debido al miedo, y de Katsuki corriendo tras él. Pero Izuku volvió a captar ese horrible olor a goblin. El corazón le dio un respingo.


—Lo más rápido que puedas, Izuku—decía Katsuki a su espalda con voz tranquila.


Muy bien. Izuku hundió la barbilla, buscó y encontró su zancada, y salió despedido.


Katsuki se apresuró detrás mientras el cielo se iluminaba con la salida del sol. Izuku parecía haberse vuelto ingrávida. Maldita sea, corría como un guepardo. O más. Un espectáculo digno de ver. Salvaba obstáculos como rocas y troncos caídos, haciendo que los saltos parecieran naturales, como si decidiera levantar los pies y volar sin más. Katsuki aún pudo anotar otra sorpresa al descubrir que se quedaba rezagado.


"Buen chico". Si tenía tanto aguante como velocidad, saldrían de esa.


Izuku dejó la mente en blanco. Vivía el presente. No existía nada más allá del profundo ritmo de su respiración, de las atléticas flexiones de músculos y huesos, del sonido de Katsuki corriendo a su espalda. Se habían adentrado mucho en el bosque, de modo que la infinita cúpula del cielo acabó tapada por el espeso ramaje, aunque la luz matutina fue haciéndose más brillante y el día cada vez más cálido hasta que él tuvo la piel cubierta de sudor.


El bosque estaba silencioso a su alrededor, viejos troncos retorcidos llenos de secretos y aprisionados por serpenteantes enredaderas. Izuku reparó en que, desde que el día anterior los goblins los habían llevado allí, no había oído a ninguna otra criatura cerca, nada de crujidos, trinos ni gorjeos. Quizás era porque estaba en presencia del máximo depredador. O acaso fuera porque los goblins se propagaban por el bosque como una enfermedad terminal. O ambas cosas.


No culpo a nadie, pensó. En su lugar, yo tampoco emitiría gorjeos, trinos ni crujidos.


De pronto, como una bruma surgida de la tierra, lo invadió una sensación de Poder frio, que le lamió la caldeada piel y se le aferró al cuerpo, estrujándolo como una boa constrictora alrededor de su presa.
El asco y el miedo le cerraron los músculos de la garganta, o quizá lo hiciera la constricción del Poder. Se tambaleó hasta pararse y por instinto se llevó la mano a la garganta.


Katsuki giró sobre sus talones y quedó encarado hacia el camino por el que venían. Cuando Izuku miró hacia atrás, él soltó un bramido. Le sobresalían los tendones del cuello, y los enormes músculos del pecho y los brazos estaban tensados por la furia. En comparación con ese ruido apocalíptico, el recuerdo de lo sucedido en Tokio se desvaneció en la intrascendencia. Estando tan cerca como estaba de él, incluso en su forma humana el Poder del rugido desgarró la tela del mundo.



A Izuku se le levantó el pelo de la nuca. Se desbocó el pavor a través de su cuerpo desde un lugar atávico más profundo que la elección consciente.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora