19 Escondidas

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Damon

Primero Mat, ahora Camila. No puedo seguirla, no puedo mirarla. Me tiene miedo y eso es el peor de los desastres que pude imaginar. Imaginé muchos.

Dejo el agua del lavabo correr y sumerjo mis manos en el chorro helado. Alzo la mirada al espejo, a aquellos ojos que también son los de él.

El espejo se hace trizas. Los cristales caen sobre el mesón de mármol y saltan al suelo. Mi reflejo me mira desde mil fragmentos, oscurecidos por las gotas de sangre de algún corte en mis manos. La sangre brilla bajo la tenue luz anaranjada. ¿Quién pone una luz anaranjada en el baño?

No es el primer espejo que rompo. No recuerdo decidirlo. No importa. Lo último que quiero es ver a esa persona o estar en su cabeza.

Mat va a matarme. Pero ya quiere matarme. ¿Dónde está Camila? ¿Qué hice? Fue un error decírselo, un error acercarme en absoluto.

Hago lo posible por recoger el desastre. Seco mis manos en la toalla, que era blanca. Mierda. ¿Cam estaba llorando? No lo recuerdo. No sé cuál respuesta sería peor.

Tengo que dejar de pensar. ¿Por qué las toallas son blancas? Se ensucian demasiado.

Una vez, estuve en esta ciudad. Toqué en uno de los teatros con sus sillas negras y sus techos cubiertos. Esa noche estaba lleno, hoy no queda nadie entre los asientos, nadie que presencie un espectáculo sin sentido. Pero el piano sigue ahí, en medio del escenario casi a oscuras. Algunas lámparas de emergencia sobreviven iluminando trémulas los pasillos por los que paso.

Estoy temblando. ¿Hace cuanto? Lo único que quiero es que nadie me encuentre, quiero tocar hasta que se acabe el tiempo, hasta el fin del tiempo.

Vuelvo a tocar, como aprendí del único profesor al que le importé lo suficiente y de Tirso que al parecer a mí no me importó lo suficiente. Según Mat nadie me importa lo suficiente.

Hay un nudo en mi pecho que no debe soltarse. Lo deshago en melodías, mías y de otros.

Mat sabe lo de las gafas. Camila me tiene miedo. Mi mamá ya no existe, el mundo ya no existe.

La canción se vuelve frenética, desastrosa. Me equivoco, pero sigo, mi respiración se corta y se detiene por completo, pero la canción no se detiene. Me duelen las manos y todo el cuerpo. Cierro los ojos, aunque ya no veo nada. Las teclas se hunden bajo mis manos como si cada una fuera un pensamiento y cada nota una memoria que quiero destruir. Quiero destruirme en música hasta que ni yo mismo recuerde quine pretendo ser. Cada vez más rápido.

—¡Visto!— El mundo vuelve con un golpe que resuena espantoso en las teclas. Aparto las manos del piano con un respingo y busco enfocar la mirada. Mat, en vez de usar las escaleras, salta sobre el escenario con su tonta sonrisa—. Me la pusiste difícil.

—Mat, yo... —Pero me fallan las palabras, como a aquel débil niño que fui.

Me interrumpe antes de que pueda volverlo a intentar. Mat me abraza y yo me sumerjo en esa familiaridad hasta que dejo de ahogarme. Me aferro a él como un hombre dado por muerto se aferra a la vida.

«Yo quiero pedirte perdón por ser un idiota.» Sí, ya sé— susurra—. Day, no te entiendo, ni un poquito, pero no significa que te voy a dejar.

Mat se aporta y me sonríe como si nada hubiese pasado. La luz que entra por la puerta abierta ilumina los cortes en mis manos. Me aclaro la garganta.

—¿Viste a Camila?

Mat chasquea la lengua. Toca alguna que otra tecla sin sentido y sacude la cabeza.

—La vi. Estaba llorando, no me quiso decir por qué —dice y me mira a mi como si esperara que yo sepa todos los secretos del universo o como si él los supiera—. También vi el espejo.

Error 410: Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora