Camila
— Aparecen esas gafas del infierno ¿Sí? Yo tenía la vida digamos decente. Pero no para comprar esas cosas. Entonces el gobierno empieza a regalarlas, dicen que son lo máximo, que la gente va a ser feliz, tener la vida que quieran. No más dolor.
Esa voz no la conozco
— Una mierda sí. — Esa voz es de Damon.
¿Dónde estoy? Todo se mueve.
— Tu vocabulario sigue igual de dulce. — Hay una risa desconocida. — Bueno, todos tienen gafas menos nosotros, pobres almas desafortunadas, y de repente empiezan a colapsar. Empiezas a ver gente como zombis de película mala, tiradas en todas partes y claro, yo no quiero acabar así. Me gusta tener mi cabeza y razón, gracias.
— Mat, me estás contando como si yo no hubiese vivido exactamente lo mismo. — La voz de Damon vibra contra lo que sea que esté arrimada ¿Él?
— Ya sí, te estoy poniendo en contexto. — Otra vez risas. — Quedaban escépticos, y aún más con los colapsos que dijeron eran sólo unos pares defectuosos. Pero a la gente no le gusta esa incertidumbre. Entonces llegan buscando gente que ponga esas gafas a cambio de quedar libres.
— Y aceptaste. — Damon chasquea la lengua. — Pensé que eras mejor que eso.
Abro los ojos para encontrar una bufanda conocida. Huele a canela, a vainilla y al jabón del hospital. Me lleva en brazos. Adelante, atrás. Es un vaivén que me marea. Intento moverme.
— Tiempos desesperados... — dice el tal Mat con una sonrisa audible.
— Medidas desesperadas. — Damon, suspira y mira abajo. Desde aquí sus ojos se ven claros, los colores resaltan contra el cielo nublado. — Buenos días, Cam.
Y ahí está su sonrisa sarcástica.
La cabeza me late como un corazón más. Me paso la mano bajo los lentes para restregarme los ojos.
— No me bajes. Me voy a desmayar otra vez — murmuro.
Al menos eso creo que pasó. No puedo ver mucho más lejos que él.
— No lo dudo. — Damon se detiene y nos sentamos en la acera. — Mat, dame agua.
No me suelta. Su brazo se queda detrás de mi espalda y yo sentada en sus piernas. Me pone una botella en las manos de la que bebo con gusto. El rojo de mi rostro tiene algo que ver con el desmayo y más que ver con donde estoy.
Apoyo sin pensar la cabeza sobre su hombro. Me quita la botella y me acerca una galleta.
— No. — Empujo su mano.
— Se te bajó el azúcar. Perdiste sangre y casi te mata del susto un muñeco. Vas a comer te guste o no. — Su tono es más autoritario que de costumbre.
No me gusta. Despierta memorias en las que no quiero pensar. En realidad estoy harta de pensar.
Me mira con expresión severa, con su cabello oscuro todo desordenado y los rastros de una barba que no parece gustarle porque ni en un apocalipsis la ha dejado crecer.
Tomo la galleta y mastico como si comiera arena. Me apoyo en su pecho para mirar alrededor. Esta calle está despejada de autos y muñecos. Los edificios ahora son casas residenciales de tejados naranja y paredes blancas. Un buen barrio. Los árboles rodean las calles, como muros, como soldados. Alguna vez viví en un lugar así. Hace mucho tiempo. Qué fantasía tan distante.
— Eres un desastre — se burla Damon.
Su risa es callada, como el susurro de las hojas sobre nuestras cabezas al moverse en un mar verde y naranja, un mar que toca una melodía.
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Error 410: Sueños Rotos
Ciencia FicciónLos Metagoogles debían acabar con el dolor y los días malos; en realidad, acabaron con los humanos. Sin la memoria, las emociones y el amor, de ellos queda una carcasa que el músico Damon llama muñecos y que la científica Camila debía convertir en e...