VII

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Lo despertó el dolor. Tenía el cuerpo retorcido en un ángulo incómodo. Estaba rodeado de metal abollado y atrapado bajo un enorme peso.


Soltó un gemido.


—Shhh —susurró Katsuki —. No pasa nada. No te preocupes.


Izuku intentó respirar hondo en vano.


—No puedo respirar —gimoteó —. No puedo mover las piernas.


—Hemos sufrido un accidente, Izuku. Estás aprisionado, pero te sacaré de aquí. De momento, escúchame. No te muevas. Hazlo por mí. Solo un rato.


La voz de Katsuki se entretejió en él y le quitó el pánico. Lo estaba engatusando para que se tranquilizase. Un día iba a hablar seriamente con él por haberlo liado tanto. Pero ahora mismo no parecía el mejor momento. Procuró hacer aspiraciones cortas y logró articular algo:


—Está bien.


—Un chico valiente, ¿eh? —dijo él con tono tranquilizador.


El enorme peso sobre el pecho de Izuku disminuyó por un momento. El metal chirrió. Fue un ruido espantoso. El dolor le abrasaba las piernas y la espalda. Chilló, y el mundo se nubló.


Cuando Izuku volvió a perder el conocimiento, Katsuki vomitó un torrente virulento de maldiciones. El impacto había sido tal que el coche era un montón irreconocible de metal retorcido. La mayoría de las criaturas no habrían sobrevivido al choque. Si él hubiera sido menos de lo que era, si no se hubiera recuperado lo suficiente del veneno de los elfos, si no se hubiera lanzado sobre Izuku y no hubiera sacado su Poder para proteger a ambos, él chico habría quedado machacado en un instante.


Estaban rodeados de sombras. Katsuki destrozó la maltrecha bolsa de aire y arrojó los pedazos por un minúsculo espacio que había sido la ventanilla del pasajero. Luego soltó el cinturón. Miró alrededor, a las sombras que se acercaban sigilosas. Enseñó los dientes y gruñó una advertencia, y las sombras se detuvieron. Sobre la goma quemada y el olor a gasolina, la peste a goblin hizo estallar sus fosas nasales. Los goblins comenzaron a avanzar poco a poco, sus rasgos bastos cada vez más visibles en los instantes previos al amanecer.


Pensaban que lo tenían inmovilizado. Estaban en lo cierto.


El cuerpo de Katsuki también había resultado lastimado, con diversos cortes y contusiones, pero hizo caso omiso. Sus lesiones carecían de importancia. Si hubiera estado solo, habría salido de cualquier modo del amasijo de hierros y les habría reventado el puto culo. Pero eso haría a Izuku un daño incalculable, tal vez lo mataría. Para sacarlo de ahí debería ir con sumo cuidado. Haría falta tiempo. Izuku era mucho más frágil que él.



Los goblins se iban envalentonando. Eran criaturas contrahechas, de piel grisácea, brutales, y con una fuerza inhumana. Constituían una de las pocas Razas Viejas incapaces de mantener cierto glamour que les permitiera convivir con los seres humanos. Por esa razón, pasaban casi todo el tiempo en Otras tierras, donde la magia era más fuerte, el género humano escaseaba, y ciertas tecnologías como los electrodomésticos o las armas modernas no funcionaban con un mínimo de seguridad ni de fiabilidad.
Katsuki dilató sus sentidos y descubrió un pasadizo cercano que conducía a un sector de Otra tierra. Vaya sorpresa.



Dirigió de nuevo su atención a Izuku. El accidente los había envuelto a los dos juntos a modo de regalo macabro. Él estaba torcido en la cintura, con el torso cubriendo el de Izuku, cuyo asiento se había roto. El yacía parcialmente en lo que había sido el asiento trasero, mientras la parte delantera del coche se había plegado sobre sus piernas.

Dragon Bound [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora