23 Grietas

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» 21 de mayo, 2XX8

Damon

Nueva York. Después de meses volver a mi ciudad es extraño. Las calles no tienen el calor y el bullicio de siempre. El silencio se asienta como la nieve en invierno. Las entradas están bloqueadas, igual que cuando salimos hace lo que parecerían años.

Caminamos sobre el puente que Camila y yo cruzamos solos la última vez. Esta vez me toma de la mano. Lee camina en frente con Valentina, cada una con su mochila y Mat camina junto a mi con la mía. Creo que aún después de cuatro días tiene miedo de que colapse.

No lo culpo. Cada cierto tiempo, aunque cada vez menos, siento la electricidad recorrer mi cuerpo como un escalofrío.

—Muévanse —se queja Lee saltando sobre un cono de tráfico.

A veces veo lo que Valentina dice, a veces creo que no entiende completamente.

—¿Podrías ir más rápido? —pregunta Camila con la suavidad que a Lee le falta aprender.

—No, pero si quieren adelántese.

En realidad, ya me estoy cansando. El puente es largo y el sol está demasiado alto. Quiero parar aquí y no moverme más.

—¿Y te dejamos solo? Estás loco.—Mat me ayuda a sentarme contra la baranda.

Lee regresa corriendo y me mira con brazos cruzados.

—No creo que fue buena idea movernos tan pronto —dice, chasquea la lengua y mira al final del puente.

—No, pero ya estamos aquí. —Camila se sube los lentes y se quita la gorra para ponérmela a mí.

—¿Qué es eso? —Levanto la vista.

En la distancia un motor ruge cada vez más cerca Una figura con casco negro y rojo sortea entre los autos hasta llegar junto a nosotros. El traje que lleva tiene los mismos colores. Se detiene y se quita el casco en un solo movimiento.

El cabello negro y peinado hacia un lado en lo que sigue siendo un caos, el arete plateado en su oreja izquierda y la sonrisa son inconfundibles. La chaqueta con la T bordada en rojo sobre negro es toda la confirmación que necesito.

—Tirso —decimos Mat y yo a la vez.

Lee es la primera en correr a abrazarlo, Tirso saca una paleta de su bolsillo para ella. Mat le sonríe y me ayuda a levantarme. No aparto la vista, sus ojos azules como mi ojo izquierdo, su sonrisa ladina que yo imitaba de niño.

—Ven acá, imbécil —me dice con una sonrisa y los brazos abiertos.

Abrazo a Tirso como lo hacía de niño, con los brazos alrededor de su cuello. Él se ríe y me da palmadas en la espalda. Me suelta para abrazar a Mat.

—¿Cómo? —le pregunto.

—¿Cómo estoy vivo después de que me pongas las gafas esas de mierda? —me pregunta, pero no parece molesto. Se apoya en la moto y se encoge de hombros—. Diego me quitó las gafas hace un mes. Desperté hace una semana. Éter dijo que seguías vivo. No sé si sabes, pero pagué tu deuda, la de Matei y la mía después de que te fuiste, enano.

Así me decía de niño, aunque ahora soy más alto que él. Cuando me fui Tirso se había ido a estudiar, era su única oportunidad de salir de esas calles. En mi último concierto juraría haberlo visto, sus ojos entre la multitud, pero nunca estuve seguro.

—¿Hace un mes y te despiertas ahorita? —Mat me agarra del brazo y mira con una confusión acompañada de una sonrisa—. Entonces si se pueden quitar. ¿Oíste, Cami?

Error 410: Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora